SOCIEDAD › LA INCREIBLE HISTORIA DE OLGA CHEJOVA, ACTRIZ Y ESPIA
La rusa que sedujo a Hitler
Sobrina de Chéjov, escapó de la Revolución Rusa y se transformó en estrella del cine alemán. Enamoró a Hitler y Goebbels, y los espió para Stalin. Una saga descubierta por el historiador Antony Beevor en su último libro.
Por Julia Luzán *
El convertible de Goebbels, ministro de Propaganda e Información de la Alemania de Hitler, se detuvo a las puertas de los estudios de cine UFA (Universum-Film AG) en Babelsberg, en las afueras de Berlín. Un hombre uniformado sujetó la puerta mientras entraba una hermosa mujer de aire eslavo, de grandes ojos claros, vestida con falda de tafetán larga y una escotada blusa negra, atuendo quizá poco apropiado para aquellas primeras horas de la tarde de un tibio día de mayo de 1939. Pocos podían imaginar que la desconocida se dirigía a la residencia del ministro de Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop (artífice del pacto germano-soviético, juzgado y condenado a muerte por crímenes de guerra en Nuremberg), invitada a una recepción en honor del hombre que regía los destinos de Alemania. Pero Olga Chéjova era una de las estrellas de cine por las que el Führer sentía la más absoluta admiración. La fotografía de Olga en primera fila, sentada al lado de Hitler, dio la vuelta al mundo.
Rusa, sobrina del escritor Antón Chéjov, refugiada en Berlín tras el estallido de la Revolución Rusa, Olga Chéjova fue una heroína de película. Cautivó a Hitler y espió a la vez para los servicios secretos de Stalin. Una Mata-Hari con suerte que rodó a las órdenes de los grandes directores del cine mudo, Murnau, Lubitsch o Lang. Antony Beevor, autor de Stalingrado, La batalla de Creta y Berlín, ha buceado en la vida de esta actriz-aventurera-espía en su libro El misterio de Olga Chéjova.
Hitler y Goebbels sentían auténtica pasión por el cine. No sólo era un arma de propaganda que utilizaban a su antojo, también una afición que ambos compartían (posiblemente, Goebbels vio más de 1100 películas durante los 12 años que duró el régimen nazi) junto con la admiración por las actrices, y en medio de esa corte que festejaba al canciller del III Reich, la rusa Olga tuvo un papel destacado.
Chéjova (1897-1980) vivió desde niña bajo la influencia de su tía Olga Knipper, Olia. La viuda del autor de La gaviota y El jardín de los cerezos, el alma del Teatro del Arte de Moscú, grupo formado por Stanislavski, alentó y fomentó las inquietudes artísticas de los hijos de su hermano. De su sobrina Olga le fascinaba su “encantadora belleza” y de su sobrino Liev (que tendría un papel preponderante en las actividades de espionaje de Olga en Berlín), su extraordinario sentido musical.
La revolución sorprende a Olga –casada con su primo Mijail Chéjov y madre a los 19 años de una niña, Ada– en trance de separación de un marido alcohólico y depresivo. Los sinsabores de Olga durante la guerra civil fueron penosos. Se lavaba la cara con ceniza y cocinaba papas heladas en una estufa de leña. La mayor parte de las actrices en Moscú recurrían a la prostitución para sobrevivir. Olga echó mano de sus antecedentes germánicos y quiso probar suerte en Berlín. Solicitó un permiso de salida de seis semanas y dejó a su pequeña hija con sus padres en Moscú.
Cuenta Beevor que en las delirantes y fantasiosas memorias que Olga escribió dice que el aval para salir de Moscú fue firmado por la mujer de Lenin. Puro delirio.
Olga salió de Rusia en enero de 1921. Tenía 23 años. Según cuenta en su diario, había escondido su objeto más preciado, un anillo de diamantes, bajo la lengua. Tenía que evitar que los guardias lo encontraran, ya que los bienes decomisados se consideraban propiedad del Estado y con esa joya contaba para sobrevivir en Berlín. En la capital alemana, la joven rusa se fue abriendo camino entre la gente del cine, entre la que se encontraba el productor Erich Pommer, artífice del mayor complejo cinematográfico en Europa, los estudios UFA, en los que rodaron sus grandes películas Lubitsch, Murnau y Fritz Lang. Murnau la seleccionó para un discreto papel en su film La joven señora del castillo (Schloss Vogelöd). Su debut en el cine mudo gustó a la crítica, y alguno hasta la comparó con la mítica Eleonora Duse. Liev Knipper acudía con frecuencia a visitar a su hermana Olga en Berlín. La ciudad, que acogía en los años veinte a miles de exiliados rusos, era un nido de espías y agentes dobles. Posiblemente el joven Knipper ya había sido reclutado por los agentes de seguridad del Estado (la OGPU, precursora del KGB), y Olga “era una figura fundamental a la hora de organizar cualquier tipo de encuentro entre los exiliados rusos en Alemania”. Los servicios secretos querían utilizar a Olga como espía durmiente y aprovecharse de sus contactos en las altas esferas. Olga, a su vez, quería ayudar a su familia en Rusia y sacar a su hija, Ada, de Moscú. Según el general Sudoplatov, que dirigía los servicios soviéticos en Alemania, la colaboración de Chéjova se basaba en “una relación de confianza con nosotros y en las obligaciones impuestas por su reclutamiento”. Esta frase, señala Beevor, denota que si Olga firmó un documento, lo hizo con carácter de agente voluntario, sin sueldo alguno.
