SOCIEDAD
La recesión y la guerra
menaza de la guerra que está a punto de desatar el presidente Bush contra Irak entra en la balanza. No sólo por el impacto en la economía que el inminente conflicto bélico está teniendo en suelo americano (a la recesión se suma el incremento notable del precio de la nafta, que en los últimos siete meses se duplicó y de poco más de un dólar el galón pasó a los 2 dólares en el sur de la Florida), también está en juego el temor a un ataque bacteriológico en territorio estadounidense como respuesta terrorista. “Si hubiera pleno empleo, seguramente no sería un tema a tener en cuenta. Pero frente a esta circunstancia, muchos argentinos quieren estar bien lejos del radio de un posible ataque químico”, apuntó el cónsul argentino en Miami, Luis María Richeri. “Hay gente que ha mandado a su esposa y a sus hijos de vuelta por miedo a las consecuencias de una guerra”, añadió el pastor evangélico Gabriel Kost.
El temor es creciente y en algunos hogares argentinos reina cierta paranoia. En los últimos días, desde los medios de comunicación se recomendó a la población armar una especie de búnker en cada casa: hay que seleccionar una habitación y sellar las ventanas con cinta adhesiva para evitar el paso de algún gas letal, comprar agua mineral suficiente para abastecer a todo el grupo familiar durante tres días, comida no perecedera, una linterna y una radio AM y pilas suficientes para que funcionen ambos aparatos por largo tiempo. “La psicosis es tal que en un día no quedó ni un rollo de cinta adhesiva en ningún supermercado. Ahora encontrás pequeños almacenes que tienen carteles en la vidriera que anuncian que ellos sí tienen cinta”, comentó a Página/12 Daniel C., argentino de 39 años, desde Hollywood, un pequeño poblado a más de 100 kilómetros de Miami Beach, donde vive desde hace más de un año dedicándose a la reparación de embarcaciones. Soltero, Daniel C. emigró hace casi tres años escapando del desempleo argentino. Nunca pudo hacer los “papeles”, pero truchándolos “como hacen todos” tuvo empleo hasta hace un mes, en que por problemas con su jefe quedó en la calle. Pero le está resultando muy difícil, dice, conseguir otro trabajo. “Está todo muy parado”, se lamenta. Si no consigue algo pronto tiene planes de rumbear hacia Europa –aprovechando que tiene pasaporte alemán– a buscar mejor suerte.