Viernes, 25 de marzo de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › LA ESPERA DEL CONCIERTO, EL DEBATE SOBRE EL COLON, LOS QUE VOLVIAN DE LA PLAZA
Hubo una larga fila para acceder a la zona de los asientos. Algunos les cuidaban el lugar a familiares que iban a la marcha por el 24. Otros que volvían de ella se integraban al concierto. Los personajes y los comentarios.
Por Facundo García
Viniendo de Plaza de Mayo, los cantitos se iban disipando hasta que los reemplazaba un silencioso paisaje de sillas plásticas y pantallas gigantes con publicidades. Eran las cinco de la tarde y aunque faltaban más de tres horas para que comenzara el recital de Plácido Domingo, ya había miles de personas haciendo fila para conquistar las mejores ubicaciones. Aún no se sabía si el concierto iba a adquirir –como vaticinaron los suspicaces– un signo opuesto a la marcha para repudiar el golpe del ’76. Por lo pronto, el escenario estaba de espaldas al Obelisco y a los manifestantes. Era el principio de una velada intensa.
Para ocupar alguno de los veintidós mil asientos colocados sobre la 9 de Julio, fue preciso contar con unas entradas que se entregaron con anticipación. Además, un vallado impedía el acceso por los costados de la avenida y jóvenes de traje oscuro, camisa clara y modales de galán controlaban el avance hablando a través de unos micrófonos adosados a su cabeza. Supuestamente eso ordenaría la circulación. Igual, el ingreso fue lo más parecido a un test de paciencia. Y si bien el afán de simular “educación” matizaba los empujones, no faltaron codazos y grititos indignados. En tanto, los noteros de la TV se engolosinaban con personajes que habían llegado temprano. Especialmente con un hombre que daba la impresión de ser un linyera, al que las cámaras lo detectaran como anomalía: “¿Por qué está acá? ¿Qué lo hizo venir? ¿Cómo se llama?”.
Cada una de las localidades tenía un folleto que invitaba a rezar “por la Vida” y a una misa que presidirá hoy el cardenal Jorge Bergoglio. De fondo, sonaban los acordes de la prueba de sonido. “Yo sospecho que la pelea que está teniendo Macri con los músicos de esta orquesta tiene que ver con que hay kirchneristas infiltrados. Y como detestan a Macri, le hacen la vida imposible”, hipotetizaba, con la caprichosa lógica de un Sherlock Holmes gorila, doña Inés. Inés –ojos azules, setenta y pico y melena peinada con fijador– dejó a su marido en casa para ir con sus dos hermanas a escuchar al maestro. “Llevamos décadas de atraso como para seguir con estos enfrentamientos”, sumó desde la butaca contigua la mayor, Juana. Y Erminia remató: “Dejen que al chico le hable yo, que no me voy a callar. Ni cuando estaba la Bestia me callé”.
–Perdón, ¿cuando estaba quién?
–¡Perón, nene!
Con una temperatura que no se alejó de los veinte grados, la tarde/noche colaboró para que la multitud creciera y ganara en variedad. En el inicio, el tono lo definió la gente mayor. Dentro de ese grupo cada uno hizo lo posible por cumplir con lo que –según su criterio– era la elegancia, con resultados dispares.
La temida contradicción entre lo que algunos interpretaron como “un evento organizado por la derecha” y el reclamo de justicia en el Día de la Memoria no era problema para María del Carmen Sarubbi, que viajó desde Lomas de Zamora junto a su hija Carolina con ganas de “disfrutar de un rato de tranquilidad”. “Hasta encontramos un par de pibes que dejaron tías o abuelas haciendo fila, fueron un rato a Plaza de Mayo y después volvieron antes de que arranque la orquesta”, comentó. En cuanto al conflicto entre las autoridades de la ciudad y los artistas, la mamá consideró que la disputa iba más allá de las reivindicaciones: “Si hubiera buena voluntad compartida, la pelea ni se hubiera producido”, repetía.
El dato que tiró Sarubbi era importante. Efectivamente, hubo quienes cumplieron con la reunión en Plaza de Mayo y al desconcentrar decidieron integrarse al after artístico aunque más no fuera desde lejos y parados. No hubo diferencias políticas que impidieran una galería que abarcaba desde miembros del PTS hasta peronistas de la primera época. “Después de escuchar toda la tarde a la flaca del megáfono necesito vacaciones”, se atrevió a justificar por fuera de la disciplina partidaria Federico, un trotskista que llevaba a su beba en brazos y que a esa altura –las siete de la tarde– se veía exhausto. Al lado tenía a una facción de la Juventud Judicial que apoya a Moyano.
No faltaron las travesuras, desde luego. Por más que entre bambalinas se insistiera en que la organización corrió por cuenta de la Fundación Beethoven y que los músicos habían pedido que no asistiera el jefe de Gobierno, Mauricio Macri, en la zona VIP se veían caras conocidas. Acaso Hernán Lombardi, el ministro de Cultura; acaso el ministro de Espacio Público, Diego Santilli. Y atrás, mucho más atrás, José Antonio pedía por favor que no publicaran su apellido en esta nota. “Pasa que mi hijo trabaja en el Gobierno de la Ciudad y no quiero que lo echen. Pero la verdad, yo coincido con lo que opinó Plácido Domingo. Es hora de escuchar los pedidos de los trabajadores. Te digo más: lo que está pasando en el Colón, como tantas cosas, es responsabilidad de Macri. Obviamente, para él es más fácil echarle culpas al gobierno nacional y listo”, analizó.
A medida que el sol se ocultaba fue quedando claro por qué se calculó una asistencia de más de 100 mil personas. Desde Corrientes hasta Córdoba era difícil detectar vacíos. Con ese entorno, la ovación que saludó el inicio del show fue ensordecedora. Largó la melodía y el acto de escuchar al gran tenor fue más que eso, con las tensiones que implica endosarle a la música cuestiones extramusicales.
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