Viernes, 3 de junio de 2016 | Hoy
Por María Pía López
Es posible que el 3 de junio de 2015 se haya hecho visible un modo nuevo de la experiencia feminista. Sin teoría, buscándola a tientas; sin colores distintivos, abundando en todos los colores, mezclándolos con los de la política o de las organizaciones. Un feminismo juvenil, osado, cantarín, salido de las aulas de las escuelas medias, capaz de empezar a denunciar los acosos callejeros y los abusos institucionales. Un feminismo popular, surgido de la vida de los barrios y del hartazgo ante la violencia doméstica. Un feminismo que probablemente no se diga tal, porque es sensibilidad y advertencia, capacidad de decir no, experiencia vivida antes que enunciación que la nombra. Un feminismo practicado por miles que pueden decir “no soy feminista” porque imaginan que serlo es abandonar el deseo por el hombre o la vida de familia o la comodidad de ciertos acuerdos. El 3 de junio fue la aparición callejera de esa experiencia que se iba amasando de distintos modos.
Las redes fueron fundamentales: porque permitieron decir a otras y otros que había una cita, que había muchas citas en todo el país donde encontrarnos, que la calle nos esperaba, y que podía surgir algo nuevo. Al menos, un grito en común. Las redes siguen siendo importantes. El 25 de mayo, el colectivo Ni una menos invitó a poner en ellas denuncias, recuerdos, situaciones de abuso vividas. En twitter y en Facebook, aparecieron historias que aun firmadas personalmente, no lo eran. Porque eran moldes, patrones de conducta. Porque cambiando apenas un detalle, habían sido atravesadas por muchas. Siempre hubo alguien que metió mano sin permiso, que sentó a la niña en sus faldas, que presionó por sexo, que toqueteó en el colectivo, que insultó en la calle. Patrones de conducta extendidos, licencias y permisos que la cultura machista brindó a los hombres. Es el subsuelo de la patria omitido, no por vergonzante sino porque se habla entre tipos: ¡no sabés lo que le hice! Subsuelo violento, subsuelo de la violencia que es más fácil reconocer como tal: el golpe, la persecución, el crimen.
Borges escribe “Emma Zunz”, glorioso relato de una venganza. Emma quiere vengar a su padre muerto a causa del desfalco de su socio. Que es, a la vez, el patrón de la fábrica en la que ella trabaja. Para hacerlo construye una trama ficcional, en la que aloja una violación no ocurrida y a la que responde con un balazo. Borges dirá: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.” La historia era verdadera porque podría haber ocurrido o porque había ocurrido con otro cuerpo que no era el de Emma sino con cualquier obrera sometida al derecho de pernada o de conquista. Datación borgeana de ese subsuelo que se hizo proliferación en las redes.
Las redes son sistemas de afinidades, pero también son circulación y reconocimiento. Momento de elaboración de una voz colectiva, que si parte del entre nos -precisamente por enlazar afinidades a partir de algoritmos-, no impide filtraciones, ampliación de los anillos de recepción, conjunción con desconocidos. Esos recuerdos y denuncias que las habitaron fueron nuestro modo de poner en evidencia el subsuelo. Nuestras memorias, digo, de mujeres del subsuelo. Reconocimiento necesario, pasaje por la palabra, por la palabra que se dice y se construye, que pasa por el cuerpo y pone en situación el estado mismo del cuerpo doliente y memorioso, para seguir viviendo los efectos del primer 3 de junio y prepararnos para la calle multitudinaria del que se viene.
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