Domingo, 4 de agosto de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › EL TRABAJO DE LOS QUE RESCATAN FOTOS CON VALOR HISTORICO O CULTURAL
Son estudiantes de conservación, restauradores de bienes culturales, fotógrafos, voluntarios. Pasan horas y días limpiando negativos o fotos que fueron descuidadas o incluso tiradas a la basura. Logran salvar archivos enteros. Dónde se puede ver su trabajo.
Por Soledad Vallejos
Kilos de fotos en papel. Cientos de miles de metros de material fotográfico revelado. Placas de vidrio tan valiosas y sensibles como el oro en polvo. A veces, cuanto queda de un lugar, de una persona, de una ocasión irrepetible, es eso: una imagen. Y de imágenes está llena la memoria, pero no siempre alcanza. Cuando esa memoria es histórica y se vuelve social, comunitaria, los distintos soportes, los años, el clima o detalles tan –aparentemente– pequeños como un poco de humedad, algo de sol o simple polvillo pueden alterarla para siempre, y hasta borrarla en parte. Dicen los que saben que el color se debilita rápido; el blanco y negro son más nobles; las placas de vidrio requieren miramientos y delicadeza extrema. Claro: esas cosas no las sabe cualquiera. Alguien tiene que hacerlo y afortunadamente unos cuantos sí lo hacen. Los trajines y resultados parciales de una de esas experiencias –todavía en proceso– pueden espiarse en la Muestra Anual de Fotoperiodismo de Argra, que termina hoy. Y también, pero ya sin fecha de cierre, puede consultarse algo de la memoria histórica, reciente pero no solamente, que preserva y comparte el Archivo General de la Nación con quien se acerque y pida ver.
Cae la tarde helada sobre La Boca y, en un primer piso, siete personas se apasionan por fragmentos de material fotográfico. Todo eso que ahora está sobre la mesa un día del pasado reciente apareció enmohecido, arruinado por calor, frío extremo y hasta yerba. Alguien había tirado a la calle negativos de años de trabajo periodístico en una decena de bolsas de basura. Alguien más, periodista y ante todo chismoso, fue con el cuento a fotógrafos en actividad en distintos medios periodísticos de Buenos Aires. Ellos fueron a buscar esas bolsas y al abrirlas se encontraron con que los negativos eran del archivo fotográfico de la revista Veintiuno. “Ver lo que había en esas bolsas fue el último de muchos clicks”, dice Ezequiel Torres, de la Fototeca de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (Argra), uno de los responsables de que ese material que casi se pierde para siempre esté, ahora, siendo recuperado para integrar fondos documentales y permanecer siempre disponible para consultas. Entre esos negativos de fotos que tejen también la historia reciente estaban, por caso, las imágenes que Daniel Dabove tomó de Emilio Eduardo Massera violando la prisión domiciliaria en el año 2000. Fueron esas instantáneas y los testimonios que confirmaban las salidas continuas del represor lo que terminó por considerar la Justicia para revocarle el beneficio y ordenar que cumpliera su condena en Campo de Mayo.
“Los fotógrafos estamos poco acostumbrados a reflexionar sobre esto. Hacemos, producimos, seguimos adelante”, explica Torres, para graficar cómo es que el día a día y las urgencias de las jornadas de trabajo a veces –las más de las veces– impiden evaluar, sopesar, clasificar y atesorar el material propio. Los tiempos de lo cotidiano conspiran contra los de un archivo meditado. “Un día te das cuenta de que tenés 20 años de laburo atrás, de que hay referentes que tienen 50 años de laburo, y ninguno guardó o tiene nada de eso. Hay muchos archivos que se han perdido y no sabemos de qué manera.”
