Lunes, 3 de diciembre de 2007 | Hoy
Dos hombres asaltaron una vidriería de avenida La Plata al 1800. Golpearon al dueño y amenazaron a la hija y a la mujer. Se llevaron electrodomésticos y más de tres mil dólares.
El sábado a las 19, Miguel Danada, vidriero y de 63 años, cerraba su cristalería, que funciona en el primer piso de su casa de avenida La Plata al 1800, en Caballito. No terminó la tarea: tres hombres entraron al local y, a partir de golpes, amenazas de picana y martilleo en falso de sus armas le sacaron 2500 pesos. Otro esperó afuera las cinco horas que duró el asalto y avisó de las llegadas de la hija y la pareja de Miguel. Les robaron 600 pesos más a cada una. Los golpearon, ataron y taparon con una frazada para que no vieran sus caras. El botín: una computadora, varios relojes y celulares, joyas, platería, 3700 pesos y 2000 dólares. Danada está convencido de que “fue una vendida”. “En el barrio creen que tenemos plata, pero no. Se llevaron los ahorros de toda una vida de elegir el fiambre de tres pesos y no el de cuatro”, le dijo a Página/12.
La cristalería, ubicada en avenida La Plata 1794, esquina Las Casas, en Caballito sur, lleva el nombre de su dueño: Miguel Danada, un vidriero de 63 años que hace décadas trabaja en el rubro. En el primer piso del local está el hogar de los Danada, una construcción antigua, con plantas en los balcones y cortinas de metal en las ventanas, a la que se accede por una puerta exterior con salida a avenida La Plata o desde el local. En ambos casos, vía escalera. El asalto a los Danada, que manejan la hipótesis de haber sido “vendidos” por alguien del barrio, tuvo esos dos escenarios.
Los brazos de Miguel, curtidos durante una vida de trabajo y todavía sin los moretones que hoy lucen por los golpes recibidos, bajaban la última de las cuatro cortinas de la cristalería. Un hombre de alrededor de 45 años se acercó a la puerta y le consultó un precio. “Perdone, pero ya me voy”, respondió el vidriero. El falso cliente lo empujó y entró igual. Y tras de él, otros dos. El último bajó la persiana. A partir de golpes y amenazas, los asaltantes lo tiraron al piso y ataron de pies y manos. Le sacaron del bolsillo 2500 pesos que iba a usar para pagar intereses a un prestamista. “Miguel, cantá dónde está la guita”, decían mientras martilleaban sus armas.
“Me trataron mal, me prepotearon, me golpearon y me asusté”, describió Danada, con la cara roja por el sol y los ojos cansados. Y explicó que una vez que los asaltantes –que durante cinco horas fueron también sus raptores– revisaron todo el local en busca de más plata, y que se sacaron las ganas de romper algunas cosas, lo llevaron hasta su casa, en la planta superior. Más precisamente, a la pieza de su hija Silvina, una chica de 16 años que cerca de las 20.30 regresó de una jornada de parkour en Parque Chacabuco junto a sus amigos. Mientras Silvina abría la puerta, adentro sonó el celular de uno de los de la banda. “Ah, ¿sube una piba? Dale, dale”, escuchó Miguel que decía, y dedujo que había alguien “haciendo de campana” fuera de la casa.
Silvina también fue empujada, atada y tapada con la frazada. Y tirada al lado de Miguel, también boca abajo. “Empezaron a laburar a la piba, la amenazaban con que si no les decía dónde estaba la plata me picaneaban.” Y seguían martilleando sus pistolas. Silvina les dijo dónde guardaba una alcancía con 600 pesos que había ahorrado. Los tomaron, y también todos los celulares de la casa, una computadora, algunos relojes pulsera, platería y joyas. Volvió a sonar el teléfono. Alguien avisaba que llegaba la pareja de Danada, Isabel, de 50, que regresaba de la iglesia. Le sacaron otros 600 pesos y la tiraron al lado de Miguel y Silvina. Siguieron pateando al vidriero, martilleando sus armas y amenazando con picanearlo. Miguel terminó por confesarles dónde estaba la caja fuerte del local. Los llevó hasta ahí, y los asaltantes consiguieron 2000 dólares más.
“Salimos por avenida La Plata, acercá el coche”, escuchó Miguel un rato después de ser devuelto a su lugar en el piso, entre su pareja y su hija. Se estaban por ir, pero Miguel seguía “con mucho miedo”. Cuando cesaron los ruidos, Silvina desató a su padre, y todos respiraron aliviados. “Se llevaron los ahorros de toda una vida, pero al menos estamos bien. Eran tipos comunes. Para mí fue una vendida de algún vecino que piensa que tenemos plata. Pero nuestras dos propiedades sólo nos dan pérdidas, y con el local no levantamos cabeza”, aseguró Danada. Luego cerró la puerta y se fue a almorzar fideos, esos que hace rato le pidió a Silvina que cocinara y que eligió con el mismo criterio con el que eligió fiambres durante 30 años.
Informe: Luis Paz.
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