GRABADO > EL RESCATE EN LIBRO DE VíCTOR REBUFFO
Hijo de la inmigración europea del hambre, estudiante, profesor y autodidacta, inspirado por el anarquismo ruso, artista comprometido con el antifascismo tras el golpe del ’30, camarada de Berni, Castagnino y Spilimbergo, ilustrador de libros como la Biblia, el Martín Fierro, Don Segundo Sombra y el Fausto, Víctor Rebuffo es uno de los nombres fundamentales del grabado en la Argentina. Sin embargo, su figura y su trabajo se vieron injustamente postergados. Ahora, el libro Víctor Rebuffo y el grabador moderno recupera esta obra poderosa, emotiva, sufrida, por la que pasan García Lorca, Guernica, la inmigración, la opresión, la soledad y la rebelión. Además, convocados por Radar, su ex alumno Ricardo Longhini y el pintor Carlos Alonso le rinden homenaje.
› Por Angel Berlanga
“El hombre, encadenado al yugo de la tierra por vínculos morales y fuerzas ancestrales, sufriendo el flujo y reflujo de encontradas pasiones; desintegrado de su medio por efecto de aspiraciones liberadoras, constituye el eje del asunto de mis xilos.” Víctor Rebuffo dejó muy poco escrito en relación con su propia obra, pero esta definición, publicada en 1941 en Nueva Gaceta, se ajusta de lleno con lo que puede apreciarse en el libro que la Fundación Mundo Nuevo acaba de publicar con el rescate de sus xilografías, su figura y su ideario estético, las coordenadas de pertenencia de un artista central en la historia del grabado en la Argentina. En efecto, con excepción de alguna viñeta, todas las imágenes que se reproducen en este volumen están habitadas por hombres y/o mujeres, casi siempre en relación con contextos vinculados con alguna forma de opresión: el trabajo duro, la soledad, la ciudad como caos y agobio, la represión (y la rebelión como contracara). Escenas en la noche, o en ambientes oscuros, muchas veces: un suicida en la vorágine, unos obreros en un taller, un solitario rumbo a un hotel o ante un vaso de vino, una creciente en La Boca. Otro detalle puede dar cuenta del carácter de su obra: no hay quien se ría ahí, entre sus criaturas. No hay sonrisas, gestos felices ni contenturas. En los grabados de Rebuffo, entonces, el agobio de esta gente golpeada, que no se lamenta, parece tener una relación directa con lo que tienen alrededor, con el mundo en el que viven, con sus condiciones de vida. Sus cuerpos, sus rostros, muestran eso.
Rebuffo nació en Turín en 1903 y al año siguiente llegó con sus padres a la Argentina; a los 17 entró en la Academia Nacional de Bellas Artes y a los 23 se graduó como profesor de dibujo. En 1927 arrancó, autodidacta, con sus prácticas como grabador. “La agitación política que sobrevino al quiebre del orden democrático por el golpe militar del ‘30 y que enfrentó a la sociedad en sectores ideológicamente antagónicos se proyectó a la esfera de la cultura implicando a artistas e intelectuales en fuertes polémicas en torno de la función del arte en la sociedad”, escribe Marcela Gené en el primero de los ensayos que contiene este libro, Víctor Rebuffo y el grabador moderno. “De simpatías filoanarquistas a las que fue leal toda su vida aunque sin comprometerse plenamente con la militancia, se alinea con artistas del grabado como Pompeyo Audivert, Demetrio Urruchúa y Lino Spilimbergo en las filas del antifascismo. Inicia entonces un período de intercambio con el medio artístico que fructificó en replanteos temáticos y estéticos, además de cimentar relaciones de amistad que se mantuvieron de por vida.” Gené destaca a Audivert y al belga Frans Masereel como principales influencias de Rebuffo; Julio E. Payró subraya, además, su impronta personal y local, argentina. Rebuffo se relacionó, también, con el grupo de los Artistas del Pueblo, con quienes compartía el gusto inspirador derivado de los anarquistas rusos Bakunin y Kropotkin (El príncipe rojo es un grabado dedicado a este último). En los años ‘30 sus trabajos nutren varias revistas político–culturales de la época, como Contra, Nervio o Signo; en simultáneo, artistas como González Tuñón y Pettoruti destacan su obra, que empieza a ser expuesta con asiduidad, crece en lo técnico y lo temático y cosecha premios.