Konstantin Knipper, el padre de Olga, muere en Moscú, y su madre se traslada con la pequeña Ada a Berlín, donde la Chéjova era la estrella de moda. Rodaba de cinco a seis películas por año, en las que interpretaba a estereotipadas damas de la alta sociedad, y se había convertido en una buena actriz que se transformaba en cada papel. Trabajaba a destajo: por las mañanas acudía a los estudios de rodaje y por las noches actuaba en el Renaissance-Theater de Berlín. Estaba en racha y decide cultivar su papel de diva. Se compra un coche, un Talbot descapotable. “Querida tía –escribe–, por todos lados hay carteles que anuncian mi actuación y en los periódicos se habla de mí. No podía imaginar lo que sentiría antes de subir al escenario, porque nunca he recibido formación alguna como actriz. Me he dado cuenta de que lo que soy capaz de dar a los demás en el teatro es más sencillo para mí que la vida que hay fuera del escenario.”
En el piso de 15 ambientes que ocupa la familia en Berlín, la madre de Olga gobierna a su antojo con ayuda de doncellas, cocinero, una institutriz inglesa, un perro... Si a Chéjov los Knipper le habían parecido en Moscú algo germánicos, en Alemania eran absolutamente rusos.
Olga tiene una intensa actividad social. Consigue la ciudadanía alemana. Viaja a Roma y París, donde rueda con René Clair Un sombrero de paja de Italia (1926). Más tarde intervendrá en Moulin Rouge, en la que baila una erótica danza con una serpiente pitón enroscada. Hitler ha descubierto ya a la actriz rusa. Lo deslumbra con su interpretación en Fronteras en llamas. Por entonces, Chéjova rueda su primera películas sonora, Die Drei von der Tankstelle (1930), y consigue un contrato de la Universal para rodar en Estados Unidos. Viaja a Hollywood, donde coincide con Greta Garbo y Charlie Chaplin. Pero no acaba de cuajar. Su marcado acento ruso-alemán no es lo más apropiado para el nuevo cine sonoro, y además Olga está un poco rellenita. Le falta glamour y le sobran nueve o diez kilos.
El 30 de enero de 1933, Hitler gana las elecciones en Alemania. Pocos días después, Chéjova es presentada al nuevo canciller. “Me invitaron a una recepción ofrecida por el ministro de propaganda, Goebbels. A mí y a otros actores nos presentaron a Hitler, y él aseguró que era un placer conocerme. También expresó su interés por el arte ruso y por mi tía Olga...”. Desde ese momento, Olga pertenece a la corte del III Reich y vive momentos de gloria.
“A partir de 1936 comencé a gozar de un gran éxito en escena y no había extranjero al que no llevaran, durante su estancia en Berlín, a ver una de mis representaciones como a quien llevan a visitar el zoológico.” La embajada soviética en Berlín envía informes a Moscú, y hablan de Olga como “la prima donna de la cinematografía nazi”. En 1936, el régimen nazi la nombra Staatsschauspielerin (actriz del Estado). Aquel año, Olga decide casarse con un millonario belga, Marcel Robyns. Un día antes de su boda, Hitler le da permiso para conservar la nacionalidad alemana. Su matrimoniocon Robyns sólo duró un par de años. Se consuela con un joven rubio y guapo, el actor Carl Raddatz.
Septiembre de 1939. Alemania invade Polonia. El gobierno de Moscú inicia a Olga en labores de espionaje. Su cometido consiste en tender lazos con los generales y funcionarios alemanes contrarios a la idea en entrar en guerra con Rusia. Stalin tenía que ganar tiempo porque las purgas en el Ejército Rojo lo habían dejado diezmado y era preciso recomponerlo antes de entrar en combate.
En noviembre de 1940, Stalin envió una delegación, encabezada por el ministro de Asuntos Exteriores, Mólotov, a Berlín para negociar con Hitler sobre el creciente número de tropas alemanas apostadas en Finlandia y Rumania, y conocer sus objetivos sobre la guerra. Olga Chéjova, en la recepción que ofreció Mólotov a sus anfitriones nazis, tuvo un aparte con Merkulov, el subdirector de la agencia rusa de espionaje, quien le informó de que Stalin quería identificar a personas influyentes en Alemania opuestas a la idea de atacar a la Unión Soviética.
