Lunes, 11 de agosto de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › DANITHZA, DE 13 AñOS
Danithza tiene 13 años recién cumplidos y trabajó en la estancia La Mimosa III, desde hace casi dos años, hasta el allanamiento de abril pasado. Ese fue su último día recogiendo diariamente huevos en los galpones. Muchas veces faltó a la escuela y trabajó de sol a sol. “Un día tenía una prueba de matemática y Viviana Vallejos (encargada de la granja) no me dejó salir de la granja para que me quedara a trabajar”, relata a PáginaI12 Danithza, que cursa sexto grado en una escuela rural. Y con la frente en alto dice: “Levanté el cero y aprobé, estudiando mucho de noche”.
Ella camina 30 minutos para llegar a la escuela si atraviesa el campo, acechada por víboras. O por el camino tiene dos horas de trayecto. “Dos veces a la semana faltaba al colegio, pero igual nos poníamos al día con mis hermanos, pidiéndoles las carpetas a nuestros compañeros”, recuerda. Su hermano Alvaro, de 14, abandonó la escuela, mientras su hermana Noelia, 8, repitió el año pasado debido a las jornadas de trabajo. “Viviana le pedía siempre a mi mamá que faltemos al colegio, que la ayudemos en el galpón”, cuenta. Así, la empresa avícola desalentaba a los trabajadores para que sus hijos no terminen la escuela.
En la nave de La Mimosa III trabajaban todos los pequeños de la familia Ortuño Taboada. “La única que jugaba era Melani (2) y un día mi papá le compró a Melani un cochecito y ella se subía al cochecito, agarraba un maple y juntaba huevos en el galpón para ayudar a papá”, confía Danithza.
En el establecimiento los chicos sufrieron las consecuencias de la fumigación. “A mi hermano Alvaro le daba dolores de cabeza y a Noelia le hacía doler la garganta y la nariz y tosía, y a mí me hacía doler la cara”, detalla. “A Noelia, papá le decía que vuelva a la casa, pero ella no le hacía caso para ayudarlo, porque si no él no terminaba y Viviana le gritaba, retaba y descontaba el sueldo”, se emociona la chica.
Alvaro consumió las pastillas prescriptas por la encargada de la estancia. “Como no lo dejaban ir al hospital tomó las pastillas –relata– pero no le hicieron bien, sólo le sacaron las ganas de comer y dormir.”
Desde el allanamiento ella y su familia ya no trabajan. En los galpones, Nuestra Huella S.A. colocó un cartel que dice “Prohibido el ingreso de menores”. Pero los pequeños continúan “ayudando a sus padres, me cuentan los chicos, aunque sus padres digan que ya no lo hacen”, revela la jovencita.
Danithza, además de trabajar en la nave a cargo de su familia, trabajó en condiciones de servidumbre en otro establecimiento, y reclama su salario. “Un día Viviana me dijo que si trabajaba en el galpón de otra familia me iba a pagar 30 pesos por día, pero sólo me pagó 10 pesos una sola vez”, se queja.
En la hacienda había, hasta el allanamiento, un alambrado electrificado. Danithza fue una de las víctimas del perímetro electrificado. “Un día iba a comprar al almacén y me pateó el cerco”, se acuerda la adolescente. Así, pocas veces abandonaban el predio. “No podíamos salir para comprar y nos querían obligar a comer gallinas muertas y choclo para no dejarnos salir.”
Informe: E. V.
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