Domingo, 4 de noviembre de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › EL ABOGADO CARLOS GARMENDIA
Por Soledad Vallejos
En la Fundación el bullicio se escucha bajito. El abogado Carlos Garmendia, histórico colaborador de Trimarco en la lucha judicial, repasa papeles en una gran sala donde suelen reunirse él y el equipo de abogados, entre los cuales se cuentan Carlos Varela Alvarez y José D’Antona –quienes esta semana expusieron sus alegatos–. Escaleras arriba, las salas para que las mujeres rescatadas de redes encuentren contención y acompañamiento con psicólogas y asistentes sociales, hoy están vacías. Un poco más allá, enmarcados, doce dibujos realizados por Marita Verón acompañan la quietud de la sala donde suelen dictarse talleres de capacitación en oficios para las mujeres a las que asiste la Fundación. Hay otro patio, una habitación con camas para albergar en casos de urgencia extrema, clima de sábado entresemana.
Germán Díaz, el abogado encargado de los casos que llegan a la Fundación–y que lleva adelante el juicio de Fátima M, una víctima rescatada que brindó un testimonio clave en el juicio por Marita–, dice que desde febrero, cuando comenzó el debate oral del juicio, la demanda se multiplicó. Que la visibilidad exige más y por eso hace dos meses se sumó otro abogado a atender a quienes llaman, llegan, piden. Que los llamados pueden ser en horario habitual de oficina como a las dos, tres, cuatro de la mañana, “y no es raro, eh. Es la dinámica”.
“La mediatización del caso y del juicio ha ayudado generar conciencia” sobre la trata, aunque “todavía falta”, evalúa el abogado Díaz.
–Más allá de la investigación por Marita Verón en sí, ¿tuvo otros efectos?
–Ha servido para que la gente se anime a denunciar. Como abogado, también me ha servido para casos que nos llegan a la Fundación: para darlos a conocer, agilizar las denuncias, derivar. A veces, han llegado aquí personas a quienes la policía no ha querido tomar denuncias, nos han contado y hemos llamado a la policía: sólo por estar de por medio la Fundación, ya toman los casos. La prensa que pudo atraer el juicio por Marita también sirvió para mostrar otros casos.
–En el juicio por Marita, el primero de los alegatos de las defensas de los acusados relativizó el estrés postraumático de las víctimas de trata, descreyó de la existencia de las redes de trata, refirió la prostitución como elección enteramente libre, sembró dudas sobre la posibilidad de la explotación sexual, sugirió que Marita se había ido por propia voluntad. En algún sentido, el alegato que hizo Cergio Morfil para pedir la absolución de los hermanos Rivero –acusados ella de autora intelectual y él de autor material del secuestro– condensa ideas que parecieran seguir en cierto imaginario del sentido común.
–Es que todavía falta cambiar la mentalidad de la sociedad. Esta es una sociedad que naturaliza la prostitución, que legitima la idea del cuerpo de la mujer como un objeto sexual que puede comercializarse. Hay quienes no ven que el dinero que generan los prostíbulos no es de las mujeres sino de los proxenetas que las explotan. Mientras no haya un cambio de mentalidad, la trata va a seguir existiendo. Vos podés, como hicimos acá, capacitar gente para que entienda qué es la trata, pero lo que falta es sensibilizar.
–¿Cuál suele ser el click que hace la diferencia entre capacitación y sensibilización?
–No sabría en general. A mí, el click me permitió lograrlo la convivencia con víctimas aquí, en la Fundación. Hablar con ellas, entrevistarlas. Fue un cambio mental. Muchas veces uno piensa que la trata no existe, que es algo que le pasa a otro. Pero cuando hablás con las víctimas, pasa algo. Hay que vivirlo. Quizás es más fácil sentirlo que explicarlo. Pensás diferente de un día para el otro. Creo que en algún sentido es función de la Fundación generar eso en la Justicia, la sociedad. Hay que hacer entender que la trata le puede pasar a cualquiera, que mientras la prostitución se siga entendiendo como un trabajo y haya quienes quieran reglamentarlo, armar registros, libretas sanitarias, va a seguir fuerte. Considerar la prostitución como trabajo es considerar al proxeneta como patrón, a la mujer explotada como alguien que un día hizo un test vocacional y le salió “prostituta”. La trata, la prostitución y el cliente son tres caras del mismo problema: la explotación.
–¿El desarrollo del debate oral por el juicio impactó en las mujeres rescatadas que están vinculadas a la Fundación?
–Se han visto revolucionadas en su vida diaria por esto. Que desde principios de febrero el juicio esté todos los días en los medios de Tucumán ha potenciado cuestiones presentes en ellas, temores que tienen en sus barrios, con los vecinos. A algunas, saberse nombradas les revoluciona la vida. Algunas han pedido consigna policial porque están atemorizadas. No es que estén perseguidas, sino que tienen un miedo lógico por saber que ellas fueron víctimas de las redes en las que están insertos los trece imputados. Es bravo. A cualquiera le pasaría. Tienen temor a represalias. Esto no se trata sólo de trece personas: se están rompiendo negocios de mucha gente. Y además no hay que olvidar que en estos diez años los modos de las mafias mutaron.
–¿Cómo?
–Mutaron los métodos de captación. Aquí en Tucumán funciona mucho a través de la falsa agencia de trabajo. Por ejemplo, se aprovechan de situaciones de vulnerabilidad social o económica. En una familia donde el padre no tiene trabajo, la madre tampoco, son diez en una casa ínfima, tal vez se acercan a una adolescente ofreciéndole trabajo. Les dicen que hay un trabajo en La Rioja de tres mil pesos, que vuelven cuando quieren. Y cuando entra en el auto, la drogan, no va a ir a La Rioja sino a Catamarca, a Córdoba, y la van a obligar a prostituirse. Eso a una chica de 12 años que por ahí ni a la calle salía. Para captación también se recurre a Internet, a las redes sociales: el enamoramiento, por ejemplo. Enamoran a una chica, la seducen, la sacan de su entorno, queda vulnerable y es captada. No sólo pasa en ámbitos de pocos recursos económicos, para nada, la trata puede pasarle a cualquiera, pero a algunos más que a otros por su vulnerabilidad.
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