Entonces aquí están: voluntarios de la escuela de fotografía de Argra, estudiantes de conservación y restauración de bienes culturales –también voluntarios–, fotógrafos profesionales, un conservador experto y dos asistentes. Hay pipetas de aire, pinceletas, linternitas, planillitas para apuntar las imágenes que van despuntando. Los voluntarios y el conservador usan guantes finitos, como quirúrgicos; en una mesa, espían los negativos con linterna, les hacen una primera –delicada– limpieza; los acomodan en sobres nuevos porque los que trajeron hasta aquí están carcomidos, dañados irreversiblemente y en muchos casos plagados de hongos. En otra mesa, miden, marcan, cortan los sobres en papel libre de todo riesgo. En la última mesa, sobre la que todavía cae alguna luz del día por la ventana, a los guantes se suman algodones: ahí atraviesan el momento más delicado, de limpieza intensiva, los negativos que llegaron a tener hongos y, tal vez, a perder con ellos parte de sus imágenes. Los resultados se sabrán recién al terminar. Hasta entonces, los conservadores sólo pueden trabajar y confiar en que gran parte del material sobrevivirá.
El fotógrafo Torres dice que eso que sucede en las mesas implica costos: material, de tiempo, de organización. Que requiere también un equipo interdisciplinario y formación, asesoramiento.
El material fotográfico es orgánico, frágil. Tiene una vida útil cuya extensión depende del trato que reciba. El conservador Mauro Mazzini traduce la tarea en una idea: “Estamos tratando de detener el tiempo”. Trabaja con voluntarios, y con dos asistentes ya formadas, María José Burgos y Natalia Ibarra. La regla básica de todo trabajo de conservación, agrega, es inapelable: que la intervención sobre el material no haga más daño que el que ya dejó huella sobre él, porque se trata de “conservar para que dure lo más posible”. “El nuestro es un trabajo de conservación y estabilización, no de restauración, porque lo que se perdió no se recupera. Por lo menos en este caso nos dimos este criterio. No se puede hablar de restauración con la cantidad de material que se encontró, no sería serio”, explica. Alrededor del salón donde los negativos van y vienen se ven pilas de cajas de colores: allí están los materiales que fueron rescatados de la basura. Las estimaciones, quizá algo conservadoras, estiman que son 500 mil fotos, una ínfima parte de ellas en blanco y negro. Ma-zzini detalla que las fotografías en color son más frágiles que las blanco y negro. La diferencia es abismal: las imágenes en color pueden conservarse como nuevas alrededor de 15 años; las que fueron tomadas en blanco y negro, “150, 200 años”.
En Argentina, los archivos muchas veces tienen más brechas que memorias. Sin ocultar la pena, el conservador Mazzini enumera pérdidas del patrimonio histórico que conoce, por haber trabajado en el rescate de acervos para distintas instituciones nacionales: “Papeles del siglo XVI, materiales textiles del siglo XIX, fotos, el 95 por ciento del patrimonio fílmico de cine mudo, el 70 por ciento del patrimonio de cine sonoro”. Dice que hubo excepciones, como la época en que “a las cintas de fílmico las quemaban en el parque Tres de Febrero porque no había dónde archivarlas y tampoco importaba”. ¿Y con el patrimonio que va tomando forma ahora, cámaras digitales y memorias de computadoras mediante, qué puede pasar? Mazzini dice que es un misterio. Que la tecnología cada vez se vuelve obsoleta más pronto y que eso con el papel no pasaba.
El restaurador explica que a veces las pérdidas tienen menos que ver con la mala suerte que con la necesidad de dotar de condiciones muy precisas los espacios de preservación. “La mayoría de las cosas necesitan ser guardadas en ambientes fríos, y no siempre hay dinero para acondicionar así. A veces, cuando lo hay, no alcanza el dinero para mantenerlo cuando se rompe. Esas variaciones en las condiciones, finalmente, hacen más daño que no haberlas tenido nunca”. Por otra parte, aunque en artes visuales y hasta en escultura y patrimonio arquitectónico a veces se debatió y puso en práctica la restauración como modo de completar lo que se ha perdido y, en algún sentido, conservar la idea, en foto Mazzini insiste en que es muy difícil. ¿Cómo reconstruir en una imagen lo que el tiempo, los hongos, la nula conservación se llevaron? Basta asomarse a la muestra anual de Argra (que termina hoy en el Palais de Glace) para ver revelados y ampliados algunos de esos negativos dañados: un rostro que apenas se adivina, situaciones interrumpidas por líneas de hongos, amontonamientos de lo que alguna vez fue una imagen comprensible.
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