En su función de agente doble, Olga rodaba entonces películas de propaganda con las que justificaba las invasiones alemanes y los ataques a Inglaterra. Visitaba también a las tropas alemanas para infundirles moral. En una de esas giras, en septiembre de 1940, Olga se paseó por la división de cazas de la Luftwaffe en Normandía, actuó luego en París y se acercó hasta Bruselas y Lille. Fue allí donde conoció al amor de su vida, un joven y apuesto capitán de aviación, Jep. La Chéjova había cumplido ya 43 años y le gustaban los hombres jóvenes y llenos de vida. Fue una relación intensa, pero a distancia, que acabó trágicamente. En diciembre de 1941, el avión de Jep fue derribado mientras sobrevolaba Inglaterra.
En octubre de 1941, con Moscú seriamente amenazado por la invasión de Hitler, la agencia de espionaje ruso decide crear un grupo autónomo concebido para asesinar a Hitler y a sus colaboradores más íntimos en caso de que el Führer llegase a Moscú. Liev Knipper, el hermano de Olga, y su esposa Mariya Garikovna, fueron los encargados de diseñar la operación y establecer contacto con Olga para llevarla a cabo. Stalin, finalmente, abortó el proyecto, temeroso de las consecuencias que podrían derivarse del asesinato de Hitler, que propiciaría una paz de los aliados con el nuevo régimen alemán y dejaría a los soviéticos aislados.
El 22 de junio de 1941, Hitler declara la guerra a la Unión Soviética. Un mes después, Magda Goebbels telefoneó a Olga Chéjova para invitarla a un almuerzo. A la comida asistieron actores, diplomáticos y funcionarios del Ministerio de Propaganda. Durante la reunión, Goebbels habló con Olga acerca de que la toma de Moscú sería inevitable: “¿No cree usted que la guerra habrá terminado antes de que llegue el invierno y podremos celebrar las navidades en Moscú?” Olga le contestó, muy seria: “Napoleón pudo comprobar lo que eran las vastas tierras rusas”, dijo. En su diario, Olga anotó aquel día que Goebbels le había dirigido tras el comentario una mirada recelosa. Ella siempre sostuvo que su respuesta a Goebbels sirvió para incluirla en una lista negra. Algo absolutamente falso porque no paraba de rodar. Entre 1942 y 1944 trabajó en al menos siete películas y continuaba recibiendo invitaciones del ministro de Propaganda, aunque ya no hablaba de ella como su actriz favorita.
El 1º de febrero de 1945, Olga Chéjova –amante entonces del oficial nazi Albert Sumser, 16 años más joven que ella y entrenador del equipo olímpico de atletismo– regresó a Berlín desde Praga, donde estaba rodando una película. El Ejército Rojo se encontraba a tan sólo 100 kilómetros de Berlín. Olga enterró sus joyas en el jardín de su casa, en Glienecke, muy cerca de la capital alemana.
El 26 de abril, soldados del Ejército Rojo aparecen en casa de Chéjova. Al escuchar hablar a Olga en ruso pidieron órdenes al mando y se la llevaron detenida. El oficial recuerda a una Olga Chéjova “de cabello negro y llenode grasa, con enormes pechos y de carácter furibundo”. El Ejército Rojo acusó a la actriz de traición, pero un coronel, al enterarse del apellido de Olga, informó al servicio de contraespionaje ruso. Al día siguiente, un coche con dos oficiales soviéticos la escoltaron hasta su casa.
Poco después, Olga fue requerida para viajar a Moscú para “un encuentro de setenta y dos horas” con Stalin. Olga escribió durante su detención en aquel apartamento: “Por lo que se ve, hay quien dice tener información de que yo era íntima de Hitler. ¡Dios mío, cómo me he reído! ¿De dónde saldrán tantos infundios? No son más que calumnias increíbles y despreciables. Cuando una tiene la conciencia limpia no hay nada que pueda afectarla. En fin, el tiempo dirá si me creen o no...”.
En 1949, Olga Chéjova fundó su propia productora, Venus-Film Munich/Berlín. Entre 1949 y 1974 rodó 22 películas, pero las últimas no tuvieron éxito y su negocio quebró. También escribió sus memorias, “tan pintorescas como poco sinceras”, tituladas No tengo nada que ocultar, y editó una guía de belleza, La mujer que no envejece. Montó además una firma de cosmética, la Olga Tschechowa Kosmetik.
Murió en 1980, a los 83 años. Antes de exhalar el último suspiro, Olga Chéjova bebió un sorbo de champaña y exclamó: “La vida es bella”.
*De El País Semanal. Especial para Página/12.