Domingo, 30 de agosto de 2015 | Hoy
ARTE > ARTISTAS BELGAS
ARTE La muestra The Importance of Being..., una selección de obras de artistas belgas curada por la cubana Sara Alonso Gómez en el MACBA, propone un panorama de artistas poco conocidos para el público local, además de un corte transversal del canon del arte europeo. Pero además tiende puentes en varias direcciones: desde la presentación de leyendas como el intenso Marcel Broodthaers –también poeta, muerto a los 52 años: diseñó su propia lápida– o el pintor de culto Raoul de Keyser, junto a artistas que, por ejemplo, piensan de formas diversas y oblicuas el pasado colonialista belga, en especial su extraordinariamente brutal ocupación del Congo, con obras de Jan Fabre o Francis Alÿs, un gran favorito de bienales y ferias por sus prácticas nómades y sus experimentos con alucinógenos.
Por Leopoldo Estol
¿Cómo no aparece Julio Cortázar en este amistoso seleccionado –con tintes surreales– de artistas de la lejana Bélgica? Hijo de un funcionario de embajada, Cortázar nació y pasó apenas un par de años en Europa pero era obviamente argentino. Quizá las palabras de Vargas Llosa a propósito de la prosa del hombre que nunca pronunció bien la erre sirvan como vermut para ir acercándonos al territorio al que nos asomaremos: “Vemos irrumpir en el seno de la vida moderna, y sin solución de continuidad, un pasado remoto y feroz de dioses sangrientos que deben ser saciados con víctimas humanas”.
The Importance of Being... o en castellano, La importancia de ser... es una muestra que testimonia un abanico amplio de artistas que nacieron en Bélgica, o bien trabajan allí. Sara Alonso Gómez, curadora cubana de treinta años, organizó los múltiples aterrizajes de esta muestra por pistas del globo, y que actualmente se puede visitar en el MACBA hasta el 4 de octubre. Sara propone una línea argumentativa sencilla: “Dependerá de la sensibilidad de cada espectador encontrar su propia idea del ser” y uno no termina de comprar el ticket para ver la muestra y ya se topa con una obra muy curiosa. Alguien pregunta la hora mientras otra persona le pide silencio con un sonoro “¡Shhhhhh!”. ¡Se trata de un anti-diálogo! ¿Nos subimos a un colectivo equivocado? ¡Ajá! No: se trataba de un parlante escondido. Una obra que señala la exposición como el lugar donde las personas se expresan y a la vez –no es un dato menor– expresan sus diferencias.
En una acepción más amistosa, imaginemos un tubo largo del que sólo podemos observar su interior a través de uno de sus extremos, y adentro vemos cómo los rayos de luz son moldeados por colores y formas primarias. ¿Quién no jugó alguna vez con un caleidoscopio? Su extraordinaria gracia, ese don compositivo para la variación, apenas hay que moverlo un poco para obtener algo diferente: como cualquier selección de obras contemporáneas, aquí se manifiesta un mundo inquieto donde se cruzan figuras ineludibles como Marcel Broodthaers o el pintor de culto Raoul de Keyser con ascendentes autores vivos de la hegemónica Liga Norte. Una de las peculiaridades de la exposición es que se trata de un panorama inédito, un corte transversal del canon europeo que puede nutrir la enciclopedia de singulares entradas adicionales. Como si la escritura fuese un sortilegio de un asustado mago de Terramar, vemos a Marcel Broodthaers, uno de los máximos referentes del arte de posguerra, bajo la lluvia hincando su pluma en un antiguo tintero y luego llegando –con esa delicada tinta– hasta el papel. Las líneas, esas letras moldeadas con premura, rápidamente se desvanecen ante las abundantes gotas de agua que no tardan en convertir su hoja en un gran y poético charco gris.
Cuenta la leyenda que Broodthaers dedicó su vida a la poesía al costo de sufrir una penosa existencia de la que logró emanciparse cuando cumplió cuarenta años. Tomó 50 ejemplares sin vender de uno de sus libros y los transformó en una suerte de monumento absurdo fijándolos con yeso a una madera. Una suerte de acto psicomágico avant la lettre del que uno no buscaría jamás una explicación exacta. Las instalaciones de Broodthaers son dispositivos entre archivos ocultos y oficinas llenas de cáscara de huevo que critican la parafernalia de los museos, funcionan como oscuros espejos donde el museo no es ese ente cristalino y tan bien predispuesto del marketing sino un espacio de poder en disputa.
