SOCIEDAD
El rito de bailar y mostrarse en los boliches de moda en Pinamar
Las chicas bailan solas y se exhiben como inalcanzables. Y si el esfuerzo de ellos tiene éxito, todo sigue en la playa, ya de mañana. Crónica de la noche en las discos más concurridas.
Por Carlos Rodríguez
Pasadas las 3, la Avenida del Libertador, que lleva a las discos El Alma y Ku, se transforma en un desfile de chicos y chicas, que van y vienen, a pie, en motos o en coches último modelo, generalmente descapotados para tener una buena visión de lo que ocurre alrededor. Las invitaciones, algunas exitosas y muchas que acaban en rotundos rechazos, se entrecruzan a lo largo de diez cuadras que comienzan a marcar la mala o buena fortuna de una noche que se juega a cara o cruz, como si fuera la última en la vida. Todos van muy entonados, al punto que muchos peatones –hombres y mujeres– trastabillan, caen y se vuelven a levantar como empujados por un resorte. Camila, que llegó a estas playas desde Ramos Mejía, tropieza “con un corcho” –así justifica el traspié– y entre risas vuelve a acomodarse su mínima falda y el gorro negro, ridículo para cualquiera, que a ella le queda tan bien, a pesar de la arena que se adhirió en la caída. Nada ni nadie impedirá que ellas lleguen a las discos de moda y los que quieran tenerlas, que las sigan y prueben si ésa es su noche de suerte.
En El Alma, la primera prueba a superar es la entrada general de 15 pesos –puede bajar a diez si el tarjetero está de buen humor y regala alguna contraseña– y los enormes patovicas, que se muestran tan amables como un portero de hotel cinco estrellas. En la entrada, Jessica y Anita, dos amigas llegadas de San Isidro, interrogan a algunos chicos y se presentan, desinhibidas, listas para iniciar “dulces amistades”. En las pistas de baile, las chicas se suben a las pasarelas y bailan generalmente solas, golpeando sus caderas al compás, como si formaran parte del ballet estable. Los chicos más lanzados las festejan, las endiosan y ellas se ríen, maliciosas, como si ellos fueran seres insignificantes. Y lo son, en apariencia, frente a esas mujeres inalcanzables.
Pero no todo es guerra entre hombres y mujeres. Nicolás, Tomás y Guido llegaron de Vicente López con sus amigas Florencia y Agustina, con las que comparten playa, disco, merienda y cena. “Desayuno y almuerzo no existen para los que se despiertan después de las cinco de la tarde”, aclaran. Cuando mucho el café con leche, cerca de las 10, es servido en las playas de Ostende, ubicadas a espaldas de las dos discos de moda, que están a escasas diez cuadras del centro de Pinamar. “El romance y la acción empiezan a esa hora; si hay onda, recién a esa hora se abren las puertas”, dice Flor jugando el papel de femme fatale. “A esa hora se entregan y piden perdón por todo el mal que nos han hecho”, alardea Guido con un impropio matiz tanguero.
Angie llegó de Belgrano para quedarse toda la segunda quincena de enero en Pinamar. “Los porteños son insoportables”, dice con inconfundible acento de la zona norte de la ciudad de Buenos Aires. “Son tan poco sutiles, que para tratar de conseguir algo lo primero que hacen es tocarte el culo. Los chicos de las provincias, cordobeses, santafesinos, son mucho mejores. Te encaran, pero te hablan, te tratan como a una persona”. A su lado, Luli, Peque, Laura y Maris, todas de Belgrano, adhieren a la declaración de amor a los reivindicados “cabecitas negras”. Las frases son apenas como flashes en medio del desenfreno de la danza, el champán, el vodka, el whisky, la infaltable cerveza, los daiquiris de frutilla y los energizantes para “mejorar la performance”, durante y después del baile.
En los salones VIP de El Alma y Ku, donde causó sensación hace apenas unas noches el actor Mariano Martínez, las go-gó dancer, enfundadas en minifaldas camufladas, pasan casi desapercibidas frente a tantas chicas bellas y dispuestas a ponerse la noche en el bolsillo. La distancia entre la primerísima clase y el resto son las entradas, cuyos valores oscilan entre los 250 y los 400 pesos. En los meses de verano, las dos discos de moda revientan de gente –unos cinco mil chicos pasan cada noche, los fines de semana–, sobre todo por el atractivo que representa la presencia de los D.J. Gustavo Palmer, George Morel, Echoment, Antony Pappas, Lois Paris o George Morel, entre otros.
Renata, Sol, Belén y Luna bailan solas, en un círculo apretado, mientras los chicos las miran como si fueran el resultado de un pase de magia. “Venimos a bailar entre nosotras y es muy difícil que nos juntemos con los chicos. Lo nuestro es el baile, el glamour, la sensualidad hasta ahí, salvo que choquen los planetas”, susurra Sol con una sonrisa malévola que abre interrogantes sobre si dice la verdad o es apenas un aspecto más del juego. En Ku y en El Alma, que se comunican entre sí a través de pasillos, terrazas o patios, los encuentros cercanos entre hombres y mujeres se dan sólo en los lugares que tienen luz blanca. En las pistas, la media luz que parpadea al ritmo de la música electrónica, apenas insinúa lo que podría llegar a ser. No hay prácticamente parejas, son solos y solas que buscan un recuerdo inolvidable.
Si hay onda, los encuentros se producirán después, bajo las primeras luces del sol, en la playa, luego del café con leche y las medias lunas. “Ahora jugamos, sin jugar. Después veremos si alguno merece algo más que el placer de habernos visto”, pontifica Belén, y sigue danzando como si fuera Salomé, pero sin quitarse ningún velo, todavía. Más allá del círculo vicioso que conforman Ku y El Alma, está Manumidssion, una disco a la que van sólo los adolescentes. Otros jóvenes optan por moverse en Rugbeer, Barcelona o Privilege, mientras que los nostálgicos de los setenta se encierran en Cicerón, donde reina el rock and roll. En todos lados hay ruido y sensualidad, pero nada se compara con el clima de Ku y El Alma. “Nosotras entramos acá y volamos, me entendés, volamos”, dice Camila, la del ridículo gorrito negro, mientras aletea con los brazos bien abiertos. Y nadie duda de que puede volar.