Sábado, 20 de julio de 2013 | Hoy
“Por fin puedo dormir: no aguantaba más, me dijo una paciente después de haber tenido lo que llamamos la conversación más difícil. Es que, a partir de ese diálogo sobre su situación y sus deseos, los pacientes sienten que retoman el dominio de su vida. Mientras esa conversación no se produce, hay una presión explícita o implícita en el sentido de que haga los tratamientos, porque si no no se va a curar o va a vivir menos, y muchas veces siente que, si se negara, obraría mal. En cambio, una vez que las cartas están sobre la mesa tiene claro que, si quiere, puede hacer tratamiento pero, si no quiere, no está mal que no lo haga”, contó el oncólogo Ernesto Gil Deza, al referirse a ese diálogo “en el que circulan muchas emociones, tanto del paciente como del médico. Yo conservo cartas de pacientes que, después de la conversación, han querido dejar, en una especie de testamento vital informal, su voluntad de, por ejemplo, no ser intubados, para el caso de que entren en coma. Claro que para que todo esto sea posible tiene que haber un conocimiento, una relación de confianza entre el médico y su paciente”.
“También puede suceder que, entonces o después, el paciente decida continuar el tratamiento, aunque sea poco eficaz, y está en su derecho. Pero muchas veces, nos pide que hablemos con la familia: ‘Mis hijos y mi mujer quieren que haga más tratamiento, pero yo no quiero hacer más nada’. Otros se plantean dilemas morales, preguntan si esto es eutanasia pero no, no tiene nada que ver con la eutanasia, sino con el derecho de cada uno a vivir su vida de la mejor manera”, agregó Gil Deza.
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