Viernes, 27 de agosto de 2010 | Hoy
Violencias Para la madre y la hermana de Wanda Taddei, quien murió el 21 de febrero pasado, después de que su cuerpo fuera rociado con alcohol y quemado después de una discusión con su marido y en el marco de una relación violenta, saber que otra joven, Fátima Catán, fue herida y muerta en circunstancias demasiado similares no sólo reavivó un duelo que la impunidad hace todavía más insoportable. También las confirmó en la decisión de hablar, de denunciar, de alertar sobre el círculo de la violencia de género que atrapó a Wanda hasta la muerte como atrapa a diario a tantas otras.
Por Flor Monfort
–¿Podría hablar con la mamá de Fátima?
–¿Quién es?
–La mamá de Wanda.
Elsa Jerez atendió. Fue la excepción a ese silencio que imponía la agonía de su hija, Fátima Guadalupe Catán, 24 años, el cuerpo maltrecho casi en su totalidad por quemaduras. Elsa sabía que quien la llamaba había pasado por lo mismo.
–Mi nombre es Beatriz, te llamo porque sé lo que estás pasando y quiero mandarte fuerzas.
–Te agradezco mucho. Es muy difícil, porque nosotros sabíamos que él era violento.
–Nosotros también sabíamos, Elsa, pero tampoco pudimos hacer nada.
–Te prometo que cuando mi hija se recupere vas a ser la primera a quien voy a llamar.
Fátima nunca se recuperó, murió el último domingo a causa de las heridas que le produjeron el alcohol y el fuego. Como también había muerto Wanda Taddei, este mismo año, después de una discusión con su marido, Eduardo Vázquez, ex baterista de Callejeros. Tanto Elsa Jerez como Beatriz Regal, mamá de Wanda, sabían que sus hijas padecían violencia en sus parejas. Las dos víctimas habían aguantado casi en silencio, las dos historias terminaron de la peor manera. Elsa acaba de enterrar a su hija, no es momento para ella de hablar. Beatriz, en cambio, siente que después de meses de silencio es necesario poner en palabras la agonía, la impunidad y el dolor.
Los feminicidios de Fátima y Wanda parecen calcados: las dos mujeres tenían parejas denunciadas por sus familias por violencia previa, las dos fueron rociadas con un líquido inflamable y prendidas fuego, y sobre cada caso el agresor dijo lo mismo: que hubo una pelea, que se manipuló un poco de alcohol y que luego se prendió un cigarrillo que desató un incendio. También fueron los varones los que llevaron a sus parejas al hospital, confirmando el accionar del violento que intenta mostrar que él jamás podría haber agredido. “Si yo la llevé a curar”, dijo Eduardo Vázquez, imputado por el crimen de Wanda. En el caso de Fátima, la familia pide la detención de Martín Santillán, el novio de la joven, pero todavía descolocados por la pérdida, no tienen un abogado que los asesore.
La familia Taddei, en cambio, espera la reconstrucción de la noche del 10 de febrero –cuando se produjo el hecho que terminó con la muerte de Wanda el 21 del mismo mes– para cambiar la condición procesal de Vázquez, de imputado con falta de mérito a procesado por homicidio agravado por el vínculo. Eso habilitaría la posibilidad de un juicio oral a fines del año que viene. Cuentan, además, con la declaración de los hijos de la víctima en cámara Gesell y otros datos que ahora se animan a denunciar en voz alta.
Beatriz Regal tiene otra hija mujer, Nadia, esa chica tan parecida a su hermana, a quien conocemos por las fotos que se reprodujeron hasta el cansancio en los noticieros. A contramano de aquella primera versión que dio Jorge Taddei, el pater familias, sobre una casa con voces apagadas por el shock, incapaces de organizar sus sentimientos, las mujeres de la familia necesitan contar, dar su propia versión de ese universo preexistente que cada una construyó con retazos propios y muy diferentes entre sí.
Nadia Taddei: –Yo vivo a cuatro cuadras de lo de mi hermana. Entre las 4 y las 4 y media de la mañana, desde la ventana de mi casa escucho “Nadia, Nadia, bajá”. Eran las voces de Vázquez y de mis dos sobrinos que, desesperados, me pedían que baje. Cuando salí a la ventana, Vázquez me dijo “me quemé las manos, me tengo que ir” y cuando bajé, él ya no estaba. Eso ya me pareció muy sospechoso: había algo que él quería ocultar o tapar. Porque si tenés un accidente lo decís, pero él ya sabia que esto era grave. Mis sobrinos sabían lo que había pasado y nosotros pensamos que en el trayecto hasta mi casa, él los amenazó para que no hablen. Enseguida les empecé a preguntar dónde estaba Wanda. El más chico me dijo: “En el hospital”, y yo no entendía nada. “Si es Eduardo es el que se quemó las manos” les dije. Ahí el más chico me dijo: “Yo escuché que le pegó tres chancletazos y la tiró a la pileta”. Mientras el más grande decía: “No, vos no viste nada”, el menor insistía en que él escuchó eso. Ahí empecé a llamar a los celulares, nadie me atendía, llamé a la casa y tampoco. No sabía qué hacer y les dije a los chicos si querían tomar una leche pero me pidieron de irse a dormir. Les abrí la cama y se quedaron dormidos al segundo. Obviamente yo me desvelé, me quedé llamando a todos los teléfonos, y pensando “a ver si este hijo de puta la ahogó”. Después supimos que el futón apareció adentro de la pelopincho, pero yo no sé si el ruido fue del futón o de la propia Wanda.
