Viernes, 27 de agosto de 2010 | Hoy
Según el Observatorio de Feminicidios Adriana Marisel Zambrano, la forma más común en que son asesinadas las mujeres son las puñaladas. En segundo lugar aparecen los casos de mujeres baleadas y luego son los golpes, la incineración y el ahorcamiento.
En cualquier caso, siempre se busca la intervención en el cuerpo de la víctima, la huella, un profundo daño y testimonio de que él –el agresor– ha pasado por allí. El cuerpo femenino como territorio y campo de batalla donde se liberan los demonios de una cultura que se cuela en las sombras menos pensadas. “La forma en la cual dejan la marca los varones violentos es una reafirmación más de esta pauta cultural que coloca a las mujeres en el lugar de objetos, de pertenencias. Con lo cual no hacen más que profundizar ese modelo de mayor violencia hacia las mujeres, no solo física sino también psicológica y simbólica”, dice Fabiana Túñez, directora ejecutiva de la Asociación La Casa del Encuentro.
En el caso de Fátima Catán, ella contaba a su familia los tormentos que recibía y llamaba a su hermano Nahuel para que la salve de los golpes de su pareja. En más de una oportunidad, Santillán dijo que Fátima estaba loca, que él jamás le pegó, que ella se lastimaba sola. Eso mismo dijo en la única declaración que hizo en la comisaría de Villa Fiorito, a horas del hecho: que Fátima limpiaba algo con alcohol y prendió un cigarrillo, de ahí las llamas. Por supuesto que la familia no cree en esa versión por los miles de antecedentes que cuentan en que Fátima fue agredida, marcada.
La violencia machista se manifiesta en ciclos: comienza con el control, los celos, la descalificación y se cierra con la culpa y el arrepentimiento. Pero cada ciclo arremete con más fuerza. La motivación de un varón violento es poseer a esa mujer en todo sentido de la palabra, y en la medida en que la mujer va cediendo, la furia es cada vez mayor, porque él necesita mantener el poder sobre esa mujer. Por eso, el berenjenal que arman los medios de comunicación alrededor de estos casos cuando los llaman pasionales no hacen más que reforzar el estereotipo que los habilita. Sobre Vázquez, se dijo que no había que condenarlo antes de saber qué pasó, cuando se determinó la “falta de mérito” se lo justificó con argumentos pobres y falaces y jamás se transmitió la necesidad imperiosa de que la víctima se salve para poder dar su testimonio, como sí ocurre en el reciente caso de Carolina Píparo y la salidera bancaria. Los fiscales de Lomas de Zamora que actúan en la causa de Fátima, Andrea Nicoletti y Ramiro Varangot, no dispusieron ninguna detención ni indagatoria.
Para Irene Fridman, psicóloga, “hay un número de violentos especialmente sádicos que buscan dejar una marca, esto se encuadraría dentro de un proceso simbólico que se podría resumir así: la maté porque era mía y la maté porque no era mía. O sea, me pongo violento porque me pertenece y ella es un objeto de mi descarga y me pongo violento porque ya no me pertenece, como un nuevo intento de subordinación. Eso es algo que la sociedad parece permitir o justificar, si no es en voz alta, con la indiferencia y la duda”.
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