Viernes, 2 de febrero de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › UN PANADERO DISPARO CONTRA UN ASALTANTE PERO MATO A UNA VECINA
Ocurrió en Remedios de Escalada. Un asaltante robó 300 pesos a un panadero. Este tomó una pistola 9 milímetros y salió a la calle. Disparó ocho veces a 66 metros. El asaltante huyó, pero una de las balas impactó en una vecina que murió unas horas más tarde.
Por Horacio Cecchi
No se sabe si es el vértigo que impone tanto periodista enfocando y preguntando; no se sabe si es la sorpresa que todavía sopla en el aire; o si es esa murmuración bajita de velorio en plena vereda lo que le da a la calle Ruiz de Ocaña, en Remedios de Escalada, un aspecto de barrio dominguero, pero en tarde de perros. Son dos cuadras de Ocaña apenas. Dos cuadras, entre Marco Avellaneda y Lituania, en las que los vecinos sacaron sus sillas a la vereda, se apoyaron en las verjas de hierro, se saludan, se miran y comentan. En esas dos cuadras se desarrollaron los acontecimientos pasadas las 7.30 de ayer. A esa hora, un ladrón entró a la panadería Belgrano, de Luis Zurrón, robó 300 pesos y, como era previsible, corrió. Don Luis buscó su Bersa 9 milímetros y corrió también, detrás del muchacho, que había salido hacia la derecha, hacia Quirno Costa, por donde dobló. Pero antes de doblar, don Luis ya lo tenía en la mira, como había practicado en el polígono de tiro. Como era previsible, disparó. Ocho veces, no está claro si corriendo o no. De todos modos, no importa. El muchacho escapó. Don Luis perdió los 300, perdió la libertad y el alma; para el barrio dejó de ser don Luis para ser “pobre Luis”, y Gladys Pérez, una vecina que salió a esa hora de su casa y caminaba hacia el trabajo sin saber que caminaba hacia una bala de pobre Luis, perdió la vida.
La tragedia de la calle Ocaña se fue tejiendo desde hace tiempo. Difícil de prever, pero absolutamente previsible. En el número 3634, entre Avellaneda y Costa, abre sus puertas la panadería Belgrano, de don Luis Francisco Zurrón, de 44 años. El edificio tiene planta baja y dos pisos. En el primero, encima de la Belgrano, se despliega Chocolate, un salón de fiestas, también de don Luis. En el segundo, una evidente ampliación para dar lugar al salón de fiestas, está su vivienda.
A una cuadra, cruzando Costa y antes de llegar a Lituania, en el 3544 de Ocaña, pasando un pasillo, en la casa del fondo, vivía Gladys Marcela Pérez, de 36. Vivía con su marido, Gabriel, y sus dos hijos, una nena de 10 y un nene de 4. A unos veinte metros de la casa de Gladys, en dirección hacia la panadería pero sin cruzar Quirno Costa, hay una casa blanca con el número 3588. Frente a esa puerta, sobre la vereda, cayó Gladys con un proyectil inesperado, de 9 milímetros, que le atravesó el cuello.
Pobre Luis había sido asaltado varias veces. “Acá todo el mundo está en peligro”, dijo Martín, un vecino de enfrente. “Luis iba al polígono de tiro desde hace tiempo, por ahí lo superó la situación y salió a la calle. Hizo lo que en el polígono dicen que no hay que hacer, salir a la calle. Pero qué querés. Lo robaron tantas veces que fue una reacción. No es cierto que tuviera la pistola en su casa. La tenía en el local porque ya lo habían asaltado. Acá a cualquiera ya lo encañonaron alguna vez, si es que no te balearon. Roban con mucha impunidad. Yo también voy al polígono, y a la calle no voy a salir, pero si veo uno adentro de mi casa, lo mato. Yo entrego mi arma, pero que venga la policía y cuide.”
–Pero el único que murió es uno de ustedes.
–Fue una fatalidad –dice otro vecino que vive enfrente de lo de Gladys–-. El solamente estaba podrido de que lo asalten.
–¿La conocían a la mujer que murió?
–De vista –dicen, como si trataran de alejar su fantasma que incomoda–. De verla salir al trabajo. Tenía dos chicos. Pero no, no la conocía, hace nueve años que vivía acá, pero siempre un saludo, un hola qué tal. Muy buena gente.
La mujer (para algunos vecinos), la vecina Gladys Pérez, cayó como fulminada. “Salió a defender lo de él, como cualquier hijo de vecino, pero me tocó la desgracia de que justo estaba mi señora. No tengo explicación para esto”, dijo Gabriel, el esposo de Gladys, a Radio del Plata casi inexplicablemente como él mismo lo dijo, todavía absorto y todavía con la lección de la fatalidad en su mente.
Pobre Luis era legítimo poseedor de su Bersa 9 milímetros, pero no tenía la portación, o sea, como decía su vecino, no podía salir a la calle con la pistola armada y cargada. Mucho menos, disparar sin siquiera ser defensa propia.
La fiscal de Lomas de Zamora a cargo del caso, María Recalde, sostuvo que el panadero fue detenido y acusado de homicidio simple con dolo eventual y portación ilegal de arma. Por el momento, la fiscal cree que el panadero debería haberse representado que al salir a disparar a la calle podía matar a un inocente. Recalde agregó que disparó contra el delincuente a 66 metros y que al menos uno de los proyectiles impactó en la víctima. Todo ocurrió cuando el Gobierno está afinando los últimos detalles para poner en marcha el plan de desarme (ver aparte).
“Una fatalidad”, dicen los vecinos. Fueron infinitas. Gladys vivía sobre la misma vereda que la panadería. Todos los días de trabajo caminaba en esa dirección para tomar el colectivo. El ladrón corrió en esa dirección y no en otra. No era sábado o domingo, con lo que no hubiera trabajado. Todas fatalidades. Lo previsible es que el arma de pobre Luis estaba para matar a alguien.
Y mató a Gladys.
Para Darío Kosovsky, miembro fundador de la Red Argentina para el Desarme, la muerte de Gladis Pérez por uso indebido de arma de fuego es una vez más “la triste demostración de que la inseguridad no se combate teniendo un revólver al alcance de la mano”. Además, es un ejemplo de “lo falso” que son los argumentos de los sectores que se oponen a la implementación de políticas de canje de armas.
“Este caso refleja la urgencia de impulsar políticas públicas desde una mirada distinta a la que propone la línea de Blumberg. Esta sostiene una dicotomía entre los legítimos usuarios y los que portan armas ilegales. Esta dicotomía se basa en que los primeros se arman para defender a su familia y a su propiedad de los segundos, que son los delincuentes”, explicó Kosovsky.
En contra de esa visión, el especialista sostuvo que “los casos de accidentes con armas se combaten con políticas estatales que prevengan la conflictividad social”.
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