Lunes, 4 de agosto de 2008 | Hoy
Por Mariana Carbajal
Hace 13 años que Alejandro Freyre toma el cóctel de drogas antirretrovirales para enfrentar el VIH. Vive en la ciudad de Buenos Aires y supo que lo tenía a los 19. “Me dijeron que tenía sida y que me iba a morir. Y aquí estoy”, se burla de aquel diagnóstico apocalíptico. Hoy tiene 38 años y una sonrisa encantadora. Hace poco se sometió a un tratamiento estético de relleno del rostro para contrarrestar uno de los efectos adversos que deja la terapia: la grasa se va de algunos lugares del cuerpo –en los varones fundamentalmente de la cara y en las mujeres de las piernas y los brazos– y se acumula en otros (en el abdomen, en la espalda como joroba en ellas). En Brasil, los tratamientos estéticos son parte del programa de sida. En la Argentina, no. Alejandro lo pagó de su bolsillo, pero no se queja. “Me veo más joven ahora”, se ríe, coqueto. Alejandro es activista en la lucha contra el sida y también por los derechos de gays, lesbianas, trans y bisexuales. La criminalización de homosexuales y travestis a través de edictos en algunas provincias es otro obstáculo para que las personas que pertenecen a grupos con mayor vulnerabilidad frente al VIH se realicen pruebas para detectarlo o accedan a tratamientos, precisó Alejandro.
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