“Jingle bells, jingle bells...”, sonaba acorde la tenue música de fondo. La mejor vajilla desempolvada y lustrada convenientemente resplandecía sobre el mantel de un blanco tan purísimo como la vestimenta de los selectos invitados, sin excepción. Todo debía resultar impoluto para la gran e irrepetible ocasión: apenas después de un día de su exhibición abierta al público en la Catedral Metropolitana rodeado de un minucioso operativo de seguridad, el Niño Jesús bendecido por el Papa que había sido enviado directamente por el Vaticano para que aquella Navidad comenzara a recorrer el mundo con su mensaje de amor y paz, iba a nacer esa noche en la casa de los Hernández, una impecable familia de la zona norte de la provincia de Buenos Aires. El planeta seguía las instancias en vivo y en directo a través de las cadenas de noticias internacionales. Una coqueta cuna encargada al más prestigioso orfebre y donada por el gobierno nacional a través de la Secretaría de Culto, lo aguardaba expectante debajo del imponente árbol que presidía el suntuoso living del caserón de los Hernández.

A las diez y cuarto en punto tocó el timbre Monseñor. Traía bajo el brazo una caja de cartón que rezaba en letra enorme: FRAGIL. NO MALTRATAR. Y debajo, muy chiquito: niño dios.

ATENCION: El niño menor del hogar, Jesús, de dos años, que mucho no entiende de objetos y sentimientos, ve en el pequeño muñequito de yeso un adversario y aprovechando la distracción de las 12 con Papá Noel y sus regalos, lo estrella en mil pedazos. FIN

Data útil: desde entonces el niño Jesús, luego de su paso por varias instituciones privadas se encuentra internado en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda de la Ciudad de Buenos Aires.

El otro niño Jesús no pudo ser reconstituido y hasta el momento se desconoce el paradero de sus restos.

Monseñor, expulsado al instante por el Santo Padre, no logra recuperarse del mal conocido como “trauma navideño”.

pd.u: FELIZ NAVIDAD