Domingo, 18 de octubre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
Cada quien tiene su acto del 17 a imagen y semejanza. Con Perón en el exilio y gobiernos militares, la movilización era de protesta con mucho protagonismo de la JotaPe y los gremios combativos. Cuando el péndulo del líder apuntaba al lado duro, el acto tenía un sesgo muy antiburocrático y antisistema. Cuando el péndulo oscilaba hacia el lado de la negociación, el acento estaba puesto en la “ortodoxia”, frente a las “infiltraciones”.
Todo eso es pasado y la discusión en el peronismo pasa por otros andariveles en función de las necesidades que reemplazaron al péndulo. Ortodoxos e infiltrados del pasado se han entrecruzado de campos y ya es poco lo que dice esa discusión. Decir que el peronismo sigue siendo sin duda la fuerza política más grande del país tampoco significa lo mismo que hasta 30 años atrás. Hasta esa época, esa afirmación planteaba escenarios inamovibles: si había elecciones, ganaba el peronismo. Tampoco es que en el peronismo todo se dirime en una interna donde el perdedor se alinea finalmente tras el ganador. Ya no es así. Hay peronistas con Macri, con Carrió, en la CTA y en la CGT, con De Narváez y con Kirchner, con Menem, Rodríguez Saá y Solá, con Pino Solanas y con Reutemann. De todos los colores y para todos los gustos y cada quien por la suya y con su actito del 17 para recordar una identidad cuya traducción al plano electoral ya no es lineal y automática sino más bien compleja.
El proceso del peronismo es quizás el más rico porque es la fuerza más importante, pero sufre las mismas presiones que los demás partidos, en especial el radicalismo. Renovación, interpretación de nuevas identidades y lenguajes y por sobre todo decidir si son fuerzas de cambio como el mandato de su creación o si se convierten en fuerzas de preservación de privilegios como los han tentado en toda su historia. En simbología casera significa que se van para la derecha o para la izquierda. Cuando gobernaba un peronismo muy aliado con la derecha, durante el menemismo, el radicalismo podría haberse renovado hacia la izquierda, pero eligió organizarse alrededor del proyecto conservador de De la Rúa. Y al surgir el kirchnerismo, más inclinado a la izquierda, otra vez tendió a recostarse sobre la derecha oponiéndose a muchas propuestas, algunas de las cuales ellos habían impulsado antes.
A Solá le pasó lo mismo que a los radicales y de alguna manera su acto del 17, frente al de Kirchner, está expresando la disyuntiva de un peronismo que se encamina a alianzas con la derecha, tipo Macri o De Narváez. El kirchnerismo se muestra más interesado en concretar alianzas como las que logró en el respaldo parlamentario a proyectos como la reestatización de las jubilaciones, la reestatización de Aerolíneas o la Ley de Servicios Audiovisuales. Los dos actos transmiten esas intenciones, aunque el escenario para las próximas elecciones sea absolutamente impredecible. No hay gobernador que no esté posicionándose para lo que sea y algunos incluso han realizado sus propios actos. Y lo que sea quiere decir fotografías tan opuestas como una sin Kirchner y otra con un Kirchner nuevamente en ascenso.
En el acto de Kirchner estaba todo el aparato bonaerense. Y suma el respaldo del moyanismo y de las provincias del noroeste y el sur. Sin embargo, viene de perder en la provincia de Buenos Aires. La ausencia del ex presidente Eduardo Duhalde, de Francisco de Narváez o la indiferencia de Carlos Reutemann en el acto de Solá dicen que en ese lado la situación no es tan fácil. Solá habló de los puntanos Rodríguez Saá, de los cordobeses Schiaretti y De la Sota y del salteño Romero. Ese es su entorno, más el misionero Ramón Puerta.
De Narváez, debutante en la liturgia peronista, prefirió realizar un homenaje recoleto, sin actos masivos ni públicos. Le ganó al aparato bonaerense sin tanto folklore, así que no le da mucha importancia. Y además, poco antes del Día de la Lealtad echó a dos de sus legisladores por traición. De Narváez privilegia su alianza con Macri y no quiere hacer ninguna movida que lo descoloque de su lugar de ganador del 28 de junio. Confía en que los votos que obtuvo son de su propiedad exclusiva y su proyecto de deriva hacia la derecha no peronista es claro, no tiene prejuicios ni lo oculta. Y el respaldo abierto de Duhalde terminaría por legitimarlo: un peronista de derecha con la derecha no peronista, la fórmula del éxito menemista. Sin embargo, el que tendría que estar sufriendo la fuga de sus seguidores debería ser Kirchner y no De Narváez, según las leyes más rampantes de la política y lo que esperaban los analistas. Esas fugas parlamentarias en un momento de auge son una mala señal para un liderazgo que apenas comienza.
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