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En los últimos años, numerosas publicaciones en revistas médicas dan cuenta de la importancia de otorgar adecuada información a los pacientes, así como la dificultad de muchos médicos para hacerlo. “En los pacientes que tuvieron conversaciones con su médico acerca del final de la vida no se registraron tasas más altas de depresión. En cambio, las intervenciones médicas agresivas en el final de la vida se asociaron con un riesgo más alto de desórdenes depresivos mayores en los familiares, agobiados”; sin embargo, “los médicos suelen vacilar en cuanto a transmitir información sobre pronósticos negativos”, destaca un trabajo de Jennifer Mack y Thomas Smith, de la Universidad Johns Hopkins, publicado en el Journal of Clinical Oncology.

En la misma revista, un artículo de Efharis Panagopoulou y colaboradores, de la Aristotle University de Tesalonia, Grecia, advierte que “estudios en diferentes países muestran que el 60 por ciento de los pacientes de cáncer no están informados de sus diagnósticos, pese a los avances hacia el empoderamiento de los pacientes”; y señala que “la no revelación de información displacentera puede obedecer a la protección del bienestar emocional del médico, antes que el de los pacientes”.

Un trabajo de Nancy Keating y colaboradores, publicado en el Journal of Clinical Oncology, señala que “muchas veces, en cánceres con metástasis, la quimioterapia ofrece sólo modestos beneficios y va acompañada por toxicidad. Por eso, hay consenso en que las decisiones sobre esos tratamientos deben reflejar las preferencias de los pacientes. Pero, sorprendentemente, se han observado menores tasas de control por los pacientes y mayores tasas de control por los médicos acerca de estas decisiones”.

El oncólogo Ernesto Gil Deza, admitió que “en la posibilidad de dialogar con el paciente incide mucho la cultura predominante: es mucho más fácil en los países donde la relación médico-paciente se basa en la transparencia y la confianza, como Gran Bretaña y Canadá”.