En la segunda mitad de esa década se entrelazan en su producción los grabados sobre la crisis social opresiva en Buenos Aires con la Guerra Civil en España. Rebuffo participa junto a Berni, Seoane y Castagnino, entre otros en la revista Unidad. Por la defensa de la cultura, de cuño obrero y antifascista, editada por la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores. En el libro se reproducen sus trabajos sobre García Lorca, el bombardeo de Guernica o los fusilamientos de campesinos españoles. En los ‘40 comenzaría una larga trayectoria como ilustrador, que abarca el Martín Fierro, Don Segundo Sombra, Fausto y Los Santos Evangelios, entre casi 150 títulos. En aquel texto autorreferencial de Nueva Gaceta Rebuffo era consciente de su progreso en el manejo de los medios de expresión y se marcaba límites: “Soy de opinión de que el virtuosismo, escollo en que se estrellan muchos valores, desvirtúa la naturaleza del grabado –señala–. El tema nos ofrece un pretexto para ensayar nuestros conocimientos plásticos, perfeccionándolos y depurándolos a medida que aumentan nuestras conquistas técnicas, pero al mismo tiempo es una finalidad que deriva de nuestro concepto –de nuestra sensibilidad–- frente a la realidad del ambiente en el que nos desenvolvemos y que nos conduce a la formación de la atmósfera propicia en que se desarrollará la composición plástica”.
Con la invitación de Spilimbergo para dar clases como profesor extraordinario de grabado en la Universidad de Tucumán comienza, en 1948, una carrera docente que continuará en la década siguiente, y hasta 1970, en Buenos Aires (se intuyen, de su experiencia en Tucumán, una serie de obras sobre trabajadores rurales). En 1979 publicó Contraluz, un libro que contiene 130 de sus xilografías hechas en la primera mitad de los ‘50; al parecer no quiso editarlo entonces porque, dijo, lo obligaban a incluir una imagen de Perón y Evita. En el otro ensayo del libro Silvia Dolinko examina su relación con el peronismo, que incluye el rechazo de una obra suya en la exposición de un Salón Nacional y, también, algún premio y nombramiento que, sin embargo, no quiebran su coherencia ideológica. Dolinko analiza además la incorporación del color en la última etapa de su producción y reconstruye la consagración crítica e institucional de Rebuffo en los ‘50. “Un maestro que, aun con homenajes y reconocimientos, seguiría desarrollando hasta sus últimos momentos una obra xilográfica en la que mantuvo con férrea coherencia su discurso social”, concluye.
Un discurso que sostiene a puro trabajo, porque casi no dejó textos sobre su propia obra; ese trabajo abarca, además de óleos, témperas, acuarelas y dibujos, unas 2500 xilografías. Rebuffo murió en Buenos Aires a los 80 años, un mes antes de la llegada de la democracia. En este libro sacude su registro de la angustia, la opresión y la desesperación humana, la implacable ausencia de bienestar. Sus grabados tienen, en esencia, una rotunda actualidad.
Aunque no tuve relación con él, ni tengo mayores informaciones sobre su vida, siempre me pareció un artista de gran interés, con una obra admirable. Los dos hemos hecho ilustraciones de libros, pero él trabajaba fundamentalmente la madera, y yo he hecho apenas uno o dos de esos trabajos, con lo cual nuestros caminos andan alejados. El aguafuerte es prácticamente una forma del dibujo, y lo otro tiene características planimétricas y volumétricas en otras materias. Me parece admirable, además, que se dedicara a algo verdaderamente vocacional y utópico, porque si en su época las pinturas no se vendían, imagínese el grabado. Y él se dedicó casi exclusivamente a eso. Me alegro mucho por la edición de este libro sobre la obra de un autor olvidado, sumergido, porque pone en relieve su talento, su capacidad y su estilo.
Víctor Rebuffo está entre los diez principales xilógrafos y grabadores de la Argentina de su tiempo. En el Centro Cultural de la Cooperación hubo, hace poco, una muestra del grabado social en el país y ahí pudieron verse reunidas, en toda su dimensión, las espadas con las que hemos contado aquí en esa materia, que nos dejan muy bien parados, junto a españoles y mexicanos.