El pasado colonialista de Bélgica aparece retratado con ambivalente hermetismo. Dos cuadros enormes en donde la figuración se va viendo de a poco, a través de cientos de pequeños óvalos iridiscentes repetidos por toda la superficie de la obra. Son composiciones delicadas realizadas con centenares de alas de una especie de escarabajo del Congo que jamás visitó la Pampa. El artista, Jan Fabre, refiere en el texto de sala que su obra elabora el pasado colonial de Bélgica: será aventurado conjugar las tremendas incursiones en el Congo donde millones fueron esclavizados con la naturaleza extraordinaria de estos bichos, pero de todos modos exigen al que pasa una atención minuciosa. Escarabajos y esclavos habitan por igual el tumultuoso pasado que se esconde bajo la alfombra del progreso. En este sentido si bien la referencia en la obra es más bien críptica, resulta sugerente ver cómo occidente problematiza su expansionismo en muestras y bienales. Ya Hergé en su momento fue invitado a corregir varios cuadros de su famoso Tintín visita el Congo por sintonizar sin cuidado los desmanes cometidos en el pasado colonial.
La obra de Francis Alÿs, “Políticas del ensayo”, puede ser pensada también bajo ese paraguas. Alÿs es conocido por la característica más bien nómade de su práctica, sus caminatas por La Habana con imanes en los pies o sus siete días bajo los efectos de diferentes alucinógenos lo han convertido en ídolo de ferias. En la obra que se expone en San Telmo podemos escuchar al prestigioso teórico y curador mexicano Cuauhtémoc Medina disertando sobre el imperativo desarrollista que se instaló en América latina a partir de un discurso en el que Harry Truman, el presidente norteamericano, asume la necesidad de proyectar progreso en los países del sur, diríamos, más por miedo a una avanzada de su contendiente inmediato (la URSS) que por un acto altruista. Desde entonces, persiste en Latinoamérica esa vocación por querer igualar sin éxito un supuesto orden de cosas. La imagen que propone Alÿs para acompañar estos pensamientos descoloca. Un pianista toca, una cantante lírica alza su voz y una mujer oriental hace un strip-tease. Se suman todos los públicos: el refinado, el atento a las últimas tendencias y el voyeur. Parece una oscura película de Abel Ferrara pero no es más que un bello enigma buscando quien lo descifre, una película que un avezado podría rebautizar, con humor, “Trasnochando con Francis Alÿs”.
Tanto en la obra de Alÿs como en la de Johan Grimonprez el discurso contrasistema se impone. Grimonprez realiza no sin un particular sentido del humor una historia de los secuestros de aviones. En su video se registra desde los extravagantes pedidos de los captores al estado calamitoso en el cual –en el mejor de los casos– las aeronaves quedan luego del atribulado periplo. Este video puede ser visto como un precursor de lo que fue el 11 de septiembre en el sentido que capta con actitud golosa lo tremebundo y lo transforma en un encendido fragmento pop del mundo que vivimos.
A simple vista la obra de Julian Friedler se confunde con la grabación de un programa de cable en la inmediaciones del museo. Hay una simpática entrevistadora y un chico que se cerciora que la grabación se realice bien. Están en busca de un visitante distraído. Si se acepta la invitación, previa lectura de un breve texto, el artista abre el juego para que la interpretación y la libre asociación haga el resto. Se nos invita a filosofar y se nos oye llenar el salón con nuestros propios ecos e incertidumbres.
Luego de que una cordial guardiana de sala nos lo señale, subimos por unas escaleras de emergencia hasta un nivel del museo que luce sin terminar. Un museo no es un banco, puede darse estos lujos y capitalizar el espacio residual de las instituciones es, a todas luces, meritorio. Podemos espiar cabinas para votar de distintos latitudes del planeta (obra de Guillaume Bijt) o haciendo uso de la ajustada altura del museo, caminar entre una serie de ladrillos que cuelgan a la altura del vientre y demás órganos vitales. Estos ladrillos en palabras de Kendell Geers, otro artista rocker, se vinculan con la expresión de la tremenda exclusión en su Sudáfrica natal y no están tan lejos de los ladrillos que se arrojan sobre la autopista Buenos Aires-La Plata para forzar la detención de algún coche. En ese sentido la muestra se expande dando lugar a un mapa que puede no ser exhaustivo pero lleva en su ADN la agenda de un mundo que se expresa disconforme y hambriento.
El sacudón guarda cierto eco surrealista, sobre ese piso rasposo e inacabado se llega hasta una vitrina que cobija dentro a un animal fantástico... Berlinde De Bruyckere trabaja con cueros de caballo desde hace más de 15 años, su obra se parece a esos engendros que periódicamente se difunden en internet que no tienen ojos ni bocas y que parecen ser fuente de todas las malditas hamburguesas del planeta. La temperatura de este último piso, la sensación de que uno accede casi por un equívoco a las bambalinas del museo, le suman a la visita la mística de lo oculto.
The Importance of Being... se puede ver en MACBA, Museo de Arte Contemporaneo de Buenos Aires, avenida San Juan 328, CABA. De lunes a viernes de 12 a 19, sábados y domingos de 11 a 19.30. Martes cerrado.
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