SOCIEDAD
El día que a Pancho Dotto lo trataron cual si fuera un ciudadano común
Al ingresar a Montevideo, el empresario no permitió ser revisado. Fue detenido cinco horas. El escandalete llegó hasta el gobierno.
Al grito de “¿No sabés quién soy yo?”, el empresario de modelos Pancho Dotto pretendió eludir el domingo pasado un control aduanero de su auto al ingresar a Montevideo. La batalla por su derecho a no ser revisado le valió casi cinco horas detenido: él no permitía la inspección y los inspectores no dejaban pasar su auto sin control. Su lujoso Honda terminó rodeado por agentes antinarcóticos y perros ad hoc. También intervinieron un juez, el director de Aduanas y hasta el ministro de Turismo de Uruguay. Al final, Dotto se allanó a las reglas de los mortales más vulgares. Y en su auto aparecieron algunos equipos informáticos que fueron a parar al depósito de objetos secuestrados.
En realidad, en las zonas aduaneras no son novedad los arrebatos del hombre de las top models. Pero la decisión encarnizada del domingo de no permitir la revisación despertó todo tipo de sospechas sobre lo que supuestamente pretendía ingresar al país.
La historia comenzó a las 11 de la mañana, cuando Dotto se aprestaba a partir rumbo a Punta del Este en su auto, con el que salía de la bodega del Buquebús proveniente de Buenos Aires. Los aduaneros se pusieron molestos con eso de andar revisando. Y justo le tocó a él.
–¿No sabés quién soy yo? –protestó el hombre de habitual aparición en las revistas.
–No –fue la irritante respuesta.
La afrenta del desubicado inspector lo ofuscó aún más y la cosa se convirtió en cuestión de principios: “¡Dejé de ir al Caribe para venir a Punta del Este a matarles el hambre a ustedes (los uruguayos) y me quieren revisar!”, fue el argumento elegido. El escándalo crecía y los inspectores se mantenían en sus trece. “Me tratan como a un paria”, insistía.
Para esto, Dotto se había atrincherado en su auto, que cerró desde adentro. “Voy a llamar al ministro de Turismo, o al presidente”, vociferaba, ahora desde el autoencierro. Del lado de afuera, los que pedían socorro eran los agentes, que dieron parte del escándalo al director de Aduanas y al juez de turno. Uno y otro ordenaron lo mismo: había que revisar al auto. Y Dotto debió salir del Honda para terminar en la sede de Prefectura, donde se le notificó la decisión judicial de que quedaba detenido. El aprovechó para contraatacar y denunció que los aduaneros le habían pedido unos cuantos dólares para no ser molestado.
No se sabe si fue efectivamente Dotto quien lo llamó, pero a esa altura ya estaba enterado del entuerto el ministro de Turismo, que llamaba para monitorear la situación. Tanta alharaca despertó todo tipo de sospechas: “¿Qué traía Dotto que quería ocultar con tanto ahínco?”. Al lugar llegaron agentes antinarcóticos, perros adiestrados para ese fin y hasta técnicos especializados en Honda para encarar una revisación más que minuciosa.
Finalmente, el control llegó. Y con él, el fin del misterio: cuatro relojes de pared, unas lámparas de poca calidad, una partida de ceniceros baratos, una computadora portátil, una pantalla plana y un cañón multimedia. Nada de valor excesivo, pero sí superior a los 150 dólares autorizados a ingresar a Uruguay sin declarar. Así, ceniceros, lámparas y demás terminaron secuestrados a la espera de que su dueño llenara la planilla como un ciudadano común. A eso de las cuatro de la tarde, Dotto fue liberado. Y siguió camino a la más amigable Punta del Este.