Beatriz Regal: –No, porque Wanda llegó al hospital con el pelo seco. No sabemos qué fue el ruido que escuchó el más chico.
N. T.: –Esa mañana mi mamá tenía que ir a sacar el registro. Vinieron a casa a buscar el auto y yo lo agarré a mi papá y le dije: “Andá a lo de Wanda y fijate si está el auto. Si no está, andá al Santojanni y preguntá qué pasó”. Cuando mi papá va a la casa de Wanda, no sólo que no ve el auto sino que las luces estaban prendidas y la puerta intermedia abierta. Se fue corriendo al Santojanni, preguntó por Eduardo y lo llevaron adonde estaba él, con las manos vendadas, como salió en la tele. Cuando lo vio, todavía le dijo: “Eduardo, qué lástima, no vas a poder ir al Cosquín Rock”. Y ahí Vázquez le dice: “Andá a ver a Wanda”. Cuando mi papá llega a Wanda, la doctora le explica que estaba con el 65 por ciento del cuerpo quemado y que no había posibilidades de que viva. Recién ahí mi papá nos avisa a todos. Eran las diez y media de la mañana.
N. T.: –Solamente mi papá habló con él. Yo lo busqué pero estaba tan desorbitada... Mi papá le dijo: “¿Vos entendés que está toda quemada?”. Y Vázquez le contestó: “Si le pasa algo a Wanda, matame”. Después, no lo vimos nunca más, porque quedó detenido. Un día antes que Wanda se muera, él la fue a ver a las dos de la mañana, como una rata, pero no lo dejaron entrar porque la visita a un paciente quemado es muy estricta. Para mí, ver a mi hermana rapada, quemada hasta los ojos, la cara como un sapo, toda vendada, el pecho podrido... La espalda también la tenía quemada, algo de las piernas, la ingle. Los últimos días ya tenía los pies negros... Ver eso... Yo no lo puedo ni explicar.
N. T.: –Es mentira, mi hermana desde el día que entró a los gritos al Santojanni (y ahí hay otro tema, porque del Santojanni nadie quiere hablar, pero nosotros sabemos que ella entró gritando: “Este hijo de puta me quiso matar”. Yo estoy segura que mi hermana entró consciente y enseguida la intubaron y la medicaron) hasta el día que se murió, nunca abrió los ojos ni respondió. La verdad es que esa noche él ni siquiera entró a donde estaba ella, se acercó al pasillo, la vio de lejos, y le dijo: “Bueno, gorda, avisame cuando te levantes que te traigo el desayuno”, pero ella jamás lo escuchó. Eso que se dijo fue mentira.
B. R.: –Yo llegué al Santojanni en un estado de crisis total. Cuando la doctora me vio me dijo que de ninguna manera la podía entrar a ver. Pregunté si se podía salvar, pero los médicos de los hospitales no te hablan. A las 48 horas, Wanda hizo un síntoma pequeñísimo, que va a quedar en nuestra historia porque el médico le dijo: “Negra, despertate”. Ella estaba tan quemada y él la sacudió tanto que nosotros nos quedamos duros, parecía que podía respirar por sus propios medios. Entonces yo salí corriendo y me puse a llorar, pensé que eso significaba que se salvaba. Pero enseguida me dijeron que los pacientes quemados tienen leves mejorías pero había que ser cautos. Otro día, mi hijo mayor le puso una grabación de los nenes y todos los aparatos empezaron a sonar, así que tal vez haya estado un poco consciente. Pero tengo que decir que varias veces, así como al pasar, gente del hospital me ha dicho: “Es mucho lo que tiene quemado, hay mucha cantidad de líquido, no puede ser que esté tan quemada la espalda”.
N. T.: –Yo me casé a los 21 años y no tuve mucho vínculo con Wanda hasta hace tres años. Yo soy dos años menor que ella, ahora tengo 28 y Wan tendría 30. Cuando volví al barrio, también con muchos problemas con mi pareja, nos empezamos a ver más. Yo tenía una peluquería, Wanda venía, se arreglaba, no tomaba sol para no arruinarse la piel, se quería hacer una lipoaspiración en la panza. Volvió con Eduardo en febrero del 2008. No estaba con él desde los 16 años.
