Viernes, 23 de julio de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Raúl Kollmann
La imagen había desaparecido de los medios. Hace ya varios años que se logró que ladrones de bancos, kioscos o de lo que fuera no aparecieran en los medios durante una toma de rehenes. Ayer, en Pilar, se retrocedió a aquellas épocas en que el delincuente era entrevistado por una sucesión de canales y radios, incluso en algún caso mientras le apuntaba con un arma a una víctima.
Un veterano jefe policial resumió el cuadro de la siguiente manera:
- Que un delincuente aparezca en los medios durante una toma de rehenes es muy serio. Un mal manejo grave.
- Lo que sucede siempre es que el delincuente empieza a pedir cosas y cosas. Incluso va cambiando. Pide un auto, una cámara, una pizza, que venga la novia, complica la negociación.
- El delincuente se agranda, se envalentona, se siente importante. Piensa que cuando llegue a la cárcel le van a decir “ah, vos sos el flaco que salió en la tele”. Saca chapa en el penal.
- A otros jóvenes en situación de riesgo les queda la imagen y se produce un cierto efecto imitación. Les tienta replicar la conducta y sentirse importantes.
- La negociación –hay magníficos expertos, tanto en la Bonaerense como en la Federal– consiste en hacer bajar a tierra al ladrón. De entrada, el delincuente dice que él ya está jugado, que no le importa morir, que de ninguna manera va a volver a la cárcel. El negociador lo convence de lo contrario, que es mejor la cárcel que perder la vida. Por eso se busca a su madre, a su novia, a un hermanito para que le insistan: “Dale Cacho, entregate”. El negociador, además, le insiste en que de continuar la toma de rehenes, su situación legal se iría complicando aún más, que se puede negociar el lugar de detención, darle garantías y otras pequeñas concesiones. Es toda una tarea de desgaste. La aparición en los medios debilita esa labor y desconcentra al delincuente, en medio de la negociación.
- El que está adentro del banco, con 30 rehenes, y hablando con una radio tras otra y un canal tras otro, se siente más importante que nunca. Su precio se eleva. “Quiero un auto para irme”, reclama. Está claro que el protocolo que desde hace años se utiliza en estas circunstancias indica que de ninguna manera se le da un vehículo: es trasladar el problema y empeorarlo, porque el ladrón se moverá con uno o más rehenes. No se le da el auto porque significaría correr más riesgos todavía. Eso se vio en el robo y toma de rehenes del Banco Nación de Ramallo. Pero la fama efímera que dan la radio y la tele le hacen creer al delincuente que está en condiciones de cotizar alto. La negociación se demora todavía más.
La responsabilidad de evitar el show corresponde a la policía, no a los medios. Y –según cuentan los expertos policiales– no hay otro camino que convencer a las radios y a la televisión de que está contraindicado poner al delincuente al aire. “No se puede usar un bloqueador de señales de celulares, porque se cortan también las frecuencias policiales. Y los grupos tácticos, entre ellos el Halcón, tienen que estar comunicados”, señalan.
En su momento, el gobernador bonaerense Felipe Solá y el ministro de Seguridad León Arslanian reunieron a directores de medios para acordar con ellos que no se le diera cámara ni micrófono a un delincuente durante una toma de rehenes. El acceso a canales y radios –argumentaron– demora la negociación y el tiempo se traduce en riesgos.
Desde entonces hasta ayer el fenómeno del ladrón hablando casi en cadena dejó de ser habitual. Pero en el Banco Nación de Pilar, durante cinco horas, se retrocedió a las viejas prácticas. Habrá que entender otra vez que un ladrón agrandado por los medios sólo incrementa los peligros y que lo de ayer terminó bien como pudo haber terminado mal.
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