Domingo, 24 de agosto de 2014 | Hoy
CINE Filmada en la selva misionera, con un clima influido por la densidad del paisaje, El ardor, la nueva película de Pablo Fendrik, es un western con elementos políticos, ecológicos y hasta místicos, influenciada tanto por John Ford como por El jinete pálido, de Clint Eastwood. En charla con Radar, su protagonista, Gael García Bernal, explica cómo compuso a ese defensor misterioso que se enfrenta a un terrateniente para salvar a una chacra y sus trabajadores, por qué decidió aprender meditación para actuar desnudo en la selva y además anticipa sus próximos proyectos en cine y televisión, que incluyen una serie producida por Roman Coppola y la nueva película de Jonás Cuarón, el guionista de Gravedad.
Por Mariano Kairuz
La tercera película de Pablo Fendrik es un western, como se viene diciendo desde su estreno en el último Festival de Cannes, pero también es, como bien dice y argumenta su guionista y director, un anti western. Filmada en la selva misionera, ambientada en una época indeterminada pero que bien puede ser hoy mismo, El ardor absorbe del western ciertos planteos narrativos y después toma el género como referencia visual para su puesta en escena, trasladando algunas imágenes icónicas de la aridez del Far West a la humedad mesopotámica, duelo al sol y todo. Hay una suerte de héroe solitario (Gael García Bernal) que se hace presente en defensa del propietario y los trabajadores de una pequeña chacra, cuando los matones de un gran terrateniente aparecen decididos a cargarse a quien haga falta para quedarse con todo. Este defensor cuya procedencia es un misterio no es llamado por su nombre en toda la película –sabremos por los créditos finales que se llama Kaí– así que puede recordar, entre otros pistoleros, al Hombre sin Nombre de Clint Eastwood.
“Vimos durante la preparación de la película muchos westerns, pero no es un género con el que tuviera ninguna relación particular –aclara Fendrik–. Vi algunos de chico, como cualquiera, pero recién de grande empecé a apreciarlos y a encontrar su potencia dramática, lo que me interesaba para contar una historia: la idea del antagonismo, la venganza de sangre que siempre puede dar lugar a un ciclo inagotable, una venganza tras otra, temas que están profundamente enraizados en la tragedia clásica.”
Los títulos que revisó y que hizo ver a sus actores –además de Gael, la brasileña y cada vez más internacional Alice Braga, y como el trío villanesco Claudio Tolcachir, Jorge Sesán y Julián Tello– van, cuenta, de lo más obvio e ineludible –John Ford y Un tiro en la noche, Pasión de los fuertes y Más corazón que odio, “en ese orden”–, a Winchester 73, de Anthony Mann, Wichita de Tourneur, El jinete pálido y Los imperdonables de Eastwood, y, claro, La pandilla salvaje de Peckinpah, la referencia ineludible cada vez que vemos a un forajido cosido a balazos en ralenti. “Me interesaban algunas cuestiones estructurales, y la idea de los colonos atacados por este landlord, que en una versión actual viene a ser una fuerza corporativa”, dice Fendrik.
También surge de la ambientación de la película, de su densa, hostil escenografía natural, otra referencia inevitable: Deliverance (o La violencia está en nosotros), la obra maestra de John Boorman que no es un western pero que también toma muchos elementos de ese universo para sumergirlos en una de las regiones más pantanosas del mundo. Fendrik dice que sí, claro, que también vieron ésa, y lo cierto es que, con perdón por el lugar común, en El ardor el-entorno-es-otro-de-sus-protagonistas; se impone sobre sus personajes dando forma a su personalidad, sus acciones, sus modos de hablar. Y es de donde surge todo eso del anti western: “Lo es en tanto ve a la inversa de como lo hacían los clásicos del género, el lugar del hombre respecto de la naturaleza –dice el director–. En el western el hombre busca conquistarla, colonizarla, imponerse sobre una configuración que tardó millones de años en encontrar su propio equilibrio. Cuidándome de no ponerme panfletario, en la película se intenta decir que nadie, ni los buenos ni los malos, ni las víctimas ni sus victimarios, tienen un derecho sobre la naturaleza; que la mejor relación que podemos tener con ciertos espacios vírgenes es no tener ninguna. Que, como dice el protagonista, ninguno debe estar ahí”.
DEL BARRO
“Con Pablo (Fendrik) nos conocimos hace seis o siete años, en Cannes”, le contaba Gael García Bernal a Radar unos días atrás, recapitulando el largo camino que se completa con el estreno de El ardor el próximo jueves 4 de septiembre. En aquel entonces él había llegado al festival con su hasta ahora único largometraje como director, Déficit, y Fendrik llevaba su ópera prima, El asaltante. “Hablamos un rato y enseguida ya dijimos de hacer algo juntos”, y a lo largo de sucesivos encuentros en festivales fue forjándose y mutando este personaje solitario que se transformaría en el protagonista de El ardor.
En el Kaí de Gael se sugiere una presencia animal. Su tragedia personal se nos ofrece retaceada; hasta donde sabemos, él proviene del río y de la selva, y allí habrá de volver cuando complete su misión. “La idea era lograr cierta conexión del personaje con la tierra –explica García Bernal– y en ese sentido había ciertos condicionamientos que me ayudaron de manera innata a componer a alguien como Kaí: tiene bastante que ver el andar semidesnudo por la selva, actuar entre los mosquitos y en el frío, porque hacía mucho frío cuando filmamos. Creo que todos tenemos en algún momento esa aparente conexión con algo ligado al significado profundo del planeta. En mi caso, algo de eso ocurrió cuando tenía 14, 15 años, trabajando con los indígenas en México, con los huicholes, asistiendo a la fiesta del peyote. Se trata de cosas con las que la conexión espiritual es muy inmediata, una experiencia que me proporcionó muchos elementos de los cuales agarrarme a la hora de hacer un personaje como éste. De modo que había toda una serie de factores que me permitieron pensar en Kaí y darle forma, pero a todos ellos se les suma que decidí aprender a meditar para componerlo. Lo hice, de verdad: aprendí Meditación Trascendental, una de las tantas técnicas que existen, y es fantástico. Nunca lo había hecho antes, y de repente me dije: a ver de qué sirve. Y es algo que vas a seguir usando toda tu vida; hay que ser disciplinado, por supuesto.”
