Viernes, 22 de diciembre de 2006 | Hoy
MARIA JOSE GABIN, ACTRIZ, ESCRITORA
Aclaro que no soy católica, ni siquiera estoy bautizada. Cuando era chica, en el colegio me preguntaban ¿pero entonces sos judía?, yo decía que sí, no tenía la más pálida idea de qué me hablaban... Y si bien por una cuestión histórica, cultural, argentina, festejábamos las navidades en familia, como mi mamá murió cuando yo tenía 13 y fui una adolescente muy rebelde, prácticamente nunca más celebré esas fiestas. Mi papá se casó y se fue a vivir afuera, y la mujer de él –es decir, mi madrastra, que era alta, rubia, alemana– festejaba mucho las navidades, hacía unos árboles muy grandes y le gustaba traer abundantes regalos comprados en París o en Nueva York, según donde estuviese viviendo, todos gestos que me llevaban a resistirme aún más.
A los 23 tuve un hijo, y cuando él era pequeño yo no hacía arbolito porque me parecía que no entraba dentro de mi estilo de salir a la calle con bombachas con puntillas y corsés con corpiños medio rotosos. O sea que el arbolito no formó parte de una parafernalia en mi joven juventud. Y recién ahora, a los 40 y pocos empiezo a hacer un pesebre muy personal: compro una vela dorada con forma de pino y alrededor pongo unos muñecos muy kitsch tipo premio de chocolate Jack y armo un pesebrito animado, donde están representados mi hijo, mi esposo, el gato y yo. Es decir, nosotros mismos somos nuestra propia Navidad. Por supuesto, lo hago antes del 23, ya que en los días de las Fiestas nunca estamos. Huimos, porque además es cuando me puedo tomar unas vacaciones. Son los días de liberación citadina y del trabajo, de paso no tenemos que estar con la familia.
Lo que más detesto de la Navidad es el llamado espíritu navideño. Me parece horrible esa obligación de ser bueno, algo patético. Las películas navideñas con renos y nieve, los milagros de amor navideño me repelen. Creo que mucha gente está mal y se siente obligada a festejar, odian esta situación pero siguen haciéndolo. Es una especie de dogma del que algunos preferimos zafar, estar en un lugar que no te marque las horas, los días, donde nadie se sienta comprometido a invitarte. Finalmente, la Navidad es una fiesta de origen religioso, y se da por sentado que todo el mundo tiene que someterse a ese pensamiento único, eso es abrumador. Creo que la compulsión, la bondad impostada no es un buen camino para nada, aunque como me gusta dejar un mensaje positivo, tengo que decir que mi deseo navideño es a favor del bien y de la vida, de ocupar los lugares copados, librar esa batalla. O sea que al cierre les dejo mi cartita rosa con perfume Edén de Cacharel.
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