SOCIEDAD › DEPORTES EXTREMOS EN PINAMAR

A la caza del tiburón

En el último parador de Pinamar hacia el norte, el relax no está bien visto: las travesías por los médanos en 4X4 y la práctica de surf con una cometa son parte de una variada propuesta para intrépidos. Hasta hay quienes se atreven a internarse 4000 metros mar adentro para pescar tiburones.

 Por Carlos Rodríguez

Desde Pinamar

En el parador de playa Sport Beach, la propuesta fashion está orientada a clientes “de muy buen nivel”, aclara desde el vamos su concesionaria desde el año 1993, Marina Romano, una mujer nacida en San Isidro que veranea en Pinamar desde los 16 años. La apuesta es convocar a cultores de los deportes extremos, desde las travesías por los médanos a puro 4X4 -fititos abstenerse– hasta distintas variedades de surf, en algunos casos ayudados por velas (wind surfing) y en otros por cometas movedizos (kite surfing) que pueden hacer cierta la fantasía de volar o el fracaso de estrellarse contra la ola que hundió al “Titanic”. Como siempre, el azar rompe los moldes, la crónica de un día en la playa brava, ubicada a siete kilómetros del centro, tuvo como estrella invitada un tiburón de unos cien kilos, buena dentadura y poca fortuna, ya que probó en carne propia aquello de morir por la boca luego de morder un anzuelo descomunal, por lo grande. En un lugar donde abundan los jóvenes musculosos y facheros, el héroe impensado fue un señor gordito que se cargó al tiburón y que después, lo limpió, lo cocinó vuelta y vuelta a la parrilla, y se lo comió.
La figura de la tarde se llama José Luis, quien está orgulloso de ser amigo personal del ex presidente y ex gobernador de la provincia Eduardo Duhalde, con quien –asegura– suele salir a pescar. Al héroe le gusta que le digan “Oveja”, apelativo que es obvio que deriva de su pelo enrulado y nada tiene que ver con dóciles rebaños. En un gomón que puede ser presa fácil para los dientes de un tiburón, suele meterse unos cuatro mil metros hacia el mar, donde la profundidad supera los 17 metros, para pescar “con anzuelo” simpáticos pececillos o tremendos tiburones. Como nadie puede discutirle el punto, afirma que “una vez” sacó un tiburón “de 250 kilos”. Lo que puede dar fe Página/12 es que un bicho de esa especie, y de unos cien kilos, a ojo, fue arrastrado hasta la playa por las orejas y algo más, por este buen señor, acompañado por dos amigos fieles y tan locos como él.
José Luis se ufana de tener “30 años” de experiencia en la caza del tiburón, siempre internándose en las aguas de Pinamar. “Claro que te puede hundir el gomón. Si se acerca el tiburón, con la dentadura que tiene, te destroza todo y mejor ni pensar lo que puede pasar. Lo que hay que hacer una vez que muerde el anzuelo (el que usan parece un ancla, por el tamaño) es mantenerlo alejado de la embarcación con unas varas largas que tenemos” y que se le clavan en el cuerpo al animal, hay que agregar. Claro que el bicho es muy tozudo e igual se puede acercar y provocar el hundimiento de la embarcación. “En ese caso, tenemos siempre listo un revólver y si hay que cagarlo a tiros, lo cagamos a tiros”, dice Oveja sin que le tiemble la lana. A esta altura del relato, por lo cruento, es imposible evitar las muestras de simpatía con el fiero tiburón, “animalito ‘e Dios”, como diría don Inodoro Pereyra.
En la playa, sobre el gomón, la bestia, todavía moribunda, es exhibida como lo que es: un trofeo. Un hombre se acerca y pregunta con más miedo que admiración por la hazaña: “¿En esta playa hay tiburones? ¿Cómo es posible?”. Y se aleja, como si el espectro de lo que fue un depredador todavía pudiera dañarlo. No hay tiempo para explicarle que los bichos nunca se acercan más allá de los cuatro mil metros de la playa y que para que vengan, hay que traerlos de prepo, como hizo José Luis, que sigue con su historia. “Los coletazos que pega el bicho son terribles y hay que tener cuidado porque el roce con la piel te puede quemar la mano. Si la tocás con la mano hacia un lado, es suave, pero si la pasás a contrapelo, quema como una lija cero. La piel te queda ardiendo.” ¿Y por qué lo mata?, es la pregunta casi indignada del cronista, devenido en fervoroso ecologista: “Para comerlo”, es la respuesta de este buen señor de vientrepronunciado. “Lo hacemos a la parrilla, sin que se pase porque es una carne sin grasa y después le ponemos una salsa rosada, una con ajo y perejil, o una salsa criollita que también queda bien.” Para prepararlo, hay que limpiar al tiburón y cortarlo en rodajas, como si fuera un inofensivo salmón.
En Sport Beach, hay deportes menos cruentos que el que practica José Luis, aunque todos son invarialmente caros y exclusivos. Sobre la playa, en hilera, se alínean las 4X4 de todas las marcas famosas, de todos los colores y todas último modelo. Con ellas, y un guía que los orienta para no quedar con las gomas hacia arriba, realizan travesías por los médanos movedizos. En el lugar, los que no tengan vehículos pueden alquilar cuatriciclos Honda para realizar periplos similares. Una hora puede costar 75, 65 o 50 pesos, según la cilindrada elegida. Para subirse a una moto “no hace falta registro de conductor, porque el manejo es muy sencillo y nosotros los acompañamos para que no haya problemas”, explica Mónica, la encargada de Iron Horse, una de las tres empresas que alquilan motos para andar sobre la arena.
La hacedora de la playa es Mariana Romano, quien desde la adolescencia ha practicado deportes náuticos. Dice que el lugar “no puede funcionar sin un buen sponsor (este año lo auspicia Toyota)” y que “en la Argentina hace falta legislar en materia turística, porque no existen normas para fomentarlo y todo se hace a pulmón, sin una planificación que haría mucho más provechoso el negocio, para nosotros y para el país”. Asegura que la falta de una planificación turística “hace que la temporada, en vez de cuatro meses, se reduzca a 45 días, porque hay que trabajar mucho en materia de relaciones públicas para conseguir los fondos para funcionar”. De todos modos, a pesar de las quejas, ella está muy contenta con su parador: “Hemos armado una buena propuesta para la gente que viene y que, como verás, es de muy buen nivel económico”. En la playa también se puede comer muy bien, bailar los fines de semana o presenciar desfiles de modelos top. Para los curiosos hay un dato interesante: no se cobra entrada al balneario y todas las instalaciones externas a la confitería son igualmente gratuitas, incluyendo los cómodos futones para tirarse al sol.
Leandro, de 19 años, nacido en San Fernando, es el instructor de kite surf, un deporte que se practica con tablas de surf y una cometa adherida por una soga plástica a la cintura del competidor. La cometa está a unos diez metros del deportista, que puede orientarla a ras del agua, para deslizarse rápidamente sobre la cima de la ola, o elevarla y bajarla, para levantar vuelo o para aterrizar sobre el océano. Es como un parapente pequeño, muy movedizo, difícil de manejar. “Es un poco complicado, pero con cuatro o cinco lecciones se puede andar y la sensación que se logra es muy placentera.” También están los más tradicionales veleros sobre tablas de surf (wind surfing) y las motos acuáticas (jet ski), con las cuales los jóvenes de la playa deportiva hacen maravillas de acrobacia. Sport Beach está pasando la playa La Frontera, que años atrás era el límite de Pinamar, hacia el norte.

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“Los coletazos que pega el bicho al quedar enganchado en el anzuelo son terribles”, cuenta un pescador.
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