SOCIEDAD › OPINION
El principe que se convirtio en sapo
Por Sandra Russo
Este cuento termina donde empieza el otro:
“... Y el príncipe se convirtió en sapo”. Qué pena la de Cecilia, que estaba tan enamorada, tan arrebatada, tan fuera de sí con su amor por Carlos. Qué pena la de esa muchacha desengañada, herida en sus emociones, postergada por quien desde un primer momento la ilusionó con una entrega total, con una fusión sin límites, salvo la de las cuentas bancarias. Ella, reina chilena de la charla vacua, había dejado entrever sus endorfinas sin dueño cuando, hace una semana, le dio un piquito a Miguel Bosé. Es tan soñadora que hasta se creyó que Miguel Bosé quería seducirla. Es tan tímida que tuvo que apantallarse en cámara porque se puso colorada. Así, casi abusada en su inocencia, debe haber sido seducida hace unos años por ese intrépido jugador de golf que la llevaba a pasear en carrito, y que le prometió, además de un in vitro (o cuantos hicieran falta), un vistoso cargo de primera dama. Pero Cecilia lo agarró cansado y barranca abajo, como una pelotita de golf sin rumbo fijo, y todo fue de mal en peor. Después del casamiento con locro y riojanos en vivo, se la llevó con él a la quinta de Gostanian, porque lo detuvieron. Y después la expuso a sucesivos escarnios, impropios de una aspirante a Cenicienta con chofer y cocinera que luego debió ir apechugando cada nueva derrota de su marido, y encima soportando ese tremendo pasaje que existe entre un hombre con mucha vida vivida y un anciano. Cecilia, no obstante, dice que sigue creyendo en el amor. Vivirá como mínimo para Máximo. Y seguro muy pronto el destino la conducirá a los brazos de alguien que, por lo menos cada tanto, gane alguna elección.