B. R.: –La relación adolescente había sido conflictiva. Nosotros le prohibimos que ella lo viera y ella quedó resentida por eso. Después ella tuvo su pareja, sus hijos, se separó...
N. T.: –Y un día fuimos a una pileta de por acá y estaba él. Wanda me dijo: “Mirá quién está ahí”. Yo ni lo reconocí, pero ella le fue a hablar, estaba shockeada y ahí se pusieron a salir de nuevo y a los tres meses se fueron a vivir juntos. Mi hermana ya estaba separada hacía tres años. Tenía casa, auto, todo equipado, y él se le instaló. Mi hermana tenía un salón de fiestas, dejó el salón, remató todo por 10 mil pesos. El la despersonalizó. Al mes que se pusieron a salir, le pidió que se vuelva a teñir de morocha, porque estaba rubia. Después nos enteramos que hizo quemar todas las fotos de cuando estaba rubia. Mi hermana pasó de trabajar, de ser independiente, a estar todo el día en su casa. A ella no le gustaba ser ama de casa pero se lo bancó. Y él le exigía que el padre de los chicos no se atrase ni un día en pasarle la plata porque se pudría todo. Yo fui testigo del nerviosismo, la presión... Ella nunca más se vistió como antes. Un día estábamos de compras y ella empezó a decir “Eduardo me va a matar” porque llegaba tarde y no le había llevado el auto. Me gustaría dejar en claro que lo que le pasa a la mujer que sufre violencia es que tiene estos síntomas, y no tiene con quién hablarlos. Aunque no sea hacer una denuncia, que lo puedan hablar. Porque la mujer, aun habiendo hecho una denuncia, puede pasar un infierno. Pienso que si hay alguien más que lo sabe, esa persona tiene otro sostén, está más liberada. Wanda a mí me decía que Eduardo era bueno. Yo la veía con moretones y me decía que se había caído de la escalera. Ahora ato cabos, pero en ese momento no me daba cuenta. Además, ella lo justificaba por Cromañón, decía que había que entenderlo. Ellos, en cambio (señala a Beatriz), sí sabían. No sé, mamá, si querés dar tu versión sobre esto.
B. R.: –A principios de 2009, el padre de los chicos me dijo que iba a ir a hablar al colegio porque los chicos estaban pasando una situación conflictiva. Yo lo acompañé, hicimos una presentación para que los observaran, dejamos una nota asentada entre los dos para que averiguaran por qué los chicos andaban tan mal, rompían los lápices contra el pupitre, doblaban las hojas con el codo, sus cuadernos eran muy desprolijos. En ese momento yo pensé que él exageraba pero lo acompañé igual para ver qué me decían en la escuela. Yo quiero decirte que mi hija era una excelente madre: si yo les daba una golosina, ella les daba una fruta; si yo les ponía la computadora, ella les daba un libro. El único error que cometió fue traer a esta bestia a su casa. Cuando fuimos al colegio me preguntaron cómo era Wanda y yo les dije la verdad: en esta familia somos todos muy sanguíneos. Y lo que yo sugiero en ese momento es que le pidan pericias psicológicas a ella, a la pareja (Vázquez), al papá de los chicos y a los abuelos (nosotros), para ver quién de la cadena fallaba. Cuando mi hija se entera de esto, se pone como loca. Yo la fui a ver a la casa, temblaba como una hoja, entonces me acompañó una vecina mía. Mientras mi hija me gritaba “vos me denunciaste”, lo escucho decir a él “decile a esa loca que se vaya porque la voy a prender fuego”. Estos eran los signos de violencia que había. A partir de ese momento, el gobierno de la ciudad le puso un psicólogo a los chicos y esto quedó ahí. Pero nosotros sabíamos que ella era una mujer golpeada. En septiembre del año pasado el nene mayor le dijo a mi nuera: “Eduardo le pegó a mamá, la sacó a la calle y le dio trompadas contra el coche”. Cuando me enteré, yo pensé: “No puedo hacer nada, ella es una persona mayor y decidió llevar esa fiera a su casa”.
B. R.: –Tenían una relación complicada, Wanda le reclamó legalmente la manutención de los chicos, hubo meses que él no aportó, pero siempre se los llevó y los atendió. Nunca fue agresivo. Se peleaban pero sin violencia.
