Lunes, 16 de febrero de 2009 | Hoy
Por Sonia Santoro
La rama más desarrollada del movimiento slow es la que se ocupa de la comida y se conoce como slow food. Se calcula que tiene 83.000 miembros en 50 países. Desde 2006, trabaja en el país una red de chefs de slow food que hoy está compuesta por unos 150 miembros. Alejandra García Hauw es parte del comité coordinador de la red. Uno de los pilares de slow food, explica, es consumir alimentos “buenos, limpios y justos”: “Implica que los alimentos no nos hagan mal, si comés tomate que tenga gusto a tomate, pero también que sean justos en el sentido de que el productor reciba una paga justa por su trabajo, que no haya explotación infantil”.
Además, hay un rescate de lo tradicional, de no perder costumbres gastronómicas, como por ejemplo, en nuestro país, la empanada o el locro. “También recuperar las costumbres de las familias de hacer dulces, prepizzas, panes. En este momento esa cultura gastronómica doméstica se está perdiendo”, dice.
Slow food habla de alimentos que son “baluartes”: son parte de la cultura gastronómica de cada lugar, pero se perdieron y fueron recuperados. En la Argentina, señala García Hauw, hay tres baluartes. Los maíces andinos; el yacon, un maíz dulce que está en la Quebrada de Humahuaca; y las papas andinas, también de Jujuy.
Adhieren a slow food no sólo cocineros, sino también productores. Por ejemplo quienes se dedican a producir miel, queso, harina de algarroba, hongos, vinos de manera artesanal, sin alta industrialización, y muy cuidada. “No hay certificación slow, es el compromiso del productor con su producto”, aclara.
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