SOCIEDAD › LOS ARGENTINOS QUE COMPITEN PARA DISEÑAR UNA NAVE ESPACIAL TURISTICA

Un gaucho al espacio

El equipo del ingeniero Pablo De León es el único latinoamericano que compite en el concurso internacional para diseñar una nave para vuelos suborbitales turísticos. El premio son 10 millones de dólares. La nave se llama Gauchito.

 Por Andrea Ferrari

“Gauchito (little cowboy).” Eso dice, con toda seriedad, la presentación oficial del grupo argentino que compite en el X prize, un concurso internacional para crear una nave espacial de bajo costo que permita hacer vuelos suborbitales turísticos. El equipo de 34 personas, liderado por el ingeniero aeroespacial Pablo De León, es el único latinoamericano que se atrevió a presentarse a tan ambicioso proyecto y compite contra otros 23 grupos, que en su mayoría cuentan con recursos sustancialmente más abultados. Pero, aunque reconocen que están “entre los más pobres” y que las posibilidades de alzarse con los diez millones de dólares del premio “son mínimas”, los mentores del Gauchito no se achican y avanzan en las pruebas de su prototipo, “con mucho entusiasmo y dedicándole más tiempo del que deberíamos”, según cuenta De León a este diario desde Estados Unidos. Es que el desafío va más allá del premio: quienes logren imponer en el mercado una nave espacial apta para el turismo a precios razonables tendrán un futuro lleno de estrellas.
El X prize, nacido en 1996 como idea del doctor Peter Diamandis, se inspira en los concursos destinados a desarrollar la aviación lanzados en los primeros años del siglo XX, y en particular en el premio Orteig, que ganó Charles Lindbergh en 1927 con su famoso vuelo transatlántico. La premisa del concurso es clara: el premio de diez millones será otorgado al primer equipo que logre, con financiamiento privado, construir y lanzar una nave espacial con tres tripulantes que llegue a cien kilómetros de altura. El segundo punto –que, por cierto, no es menor– es que regresen sanos y salvos a la Tierra, y el tercero es que la misma nave pueda repetir el lanzamiento dos semanas más tarde.
El 1º de enero de 2005 vence el plazo para obtener el premio, que está garantizado a través de un seguro: si hasta ese momento ninguno de los participantes logró el objetivo, el concurso se mantiene pero ya no hay cash, sólo el honor. Sin embargo, es el honor lo que muchos buscan, y lo que viene después: fama y dinero.
Desafío gaucho
El grupo encabezado por De León está entre los pioneros: se inscribieron en el concurso en 1997, cuando había escasos participantes que habían recogido el guante. Son en su mayoría miembros de la Asociación Argentina de Tecnología Espacial, si bien para este proyecto trabajan de manera independiente. “Eramos un grupo ya formado, que habíamos trabajado en un proyecto exitoso, el PADE –el Paquete Argentino de Experimentos que voló en la misión del Transbordador Endeavour en 2001– y teníamos experiencia en diseño y propulsión de cohetes”, cuenta.
De León destaca que son el único grupo latinoamericano que se anotó en la competencia, “y es interesante que los demás competidores, de países industrializados, trabajen con nosotros como pares y no como habitualmente estamos acostumbrados a sentarnos a la mesa”. Pero dice también ser consciente de que “estamos entre los competidores más pobres y con menos recursos y que las posibilidades de ganar son mínimas”.
Aun así, el grupo figura en el sitio de Internet del X prize como uno de los doce “que actualmente está construyendo motores y/o vehículos a tamaño real”. Lógicamente, entre estos doce están los que tienen mayores posibilidades de alcanzar la meta. Pero eso no significa que estén en las mismas condiciones: según De León, “el que está más cerca es el norteamericano Burt Rutan, quien recibió entre 24 y 30 millones de Paul Allen, uno de los fundadores de Microsoft y con ese dinero se puso al día. El mayor problema para todos los competidores es justamente los fondos –explica–: es difícil que alguien ponga plata en un proyecto tan loco. Uno no puede ir con un plan de negocios demasiado lógico para buscar fondos”.
