Martes, 28 de febrero de 2006 | Hoy
Fue fabricada a pedido del ejército, durante la Segunda Guerra, por ingenieros de la Universidad de Pennsylvania, pero llegó cuando la contienda había finalizado. Fue clave en la construcción del liderazgo de Estados Unidos.
Por Gabriel Guralnik *
En febrero de 1946 se encendía, en Estados Unidos, la primera computadora digital de la historia. Digital, es decir, con un código interno de “unos y ceros”. Un ejemplo aclara el tema: el reloj que indica la hora con agujas es “analógico”; el que indica la hora con números es “digital”. Habían pasado apenas seis meses desde Hiroshima y Nagasaki. Estados Unidos, la única potencia con arsenal nuclear, tenía ahora una nueva arma, que con las décadas habría de ser más demoledora que las bombas atómicas. Muerto Hitler, en Europa se insinuaba ya la división entre el Este y el Oeste. Desde ambos bordes, el inmenso Ejército Rojo y las fuerzas de Occidente se miraban con creciente desconfianza.
La primera computadora del mundo se llamó Eniac (Electronic Numerical Integrator and Computer). En buen romance, Computadora e Integradora Numérica-Electrónica.
En 1942, con Estados Unidos en guerra, la Escuela Moore (Facultad de Ingeniería de la Universidad de Pennsylvania) fue contratada por el ejército para confeccionar tablas de tiro, que se utilizarían en balística. Las cuentas requeridas eran gigantescas. Un calculista experto, trabajando en su escritorio con una calculadora de la época, podía demorar más de cuatro años en hacer sólo una de las miles de tablas requeridas. Con el apoyo de la más avanzada tecnología (las computadoras analógicas), la Escuela Moore podía hacer la misma tabla en un mes. Pero los tiempos de la guerra no permitían semejante demora. Fue entonces cuando el teniente Herman Goldstine, que hacía de enlace entre el ejército y la Escuela Moore, se encontró con el proyecto que habría de cambiar la historia. Su autor era un físico e ingeniero, llamado John Mauchly, quien trabajaba asociado con el también ingeniero John Prespert Eckart.
A comienzos de 1943, el curso de la Segunda Guerra Mundial estaba cambiando. Los alemanes ya habían sufrido la derrota de Stalingrado. El 9 de abril de ese año, Eckart y Mauchly obtuvieron el permiso para iniciar la construcción de la Eniac. Con un presupuesto inicial de 150.000 dólares y la esperanza de usar el nuevo “monstruo matemático” en la guerra, el resultado pareció terminar en desilusión: el costo se elevó a casi medio millón de dólares y la máquina no estuvo lista hasta varios meses después de la caída del Eje.
Pero la inversión y el tiempo habían valido mucho más de lo que se podía imaginar en esos días: los dos John estaban encendiendo, en 1946, un arma que no sólo haría más fuerte al ejército de su país, sino también a sus empresas.
La Eniac cubría casi 1600 metros cuadrados (lo que equivale a casi un cuarto de manzana). Pesaba 30 toneladas y consumía 100 kilovatios. Sus 17.468 válvulas ocupaban pasillos y pasillos. Entre ellas, los 7500 interruptores y los más de 7000 condensadores y resistencias, se generaba un calor tan grande que sólo podía disiparse con unos tremendos equipos de aire acondicionado. Por los pasillos iban y venían, todo el tiempo, técnicos encargados de cambiar los repuestos quemados. La entrada y salida de datos se llevaba a cabo con tarjetas perforadas.
Pero el gigante mostró enseguida sus méritos. Podía realizar 5000 sumas o restas en un segundo y 300 multiplicaciones en el mismo tiempo. Era lenta si la comparamos con una PC actual, que puede hacer en un segundo 100 millones de sumas o restas. Pero en su época, nada podía igualarla: era hasta 1000 veces más rápida que las más modernas calculadoras mecánicas. Y en una prueba, en el mismo mes de su estreno, resolvió en dos horas un problema de física nuclear que, previamente, habría requerido 100 años de trabajo humano.
Lo que diferenciaba a la Eniac de las máquinas anteriores no era sólo su velocidad, sino también su capacidad de combinar operaciones de distinto tipo. Así, podía efectuar tareas que antes, para una máquina, eran imposibles.
Por supuesto, el ejército de Estados Unidos hizo valer su inversión. En 1949, la URSS logró detonar su primera bomba atómica, emparejando la capacidad destructiva de su oponente. Pero apenas tres años después, en 1952, los aportes de la Eniac fueron determinantes para obtener la primera bomba de hidrógeno, de una potencia 2500 veces mayor que las lanzadas en Hiroshima y Nagasaki.
Tras nueve años y medio, el 3 de octubre de 1955, la Eniac fue apagada para siempre. Pero el camino que había abierto ya era indetenible. En los años siguientes a 1946, con el aporte de genios como Von Neumann, varias computadoras mejoradas entraron en servicio. Hacia 1952, los propios Eckart y Mauchly, en rol de empresarios, dieron a conocer al mundo la Univac, primera computadora del mundo de propósito general. Comenzaba así el tiempo de las computadoras en empresas y gobiernos.
Después, llegó el futuro. IBM se adueñó del mercado en los ’50, y aún hoy, aunque disminuida, sigue siendo una de las líderes. Las gigantes multinacionales, las empresas grandes y las chicas confiaron sus destinos al bit. Desde los ’80, casi todas las grandes firmas de tecnología se dedican a producir computadoras, impresoras y accesorios. Intel y Bill Gates pusieron una PC en cada casa, en cada cuarto, y pronto en cada armario. Poco antes de que cayera la URSS, muchos analistas venían advirtiendo que la enorme brecha informática era un factor determinante en la crisis económica del “socialismo real”. En 1995 estalló Internet. Pronto estallarán la robótica hogareña y la realidad virtual, y con ellas comenzará el siglo veintiuno.
En 1969, mientras Neil Armstrong caminaba por la luna, John Mauchly recibía en su casa cientos de llamadas de felicitación. Nadie ignoraba que, sin las computadoras, la hazaña espacial (que le daba a Estados Unidos la cuarta victoria sobre la URSS, luego de la bomba atómica, la computadora y la bomba de hidrógeno) habría sido imposible.
* Titular de la Fundación Ciudad de Arena (www.ciudaddearena.org).
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