SOCIEDAD › SIGNIFICADOS DEL MONUMENTO Y SU TRASLADO SEGUN LOS CURADORES A CARGO DEL TRABAJO

El último viaje de Colón

Un monumento que les da la espalda a la Ciudad y al país, y mira hacia Europa, es todo un símbolo de la visión eurocéntrica de un sector del poder. Los daños que sufrió y los cuidados para su preservación.

 Por Eduardo Videla

El navegante se eleva por el aire, amarrado. Luego baja y descansa, horizontal, a la espera de su destino. Su futuro está en discusión. “El sino de Cristóbal Colón es el de dar la espalda. Cuando llegó a Guanahani creyó que estaba en Asia, le dio la espalda a América. Y el monumento emplazado en Buenos Aires le da la espalda a la Ciudad, al país.” La reflexión pertenece a Omar Estela, arquitecto, escultor y encargado de la curaduría del controvertido movimiento del monumento que recuerda al marino genovés. El proceso empezó hace dos semanas, cuando una grúa bajó la figura de su pedestal y lo colocó sobre un colchón de tablones de madera. Para el equipo de Estela, no se trata de un trabajo más ni de una simple operación mecánica. “Nos preguntamos lo que significa el monumento, lo que representa hoy y qué valor tiene su traslado”, dice el curador. Y comparte las respuestas en un diálogo con Página/12.

Para comenzar, Estela define cuál es la diferencia entre un monumento y una escultura. “Los monumentos son panfletos, cumplen una función, están muy ligados al poder: pueden ser funcionales a la Iglesia Católica, al stalinismo. Una escultura es sólo una obra de arte.” Es la misma diferencia que hay entre un artesano y un artista.

Hecha la aclaración, el curador afirma que el de Colón originalmente fue un monumento y no una escultura. “Fue realizado por Arnaldo Zocchi, dedicado a hacer monumentos por encargo”, en este caso, de la comunidad italiana en la Argentina. “Lo que lo transforma en una obra artística es su ubicación: les está dando la espalda a la Ciudad y al país. Eso lo convierte en una escultura.” Para el arquitecto, lo transformaron en obra artística quienes lo colocaron allí, en esa posición.

Omar Estela dirige el equipo de curaduría que integran Mariano Abal y Francisco Donnerstag. Fueron contratados por la empresa encargada del traslado en cumplimiento de un requisito impuesto por el gobierno nacional. Antes de iniciar el trabajo, los curadores repartieron entre el personal un material con un breve texto donde se explica el significado de lo que allí se iba a hacer. “No se trata de mover un bulto más, como pudieron pensar los obreros de la empresa constructora”, afirma Estela. “Nos preguntamos por qué hacemos este trabajo y ensayamos respuestas con especial cuidado porque creemos en la necesidad de pensar qué significa mover a Colón, que cada uno lo sienta como parte del trabajo, para descubrir principios”, dice el texto distribuido entre los operarios.

¿Y qué significa mover a Colón? “Yo digo que el monumento a Colón es un monumento a la desheredad: un monumento a los hijos de una Madre Patria que hoy son negados por esa misma madre, que son tratados como extranjeros o expulsados. Retirarlo es profundizar esa herida, es un gesto más de alejamiento de Europa”, define Estela.

Los curadores prefieren no meterse en la controversia política, en los argumentos de los gobiernos ni en las medidas judiciales que frenan o habilitan los procedimientos en curso. “Nuestra tarea es cuidar el monumento, conservarlo durante los movimientos que se realicen”, aclara.

Tanto el movimiento de la estatua como la participación de los curadores eran imprescindibles por la situación en que se encuentra Colón. “No podía estar más parado, estaba teniendo desprendimientos”, describe Estela. La pieza de mármol de Carrara, de seis metros de altura y 24 toneladas, no sólo había sufrido el rigor de la intemperie: tiene deterioros estructurales producidos por los impactos de bala de la Marina, en los bombardeos antiperonistas de junio de 1955, y el cimbronazo de una bomba que estalló en la base, en abril de 1987. “Tiene la boina partida, separada de la cabeza, y una fisura alrededor de ambos brazos”, cuentan los especialistas.

Para evitar una posible ruptura, se hizo primero una maqueta para ensayar dónde colocar los lazos de sujeción y desde dónde enganchar para bajarlo. Así, se construyó un bastidor de hierro con cuatro puntos de tiro para que cada uno soporte la misma carga. “El solo hecho de bajarlo es una puesta en valor, ya que de esa manera no se lo deja caer”, argumenta Estela.

Aunque evita entrar en la polémica, el equipo de curadores lamenta la pobreza de argumentos de quienes se oponen al movimiento del monumento. “Es llamativo que para el Gobierno de la Ciudad todo el debate se reduzca a una cuestión de propiedad: de quién es la plaza, de quién es el monumento, el gobierno se quiere robar algo que es de la Ciudad.”

“Un monumento es un exvoto, una ofrenda. En el caso de Colón, es una ofrenda que no es ingenua: como la Torre de los Ingleses o el Monumento de los Españoles, es una forma de marcar territorio, de decir que éste es un país que mira hacia Europa”, sentencia el arquitecto Estela.

Podría haber varias lecturas acerca de la posición del almirante con la vista perdida hacia el río: tal vez una manera de recibir a los inmigrantes, dicen algunos, o de mirar hacia su punto de partida colonizador, el Puerto de Palos. Para los integrantes del equipo, en cambio, “Colón tiene en sus manos el contrato comercial con la corona española que abrió el camino para su aventura, pero también una cruz, un símbolo de su acción evangelizadora: es un enviado de la civilización contra la barbarie”.

Ese punto de vista eurocéntrico, tan presente en Buenos Aires hace un siglo, sigue vigente hoy, no sólo en el ideario de algunos sectores sociales, sino en la propia Constitución nacional, según advierte el ingeniero Mariano Abal, otro integrante del equipo: “El artículo 25 de la Constitución dice que el gobierno federal fomentará la inmigración europea”, recuerda.

Los curadores admiten que el debate ideológico sobre el traslado del monumento y su reemplazo por el de Juana Azurduy no tuvo repercusión social porque muchos creen que se trata de una discusión extemporánea y, además, porque Colón “ha tenido buena prensa”: no se lo involucra en el genocidio de los pueblos originarios, al menos con la magnitud de las masacres que encabezaron Francisco Pizarro o Hernán Cortés. “Pero desde la llegada de Colón, la población de la isla Guanahani se redujo en un 90 por ciento”, apunta el escultor.

“De acuerdo con los cambios históricos, a los monumentos se los traslada, se los resignifica o se los destruye”, concluye Estela. Después de todo, en su posible viaje hacia el mar, Colón no quedaría mal parado.

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