De León vive actualmente en Cabo Cañaveral –“fui y vine de Argentina con cada debacle económica”, dice–, donde tiene una pequeña empresa aeroespacial con la que trabaja como consultor externo para la Nasa. De ahí surgen los fondos, “junto con algunos aportes materiales” para avanzar en el proyecto.
¿En qué consiste el Gauchito? “El concepto es muy sencillo –explica–, no inventamos nada demasiado revolucionario, sino buscamos tomar cosas probadas, fáciles de conseguir, prácticas, de modo que no cueste mucho. Básicamente es un cohete que se lanza verticalmente, tiene en la parte superior una cápsula cónica y una vez que llega a la altura máxima, la cápsula se separa y cae en paracaídas. El cohete, que también es reutilizable, desciende en paracaídas de manera independiente, en ambos casos en el agua: lo haríamos en el océano Atlántico, todo sobre la costa argentina”. Aunque ya hicieron las primeras pruebas, De León señala que “hay que hacer muchos vuelos no tripulados exitosos antes de poner un tripulante a bordo. Nosotros lo vamos haciendo en la medida en que vamos teniendo fondos”.
El nombre del proyecto es, en verdad, una broma. “Hablábamos de que todos los aviones argentinos tenían nombres que aludían a lo gauchesco o nacional, como el Pampa o el Pucará. Lo llamamos Gauchito como riéndonos de esa manía de nacionalizar excesivamente las cosas y casi diría por error lo mandamos así. Allá les encantó el nombre y quedó, aunque no sé si seguirá llamándose así en el futuro.”
El futuro
En cuanto al plazo previsto, enero de 2005, De León no es optimista: “No llegamos ni por casualidad”, se sincera. Hay equipos, como el de Rutan, intentando llegar a esa fecha, aunque aún no saben si pueden. En cualquier caso, al parecer la meta más codiciada no es, como uno podría pensar, los diez millones.
“Yo no creo que ninguno de los competidores esté por el premio –sostiene De León–. Rutan, por ejemplo, invirtió entre 24 y 30 millones y sería ridículo que lo haya hecho para ganar diez. La intención no es tanto obtener el premio como abrir el mercado: una vez que uno tenga un vehículo diseñado lo puede ofrecer para todos los que quieran hacer turismo espacial. Hoy unos pocos pueden pagar 20 millones de dólares como hizo Dennis Tito. Se cree que los pasajes de vuelos suborbitales saldrían unos 25 mil dólares, una cifra que muchos podrían pagar. Es decir que el éxito no estará tanto en ganar el premio en cash sino en las posibilidades de tener diseñado un vehículo para hacer un vuelo de estas características a bajo costo. Eso es lo que piensa la mayoría de los competidores.”
Ellos, por lo pronto, piensan seguir aunque otro gane el premio. Existe un estímulo extra: los organizadores del concurso planean instaurar una copa anual con premios menores. “Hemos avanzado bastante con el diseño y creemos que es un desafío que vale la pena.”
–Si es tan atractivo el mercado que se abre, ¿por qué ninguna gran empresa busca construir esa nave para el turismo espacial?
–Las empresas más importantes del tema espacial, como Boeing o Northrop Grumman, le cobran a la Nasa cientos de millones de dólares por cada vuelo. El transbordador espacial, por ejemplo, cuesta entre quinientos y mil millones por vuelo. Entonces, ¿por qué van a querer diseñar un sistema de transporte espacial barato donde ganan mucho menos? No, ellos quieren mantener el statu quo de las cosas y evitar que esa tecnología se desarrolle por siempre, si pueden. La única oportunidad que tienen los viajes espaciales económicos de desarrollarse es con empresas chicas, que tengan idea distinta de costos. Si vas a comprar un tornillo por cinco mil dólares, como es el precio de una pieza más pequeña del transbordador espacial, nunca vas a lograr que los viajes bajen el costo.
Y ahí es donde el Gauchito pretende hacer lo suyo.

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Una reproducción de computadora del Gauchito, tal como se verá si gana el concurso.
 
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