Después de sus dos primeros estrenos (El asaltante y La sangre brota) bastante pegados uno a otro, Fendrik creyó por un momento, como aquellos que habían trabajado con él en aquellas dos películas, que en los siguientes años iba a filmar rápido y mucho, pero el proceso de creación de El ardor terminó insumiéndole unos cinco años. En algún punto de ese largo proceso, todavía bajo el influjo de sus lecturas de cuentos fantásticos del medioevo chino –que inspiraron parcialmente el aura mística de su protagonista– a Fendrik se le apareció la idea de explorar la selva misionera. Fue hasta allí, y lo que encontró moldeó a sus personajes de manera definitiva; en particular, la austeridad de los diálogos, cierta parquedad: los protagonistas, héroe, víctimas, villanos, dicen apenas más que lo imprescindible. “Que los personajes hablen tan poco –dice el director– es algo que viene determinado por la escenografía natural. Antes de empezar a escribir el guión agarré el auto, me fui manejando hasta Misiones y me quedé ahí diez días tomando notas, absorbiendo, imaginando el universo. Ahí lo que prima es el silencio, o mejor dicho, priman los sonidos de la naturaleza y sos vos el que hace silencio, porque estos lugares disparan algo en tu instinto, algo que tiene que ver con la supervivencia, la conciencia de que ahí uno debe estar atento a todo lo otro con lo que convive, porque podemos convertirnos en la comida de alguien más: ya no estamos como en la ciudad, en la cima de la cadena alimentaria. A la hora de empezar a filmar, el set que armamos allá también fue armónico y silencioso: la vida en la selva es algo que se mete adentro.”
Gael concuerda con la tesis anti western que plantea Fendrik y que les fue impuesta por el ambiente: “Es cierto que vimos cantidad de westerns, pero también hablamos de ir en el sentido opuesto, como si al final el triunfo fuera de la naturaleza, un relato donde se establezcan los límites del ser humano y el amor no salve el día. Por más que hay, obviamente, westerns ecologistas y políticos que hablan de preservar la identidad, incluso en ésos siempre el final supone el triunfo de la voluntad humana. Es una idea romántica, pero el punto de vista es siempre el del ser humano. Y nuestra especie quiere desarrollarse y sobresalir, y para eso tenemos que ocupar un espacio que automáticamente destruye el hábitat natural, con nuestras tecnologías y nuestra noción de productividad. Y no es que la chacra que es atacada en El ardor sea armónica: ellos también llegaron de afuera. Los guaraníes habitaron originalmente las partes habitables de esa región, luego llegaron los europeos y conforme avanzaron, los indígenas se fueron metiendo hacia adentro, hacia un lugar más agreste y muy difícil para el ser humano. Me interesaba esto de la idea de Pablo, pero también su intención de hacer interactuar al lugar en sí, ese contexto en Misiones, en el que hay una mezcla cultural: debe ser uno de los pocos lugares del mundo en el que haya comunidades de rubios en medio de la selva, con gente hablando en portuñol y todo lo que eso dice sobre este espacio y quienes lo habitan. Como dice Kaí, nadie es un nativo realmente”.
A LAS SALAS
Con una producción considerablemente más grande que la de sus dos largos previos, Fendrik ensayará con El ardor un nuevo acercamiento hacia el público. Ha vuelto a ver El asaltante y La sangre brota, dice, pero apenas lo necesario para trabajar en sus ediciones en DVD. Dice que le resulta “un poco insoportable”, pero no es que reniegue en absoluto de ellas, sino que ha pasado un tiempo ya y siente que hoy es otro espectador, otro cineasta, “otra persona”. “Después de estrenar La sangre brota en el circuito comercial y observar que muchas veces las salas estaban subpobladas, por no decir medio vacías, me dieron ganas de hacer una película que fuese capaz de convocar una audiencia mayor y más amplia. Porque cuando venís de la experiencia festivalera, donde las salas siempre están llenas, te creés que la cosa es siempre así. Lo asimilás naturalmente. Y después te enfrentás a la dura realidad del mercado: ahí terminás de comprender un poco qué cine estás haciendo también. Y debo decir que eso fue determinante a la hora de planear un nuevo proyecto.”
La cosa, dice, es encontrar un equilibrio para filmar historias que puedan atraer al público sin dejar de ser honesto consigo mismo. Encontrar esa potencia que lo impresiona de films como Apocalypse Now o Los imperdonables, “experiencias que te abruman como espectador, que son emocionantes y te hacen sentir chiquito. ¿Qué tipo de película puede esperar el público que va a ver El ardor? No me estoy comparando con los Coen ni con Cronenberg, pero me gusta creer que los espectadores que disfrutaron de películas como Sin lugar para los débiles o Una historia violenta pueden llegar a pasarla muy bien con El ardor”. Todavía no está seguro de cuál va a ser su próximo paso, dice, pero sí su objetivo: “Quiero lograr algo de esa emoción, de ese nivel de experiencia que tienen estas películas; ese balance entre una fuerte marca autoral y la posibilidad a su vez, de conectar con gran parte del público”.
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