Viernes, 4 de diciembre de 2015 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Ignacio Jawtuschenko
En el que se estima fue su último acto en el interior del país como jefa de Estado, la presidenta Cristina Fernández fue el lunes pasado, por segunda vez, a la legendaria planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu. La primera había sido para reinaugurarla, el 26 de octubre de hace cinco años, el día anterior al fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner.
Pilcaniyeu, que siempre ha sido un territorio de leyenda, concentra hoy múltiples significados para un gobierno que tuvo la audacia de apostar al desarrollo tecnológico nuclear, un juego con pocos jugadores y reservado a los países más desarrollados.
Se trata de un gran paso para dejar de depender de la importación de “uranio levemente enriquecido” para los reactores de potencia de agua liviana (que generan electricidad) y los experimentales (utilizados para investigación científica y medicina nuclear).
A hombros de una tradición que comenzaron gigantes como José Balseiro, Enrique Gaviola, Jorge Sabato, Dan Beninson y una frondosa historia de aventuras tecnológicas (setenta años de actividad nuclear y desarrollos pioneros en altas tecnologías como la aeroespacial y la satelital), el plan nuclear iniciado por Kirchner en 2006 logró terminar Atucha II (que era un monumento al abandono y hoy produce energía eléctrica al 100 por ciento de potencia), se construyen 11 centros de medicina nuclear en todo el país, 129 empresas tecnológicas califican como proveedoras (en el 2003 había cero), 5200 nuevos especialistas, se extiende la vida de la central nuclear de Embalse en Córdoba, para que funcione 30 años más, y Pilcaniyeu vuelve a enriquecer uranio. Un logro de más de 160 ingenieros y técnicos conducidos por Edgardo Isnardi, gerente del Complejo Tecnológico.
La pregunta que aparece hoy es si un país emergente como la Argentina podrá continuar desarrollando autónomamente esta tecnología considerada estratégica –la dominan solo once países en todo el mundo–, y evitar los condicionamientos del siempre invisible y todopoderoso mercado, en un contexto en el que los países centrales tienden a establecer una estructura restrictiva del número de proveedores de uranio enriquecido.
Lo cierto es que enriquecer uranio completa el ciclo de combustible (todo el proceso que va desde la minería del uranio hasta el reprocesamiento del combustible gastado), y le (de)muestra al mundo la capacidad. Es conocimiento aplicado en su máxima expresión. Ni más ni menos que combustible para abastecer a las centrales nucleares que producen electricidad como Atucha I y II, y los futuros reactores como el Carem, primer reactor ciento por ciento argentino, que está en desarrollo.
Pilcaniyeu seguirá siendo territorio de leyenda. Fue allí donde bajo la reserva más absoluta mientras la dictadura militar asolaba al país, el físico Conrado Varotto encaraba un desafío inédito para un país latinoamericano. Para eso mismo había sido creada la empresa Invap.
El físico y tecnólogo Jorge Sábato definió el plan como “dominio del paquete tecnológico”: el corazón de la tecnología y los aspectos esenciales de la planta debía ser local, para lo cual la tecnología para construir y poner en funcionamiento la planta debía ser desarrollado y producido fronteras adentro, sin asistencia del exterior. Se iniciaba así lo que fue el proyecto tecnológico más ambicioso del país.
El galpón de esquila de un establecimiento rural a orillas del río Pichileufú, en medio de la estepa, fue una de las primeras secciones de la planta. Llegar a Pilcaniyeu era difícil. Condiciones climáticas muchas veces adversas, tormentas de nieve, cortes de camino signaron la vida del grupo de 400 trabajadores que debían llegar hasta allí todos los días.
El momento culminante de la etapa fue en el ocaso de la dictadura cívico-militar, en febrero de 1981, cuando se logró por primera vez medir la primera concentración isotrópica de Uranio 235. El anuncio del éxito del proyecto lo hizo el 18 de noviembre de 1983 el titular de la CNEA, Carlos Castro Madero. La noticia recorrió el mundo. La Argentina era el séptimo país en lograrlo. En pocas semanas más asumía el presidente Raúl Alfonsín, y se evitaba el peligro de que un gobierno genocida contara con esa tecnología.
Pilcaniyeu está también en la génesis del proceso de integración y confianza mutua que derivó años después, en el Mercosur. En 1987, la Argentina y Brasil salían de sus dictaduras militares y los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney visitaron la planta tras la firma en Foz de Iguazú de la Declaración Conjunta sobre Política Nuclear, y se puso punto final al recelo. La visita dio origen a la constitución poco después del sistema de salvaguardias recíprocas. En los años 90, el neoliberalismo, la baja del precio internacional del uranio, sumado al impacto en la opinión pública del accidente de Chernobyl en 1986, fueron las causas del apagón nuclear. La planta fue vaciada y desmantelada. Ponerla nuevamente en marcha parecía un delirio. Pero desde el año 2007, Pilcaniyeu recibió inversiones por cerca de 250 millones de pesos, y hoy la planta de procesos es una realidad.
Pero Pilca no es un hito aislado. A pocos kilómetros de allí, desde el prestigioso Centro Atómico de la ciudad de Bariloche un grupo de investigadores de la CNEA liderados por el físico Alberto Lamagna, mirando al futuro, han logrado enriquecer uranio con una tecnología de vanguardia, el láser. El método permite hacer lo mismo que en Pilcaniyeu pero de forma más sencilla y económica, en instalaciones más pequeñas y utilizando menos cantidades de energía que los métodos convencionales. Esto reducirá el costo de la electricidad generada en las centrales nucleares, dado que es un desarrollo tecnológico que podría tener un gran impacto industrial. Avanzar es una forma de defender lo conseguido.
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