Viernes, 5 de septiembre de 2008 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
¨Albricias: Doris Dörrie vuelve, aunque fugazmente por el momento, a la cartelera cinematográfica porteña, gracias al 8º Festival de Cine Alemán que del 11 al 17 de septiembre tendrá lugar en Village Recoleta. La escritora y directora estará presente con su último film –simplemente hermoso, francamente bienhechor– Cherry Blossoms-Hanami, con inolvidables actuaciones de Hannelore Ensler y Elmar Wepper (foto). Una vez más, Dörrie pone de manifiesto con delicadeza respetuosa su gran amor por el Japón, su interés por su cultura, por la filosofía budista (que con tan fina percepción supo transmitir en Sabiduría garantizada, 2000).
Durante el transcurso de esta muestra se podrán ver, entre otras producciones, la premiada The Edge oh Heaven, de Faith Akin; La ola, de Dennis Gansel (presente en el evento, al igual que la protagonista, Jennifer Ulrich), gran éxito de público en Alemania; la ópera prima de Maggie Peren, Escolta especial; Llegaron los turistas, de Robert Thalheim. Como cierre, se proyectará la copia restaurada del film mudo (con acompañamiento musical en vivo) Hamlet (1921), con una princesa en vez del titubeante príncipe, interpretada por la impar, grandiosa diva danesa Asta Nielsen.
Cherry Blossoms se inspira en la obra maestra de Yasujiro Ozu Una historia en Tokio (1953), pero está lejos de ser una remake: si bien remite a la profunda fisura entre generaciones dentro de una misma familia, a las diferencias entre las costumbres del interior y de la gran ciudad, al ciclo de la vida que incluye la muerte, a la realización de un viaje (en más de un sentido), Dörrie no solo parte de un punto de vista occidental, sino que su grupo familiar en disolución es alemán y contemporáneo. Sin embargo, la madre Trudi y uno de los hijos, Karl –el favorito, según sus hermanos–, se relacionan estrechamente con la cultura japonesa, aunque por caminos bien diversos. También Dörrie, desde el siglo XXI, contempla el paralelismo entre el Japón tradicional y el moderno, entre el hotel de cuartos despojados cuyos huéspedes comen igualados por kimonos, y la selva abigarrada de neón y rascacielos.
Después de los títulos sobre estampas de Hokusai (no por mero afán decorativo, por cierto), Dörrie va al grano: en un consultorio, dos médicos le informan a Trudi que su marido, Rudi, tiene los días contados, le sugieren un viaje, tener una aventura... “El odia las aventuras”, responde la mujer mientras que internamente recuerda que siempre quiso ir al Japón con ese hombre de rutinas estables al que atiende como una geisha sobreprotectora. A instancias de Trudi, la pareja va a Berlín a ver a Klaus, el hijo casado, a su vez con dos hijos; a la renuente Karolin, cuya novia Franzi resultará la persona más comprensiva, afectuosa y generosa con los visitantes. Y después de la súbita muerte de Trudi, Franzi acompañará a Rudi en las ceremonias fúnebres, le dirá las palabras justas: “Quizás había otra mujer debajo de la que conocías”. Es decir, esa Trudi que parece cobrar vida en el álbum de fotos pasadas rápidamente, pintada de blanco la cara, los ojos muy orlados de negro, una mancha roja la boca, danzando Butoh, convertida efectivamente en otra.
Después de estar en la playa con Trudi, Rudi prosigue solo su viaje, con la ropa de ella (la de la normalidad y la de bailar Butoh) en el equipaje, marcha hacia donde su esposa quería ir, el Japón. Allí vive Karl, casi un extraño, como Klaus y Karolin. Solo, desorientado en Tokio, tratando primero de moverse como turista, Rudi comienza a recuperar a Trudi incorporando sus comportamientos: hace las tareas domésticas con el delantal de ella, cocina sus recetas, se pone la falda y el suéter celeste bajo el sobretodo que en la calle abrirá bajo un techo de ramas de cerezos en flor diciendo emocionado: “Esto es para vos, Trudi...”
Este viaje inciático, de autoconocimiento y aceptación, salvador, se completa cuando Rudi conoce a una chica que practica Butoh en un paseo público y que lo alienta a bailar con su sombra, a mantener esa conversación con los muertos (ella acaba de perder a su madre). En la joven, comunicándose en un inglés rudimentario, Rudi encontrará empatía, atención, luego descubrirá que vive en una especie de villa miseria, en una carpita con lugar apenas para dormir. Con ella, que no casualmente se llama You, Rudi irá de peregrinación al Fuji, la montaña sagrada, última estación del reencuentro consigo mismo, con su mujer...
Con trazos certeros y nítidos, poniendo de continuo en escena detalles significativos y pequeños gestos elocuentes, Dörrie apela intencionadamente a clichés que representan la mentalidad de sus personajes (postales en el encuadre, postales que guarda Trudi, un envase de golosinas que imita el Fujiyama...), a imágenes de la cultura popular que una mirada superficial o desenfocada podría confundir con un kitsch total. Y que en verdad están expresando una sensibilidad abierta, desprejuiciada, considerada, una actitud nunca sobradora o arrogante. En todo caso, de una ternura entrañable que valora tanto las parejitas de animales mostradas al pasar como aquellos sanguchitos que Trudi le preparaba a Rudi y que posteriormente Rudi le hace a su hijo Karl, esas manzanas que pasarán a otras manos, esos pañuelos que el viudo va dejando atados por distintos sitios de Tokio, como un Hansel que quiere marcar el camino.
Cherry Blossoms-Hanami se proyecta el viernes 12 a las 22.50, el sábado 13 a las 24,50 y el domingo 14 a las 13, en Village Recoleta, Vicente López y Junín.
Entrada general $ 17, el miércoles $ 15, abono de 5 entradas a $ 75, de 10 a $ 140 (en venta hasta el 11/9). Función especial de Fausto, a $ 20.
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