SOCIEDAD › EL DEBATE ACERCA DE LA SEGURIDAD Y LOS ATAQUES CONTRA PRESUNTOS DELINCUENTES > LAS VíCTIMAS, LA JUSTICIA Y LOS MEDIOS > OPINIóN I

¿Cuánto vale una víctima?

 Por Rodrigo Codino *

Las víctimas de hechos delictivos siempre ocuparon un lugar en la criminología, aunque las investigaciones que reflejan su propia problemática se iniciaron recién a mediados del siglo pasado. A partir de la década del 80 aparecieron medidas incipientes para su protección e instrumentos para cubrir sus necesidades y un poco más tarde, programas de asistencia estatales y no estatales. Sin embargo, el estudio del trato que reciben en los medios masivos de comunicación todavía es una deuda pendiente.

En los preceptos de la ley del talión, la lesión sufrida por la víctima servía para establecer la proporcionalidad de la reacción vindicativa. Un ojo “valía” un ojo, un diente “valía” un diente. Si una persona privaba la vida de otra, merecía la misma suerte, es decir la muerte; si alguien afectaba el derecho de propiedad mediante un robo se le amputaba una de sus manos. Ahora bien, no todas las víctimas gozaban de la misma consideración: el homicidio de un esclavo se castigaba con una pena menor que el homicidio de un hombre libre. La vida de la víctima en este caso valía menos porque en realidad lo que se castigaba era el menoscabo al derecho de propiedad del “señor” que sufría una pérdida en su patrimonio.

Aunque estas hipótesis parecen referirse a épocas lejanas, en que los conflictos se resolvían de manera diferente, los linchamientos recientes cometidos por “justicieros” contra autores o supuestos autores de delitos contra la propiedad –ya reducidos e indefensos– nos retrotraen en el tiempo. Los medios masivos de comunicación reflejan un doble estándar respecto de las víctimas, distinguiendo dos categorías: víctimas de primera y víctimas de segunda clase.

Frente a un hecho delictivo (homicidio, lesiones o robo), nadie puede negar que resulta indispensable reconocer los derechos de las víctimas como tales. Sin embargo, no podemos guardar silencio cuando en los medios de comunicación opera una selectividad victimizante, diferenciando víctimas valiosas o disvaliosas según su condición y estableciendo una jerarquización del dolor cuando se otorga visibilidad a unas y se olvidan otras.

Suele decirse que los medios masivos de comunicación no inventan la realidad, sino que informan sobre lo que sucede o acontece, lo que no deja de ser parcialmente cierto. Lo que se omite señalar es que estos mismos medios construyen una realidad parcelada porque son ellos mismos los que orientan selectivamente qué se muestra y de qué manera, produciéndose con algunos hechos una marcada reiteración propagandística. Se disimula que los hechos delictivos más violentos, como los homicidios en ocasión de robo, los delitos sexuales o los robos con violencia en las personas, son los que les proporcionan un mayor índice de audiencia y, por ende, una mayor ganancia comercial a las empresas que los difunden. Las investigaciones dirigidas hace más de veinte años por la profesora venezolana Lola Aniyar de Castro –primera victimóloga de nuestro continente– daban cuenta de la incidencia de la publicidad de la prensa amarilla en la rentabilidad de los medios que las difundían, poniendo en evidencia el impacto que tenían algunos delitos en el sentimiento de inseguridad de la clase media, cuestión que no es ajena a los hechos aludidos.

Ahora bien, poco o nada se informa en los medios masivos sobre las víctimas de segunda categoría. Tan sólo algunos pocos se hacen eco de la violencia institucional que produce muertes en casos de gatillo fácil o de muertes carcelarias. Del mismo modo parecieran tener poca importancia comunicacional las muertes acaecidas en enfrentamientos entre bandas que se disputan el territorio producto de una economía subterránea, paralela o de subsistencia, como también las que se producen por discusiones entre vecinos, las riñas callejeras o aquellas ocurridas por conflictos intrafamiliares. Menos aún si todas estas muertes ocurren en barrios de emergencia en donde viven personas en circunstancias de extrema precariedad. Tampoco suelen difundirse los homicidios cometidos en ocasión de robo en estas zonas, pues el problema sería de “ellos” y no de “nosotros”, como dice Zaffaroni al analizar críticamente esta distinción, disfrazando tal vez que como estos hechos no dan “rating” no valen la pena publicitarlos. Resulta evidente que no existe el mismo interés en difundir el deceso de una víctima producto de una salidera bancaria en Capital Federal que la de un comerciante muerto en una gomería en un barrio pobre del conurbano bonaerense.

La distinción entre víctimas de primera y víctimas de segunda tal como vemos en los medios no hace más que reforzar la idea de que existen vidas que valen más y otras que valen menos, lo que simboliza un flagrante desprecio por los derechos humanos.

Reafirmamos la necesidad de que la criminología retome la problemática de las víctimas en su totalidad, a pesar de que algunas de ellas sean menos conocidas por falta de publicidad. Se trata en definitiva de un mismo dolor y, para las familias, de un mismo sufrimiento.

* Docente y coordinador del Programa de Investigación en Criminología de la Universidad Nacional de San Martín.

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