SOCIEDAD › ASOMBROSO HALLAZGO EN UN CEMENTERIO INCAICO
Visita al reino de las momias
Hay unas diez mil momias, de las que fueron rescatadas 1286. Se conservaron en tal cantidad debido al clima seco del lugar.
Es la ciudad de las momias. Diez mil, desde hace quinientos años, se conservaban en un cementerio incaico, a pocos kilómetros de Lima. Muchas estaban dispuestas en fardos de varios cadáveres, cada uno en posición fetal, envueltos para su resguardo en centenares de metros de tela y algodón crudo. Las rodeaban 70.000 objetos, desde estatuillas hasta plumas y comida en buen estado de conservación. Un equipo de arqueólogos rescató más de mil momias. Se requerirán años para estudiar ese tesoro, que ya ofrece indicios sobre las principales causas de muerte entre 1438 y 1535 en el imperio incaico: heridas en combate, malnutrición, tuberculosis y sacrificios humanos. Las momias que no fueron rescatadas ya no podrán serlo: la sequedad del clima preservó su contenido durante más de cuatro siglos pero sucumbirán en pocos años bajo el efecto ambiental de los contemporáneos desplazamientos de población –en este caso, por la lucha contra Sendero Luminoso– y por la desaprensión de las empresas inmobiliarias con respecto al subsuelo.
“Puruchuco-Huaquerones” es el nombre del yacimiento situado en las afueras de Lima, en la barriada Tupac Amaru, asentamiento humilde que se creó en 1989 con refugiados de la lucha contra el movimiento guerrillero Sendero Luminoso. El Instituto Nacional de Cultura peruano designó como monumento nacional la zona, para facilitar las excavaciones.
“Hemos desenterrado hasta ahora 1286 momias y estimamos que hay por lo menos 10.000”, afirmó ayer en Washington el arqueólogo peruano Guillermo Cock, quien dirige las investigaciones por cuenta de la National Geographic Society de Estados Unidos, que financió parte de los trabajos. Según esta entidad, el hallazgo es el más importante en cuanto a cantidad de restos de un mismo período incaico, y el segundo en importancia en cuanto a la cantidad de momias rescatadas.
El cementerio abarca el período entre 1438 y 1535, según estiman los investigadores. La momificación obedeció al clima relativamente seco de la región. “No encontramos ningún rastro de embalsamamiento, a diferencia de otra momias incas de la época del alto imperio halladas en la región de Cuzco. En este caso, los cuerpos se secaron naturalmente”, observó Cock. De todos modos los incas, al enterrar a sus muertos, contribuían a la preservación envolviéndolos en centenares de metros de telas de algodón. Y los vestían con todos los ponchos y ropas que venían usando en vida.
En muchos casos los cuerpos estaban agrupados en “fardos de momias”, que incluían hasta siete. Los arqueólogos apodaron “El Rey del Algodón” a uno de estos fardos, que incluía centenares de kilos de algodón crudo. Se encontraron por lo menos 18 “cabezas falsas”, rellenas de algodón, provistas de máscaras y pelucas. Estas cabezas como de muñeco remataban el disfraz de sí mismo que vestían los muertos: envueltos en tanta tela y algodón, la deformidad del bulto debía ser adecuada a la forma del cuerpo y la falsa cabeza representaba a la del cadáver que, en posición fetal, se resguardaba en lo más profundo del envoltorio.
Junto a las momias y entre las telas se encontraron más de 70.000 objetos, entre ornamentos de plumas –en buen estado de conservación–, joyas, utensilios, estatuillas, armas y cerámicas, restos de comida y maíz para preparar la “chicha”, bebida alcohólica andina. Se trataba de que el fallecido fuese con sus pertenencias al mundo de los muertos.
“Esta es una oportunidad única para estudiar un período que es famoso pero del que se conoce muy poco”, se entusiasmó Cock, aunque “es frustrante tener que irnos ahora. Lo que queda hubiera sido una contribución enorme al conocimiento de los incas”. Es que el equipo de arqueólogos tuvo que trabajar contrarreloj desde 1999 –cuando fue descubierto el cementerio– para salvar lo que pudieran mientras avanzaban los trabajos de urbanización en la barriada. Muchas de las momias que permanecen ya empezaron a descomponerse por efectos de filtraciones de aguas servidas de la población actual.
El análisis de lo rescatado demandará varios años. Los primeros estudios señalan, entre las causas de muerte, la tuberculosis, la malnutrición, las heridas en combate y, también, sacrificios humanos. Los estudios venideros incluirán análisis de ADN, para establecer parentesco entre los cuerpos, y una batería de estudios no invasivos mediante rayos X, ultravioletas y otros que permitirán saber de qué se alimentaban esas personas, qué parásitos los afectaban y qué deformaciones óseas guardan las huellas de sus actividades. La arqueóloga argentina Alicia Kurc –del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, de la UBA– comentó que “así como los arqueólogos de nuestra cultura encontrarán los problemas de columna vertebral causados por estar muchas horas ante la computadora, los de estos restos dejarán saber cómo cargaban cosas esas personas, cómo se sentaban para trabajar o cómo eran sus peleas”.