El fue mi maestro de grabado, cuando yo tenía 18 años, y lo recuerdo como un hombre de una calidez extraordinaria. En 1968, en la escuela Manuel Belgrano, me dieron un segundo premio y luego las autoridades me lo censuraron: él, por el contrario, me apoyó con esa obra. Incluso un poco después nos organizó una muestra en lo que fue el Mercado del Arte, algo así como el antecedente prehistórico del Centro Cultural Recoleta. Aunque en esa época era director de la Escuela de Artes Gráficas en La Boca –-donde vivió muchísimos años– tenía una enorme sencillez y un perfil bajísimo. Siempre rescato el cuidado que tuvo hacia sus alumnos, que aparecía en detalles como llevar listas de sitios donde se podía comprar papel a bajo precio.
A pesar de no formar parte del grupo de los Artistas del Pueblo, porque era unos años más joven que, por ejemplo, Abraham Vigo, Guillermo Facio Hébequer o Agustín Riganelli, su obra se enrola dentro del arte social. Tengo un grabado suyo que es una barricada construida durante la Semana Trágica, un tema que habla un poco de los lineamientos de su trabajo. Me lo regaló cuando fue testigo de mi casamiento, y eso también habla de quién era él, porque se fue hasta Turdera, que era los confines en aquella época, y nosotros éramos dos ex alumnos.
Creo que en la historia y el mercado del arte el grabado y la xilografía en la Argentina pagan un castigo a su pecado original que es, fundamentalmente, que respondieran a la idea de hacer muchas copias a bajo costo para poder distribuir ideas, pensamientos y reivindicaciones de los sectores obreros y clases oprimidas. Cuando yo era estudiante ya era considerado “arte menor”. Yo creo que esa mácula que pesa sobre el grabado sirve para disimular su origen contestatario. Todo el arte social, en realidad, deriva del grabado y, fundamentalmente, de la xilografía. Me parece que el lugar tan de segundo plano que ocupan obedece a que sus cultores estaban enrolados en las filas del socialismo y el anarquismo. Y eso se pagaba carísimo.
Cuando yo lo conocí tenía 65 años y estaba muy envejecido, probablemente por la dureza de lo que le tocó vivir. Igual que Mario Arrigutti, mi maestro de escultura: era gente muy gastada. Los dos llegaron al país a comienzos del siglo pasado. Hay que ver la Europa de la que vinieron ellos: es casi la misma época en la que llegaron mi abuelo y mi bisabuelo, y ésa fue una emigración signada por el hambre. Por otro lado la gran mayoría vino encandilada por la publicidad de que iban a encontrar una América generosa que, en realidad, se los quería llevar a condiciones de trabajo similares a las del Medioevo. Por eso, en parte, la inmigración hacia el interior fracasó y muchos terminaron volviéndose a la ciudad, donde las condiciones de trabajo eran más acordes con el desarrollo social del que venían. Tratándose de una persona de la sensibilidad de Rebuffo, no quiero pensar lo que era vivir en los años ’20 o ’30 en La Boca, con las condiciones de vida que había entonces, el abigarramiento total en el que vivían las familias, el pésimo nivel de salubridad. Debe haber visto muchísimo más de lo que quisiera tolerar una persona. Es muy evidente el lado de la desgracia del ser humano. Y eso está en su obra, que tiene un gran valor y fue hecha con una gran carencia de medios.
Durante cantidad de años pensé que yo no tenía maestros. Había una especie de consenso que señalaba que el maestro es quien lo marca a uno, y a mí no me marcó nadie. Hasta que me di cuenta de que mis maestros fueron los que me enseñaron a amar el arte que yo desarrollaba, y ahí ocuparon esos pedestales Rebuffo y Rigutti, dos personas con muy bajo perfil y un amor profundísimo hacia lo que enseñaban. En el caso del arte, creo que los docentes tenemos que ser muy mezquinos con el tiempo que entregamos a la docencia, en defensa del tiempo que dedicamos a nuestro arte, porque eso fructifica en algo más profundo, la transmisión de eso en lo que creemos.
Este libro es una sorpresa muy agradable, como si él nos estuviera hablando a través del tiempo. Lo celebro, porque reivindica a un artista de la Argentina valiosísimo que, precisamente por la línea que ha desarrollado, ha sido muy postergado. Por el peso de la historia, sin embargo, artistas de la talla de Rebuffo emergen cada vez con más fuerza.
Ricardo Longhini es escultor y docente del Instituto Universitario de Arte Argentino
(Testimonios recogidos por A. B.)
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