N. T.: –Con el padre de los chicos tuvo sus problemas, ninguno era Heidi. Yo también tengo que decir que si no hubiera sido por Wanda nunca me hubiera separado. Ella me aconsejaba, me decía que yo tenía que ser feliz, que las parejas son para estar bien, entonces mi hermana era mi referente. Cuando yo tuve mis complicaciones con el padre de mis hijos, ella me los cuidó, me contuvo en todo momento, entonces para mí en un punto era imposible pensar que estaba pasando por ese infierno.
B. R.: –Nosotros, cuando pasó Cromañón, ni siquiera sabíamos que Eduardo era el baterista de Callejeros.
N. T.: –Mi hermana siempre lo justificaba, decía: “Vos pensá que a Eduardo le pasó Cromañón, es un chico que no está bien, se le murió la madre prendida fuego”. Antes de Cromañón, Eduardo tuvo una relación de siete años con una chica a quien quiso tirar de un séptimo piso y ella jamás declaró en contra de él por miedo. Después de Cromañón, Eduardo se fue a Córdoba, tuvo una relación ocasional, y de esa pareja nació su única hija. Cada vez que ellos iban a Córdoba era un conflicto, la nena no hablaba, se hacía caca encima, no estaba bien... Wanda pensaba que lo tenía que ayudar a Eduardo, construirle una familia que lo quiera, esperarlo con la comida, todo eso. Cuando fue la sentencia de Cromañón, él se relajó, llevó las plantas de marihuana a la casa, es como que se sacó un peso de encima. Y en noviembre ellos se casaron, y ahí la que se relajó fue mi hermana, yo creo que se empezó a rebelar más y ahí subió la violencia.
B. R.: –La última foto que yo tengo de mi hija es del 6 de febrero, que fue mi cumpleaños. Se había vuelto a teñir, no de rubio pero sí de un pelirrojo. Estaba más rebelde Wanda, no se iba a bancar cualquier cosa.
B. R.: –Sí, me dejaban cartas en el buzón. En una de las cartas me decían “escuché a Wanda cuando entró al hospital y gritaba ‘este hijo de puta me quiso matar’”. Eso es lo mismo que declaró el policía en la causa. Otra cosa que está en la causa es que Vázquez estaba acompañado de dos personas, una del sexo masculino y otra del sexo femenino que al día de hoy no se sabe quiénes son, y la doctora vio como él les dio las llaves de la casa. Esas personas fueron a ordenar y a sacar las cinco plantas de marihuana que había en la casa. La que se incautó después fue una sexta planta que no pudieron arrancar. Es el día de hoy que no entendemos por qué no se buscaron a esas personas que pueden haber alterado toda la escena.
B. R.: –Estamos esperando la reconstrucción, Eduardo Vázquez no sabe que cuando le prendió fuego a mi hija, le prendió fuego a mi sangre. Yo leí la autopsia y el cuerpo de ella deja muy clarito lo que pasó. No practico ninguna religión, siempre digo “creo en las personas”. Cuando me preguntaban qué quería para mi hija yo decía “que la ciencia tenga todos los elementos para salvarla”, porque otra cosa no hay. Yo no creo en nada sobrenatural, porque si lo hubiera, mi hija estaría hecha una flor, porque no hubo nadie que no pidiera por ella. Esa es mi filosofía de vida. Yo siempre me programé para ser buena madre, buena hija, buena esposa. Y ahora me lo critico, pero así era yo. Siempre pensé que si hacía todo bien, me iba a salir todo bien, pero la vida te muestra que no es así. Esto es una situación límite.
N. T.: –A todos nos cambió la vida y nunca más vamos a ser los que éramos. Cada uno lo canalizó de la forma que pudo.
B. R.: –Nos ha quedado una función, que es que mis nietos lleguen sanos a la adolescencia. Estos chicos vienen marcados por algo que todavía no digieren. Una cosa es una madre muerta y otra cosa es una madre asesinada. El Estado nos ha provisto de psicólogos y yo creo que están bien tratados. Después, nosotras como mujeres tenemos que trabajar para sacar la violencia de las familias, no te digo de la sociedad porque lo veo imposible, pero sí tratar de participar, de hablar... Si bien yo veo que hay ayuda gubernamental, es difícil, si no mirá el caso de la mujer baleada en la puerta de la escuela de sus hijas, ella había denunciado. Una mujer que tiene dos, tres hijos, si tiene que denunciar violencia se tiene que trasladar a otro lado, muchas veces muy lejos de su casa, pagarse el viaje, no sabe si cuando vuelve no la van a volver a golpear. Y si tiene todo eso resuelto, tampoco queda protegida. En la Argentina, parece que la mujer está tomando conciencia, pero si no hacemos nada, no vamos a detener esto. Yo siempre fui autosuficiente y decía que para lo único que no estaba preparada era para perder un hijo. Pero me pasó. Mi hija no me la van a devolver, pero Vázquez tiene que ir preso. Y yo voy a luchar para que eso suceda.
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