SOCIEDAD › EL CASAMIENTO DE EDITH CASAS CON EL ASESINO DE SU GEMELA

Más que arroz, hubo huevazos

La pareja ya estaba en el ojo de la tormenta cuando ella anunció su casamiento. Ayer, aprovechando el San Valentín, se casaron en Pico Truncado. El, con permiso de la cárcel. Los esperaban manifestantes que arrojaron piedras y huevos a su paso.

Edith Casas y Víctor Cingolani no pudieron saludar en el atrio, en parte porque se trató de una boda no religiosa, pero también porque puertas afuera del Registro Civil de Pico Truncado llovían piedras y algún huevazo. Así manifestaron algunas personas del lugar su desacuerdo con el matrimonio entre la joven y el hombre que cumple condena por el asesinato de la gemela de ella. Mientras en la puerta del lugar la custodia policial procuraba contener la manifestación, por la cual la familia Cingolani responsabilizó a la familia Casas, en una de las salas el juez Luis Antinobulis formalizaba la relación lejos de los micrófonos de medios locales, pero cerca de las cámaras de medios nacionales, con quienes –según protestaban periodistas truncadenses– habían acordado la exclusiva.

El novio pudo asistir a su boda gracias a un permiso especial del Servicio Penitenciario, y lo hizo rodeado de medidas de seguridad que se demostraron necesarias con el correr de los minutos y hasta pasado el fin de la ceremonia. Tras el enlace, Cingolani fue trasladado nuevamente hasta el penal de Pico Truncado, adonde, según comentó su hermana en una entevista televisiva, luego la familia concurriría para brindar por la ceremonia y la pareja, que procuró casarse el día de San Valentín.

En las afueras del Registro Civil se habían reunido decenas de personas, muchas de ellas llegadas para presenciar otras bodas, que habían sido programadas en gran número por la efemérides del santo patrón de los enamorados. Poco después de la 1 del mediodía, al lugar arribó Edith Casas, presurosa por esquivar cámaras y micrófonos apostados en el lugar. Ya el miércoles la propia Casas había advertido a los medios locales que no permitirían el acceso a la prensa, salvo excepción, porque el año pasado, al conocerse el caso, habían “lucrado” con ellos. El diario truncadense Centenario Sur daba cuenta ayer de que “al solicitársele una imagen previa (a la ceremonia) con el vestido de novia, la joven (Casas) no anduvo con vueltas: ‘¿cuánto pagan?’, consultó”. A excepción de un canal de televisión porteño, que transmitió en vivo el antes y el después, con entrevistas a los familiares de Cingolani, los recién casados eludieron a los medios de prensa.

Para casarse con el condenado por el asesinato de su gemela Johana, ocurrido en 2010, Edith rompió relaciones con su familia. De hecho, el casamiento había sido programado originalmente para el 21 de diciembre, pero la oposición tenaz de su madre, Marcelina Orellana, y su otra hermana, Paola Casas, dilató los tiempos al interponer una acción judicial. Ellas y Valentín, padre de Edith, reiteradamente definieron a Cingolani como “un psicópata” que manipuló a las gemelas. Antes del asesinato de Johana, Cingolani había sido también su novio.

Para la ceremonia, Edith vestía de rosa; Cingolani, de negro. El llegó en un móvil de las fuerzas de seguridad, esposado y custodiado por el Servicio Penitenciario de Santa Cruz; ella, en un automóvil particular, acompañada por Claudia Cingolani, hermana del novio y testigo del casamiento junto con su esposo Martín. Algunas de las personas que manifestaban en la puerta del Registro Civil arrojó una piedra, que no dejó heridos pero hizo trizas un vidrio de la fachada de la oficina pública, donde se había desplegado un cordón policial con escudos y un par de perros.

Un incidente similar ocurrió más tarde, a la salida del preso, ya casado. Esta vez también volaron algunos huevos y alguien gritó “¡asesino!”. Por el episodio, la policía de Santa Cruz demoró a un joven. En la televisión, poco después, el cuñado de Cingolani, Martín, afirmaría que los incidentes fueron causados por “amigos de la familia de ella”, que “tendrán sus razones por su accionar pero están equivocados” porque Cingolani, insistió, fue condenado sin haber sido realmente responsable del asesinato de Johana Casas. Porque Cingolani es “inocente”, dijo, “a mí no me hace ruido para nada” el casamiento. El flamante marido de Edith Casas, aseguró, fue una suerte de chivo expiatorio: “Uno tenía que haber condenado acá y tenía que estar tras las rejas si no uno se da cuenta que la Justicia no funciona” (sic).

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Edith Casas contrajo nupcias con Víctor Cingolani, y ambos debieron salir corriendo del Registro.
 
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