Domingo, 4 de septiembre de 2005 | Hoy
Nací en Umtata en 1969. Todos los días en casa eran iguales. Mis padres trabajaban; mi madre era ama de casa y mi padre iba a la fábrica... En 1996 obtuve un diploma como secretaria. Podía escribir 37 palabras por minuto pero no había trabajo, así que conseguí un puesto en Jimmy Jungles, un pequeño parque de diversiones para chicos. En 1998 el parque cerró. Me puse a buscar otro trabajo pero me enfermé y todo esto comenzó. Primero tuve neumonía y diarreas y vómitos.
Fui a un médico, pero no pudo ayudarme. Me estaba poniendo muy enferma. No podía caminar y tosía. Tenía tuberculosis. Mi problema estaba en el pulmón izquierdo. Cuando toso me duele bajo el brazo.
Si uno se pesca tuberculosis y tiene VIH, la tuberculosis no mejora. Y si uno tiene VIH, se pesca tuberculosis muy fácil. Ahora estoy en tratamiento para la tuberculosis.
Pero me negaba a hacerme el test. Les dije a los médicos que no estaba lista para eso. Estaba confundida, no sabía realmente lo que era el VIH. Todos hablaban de VIH y sida y decían que era una enfermedad asesina. Tenía mucho miedo...
La enfermera me llevó al psicólogo y me dijo que tenía los síntomas de una persona con VIH. Tuve más miedo, pero me convencieron y me dejé sacar sangre.
El doctor me llamó, cerró la puerta y me dijo: “Por favor, no pienses en suicidarte, porque podés vivir tanto como quieras”.
Lloré mucho. No sabía qué hacer. Me preguntaba quién podía haberme contagiado, pero era demasiado tarde. Sentía que estaba en otro mundo... Les conté todo a mi madre y a mi prima, que me apoyaron, y me hablaron del centro asistencial que medicaba con retrovirales. Me tomaron una muestra para ver si calificaba para esa medicación. Mi recuento de CD4 era 275, y para recibir la medicación tenía que tener menos de 200. Así que no califiqué... En el 2002 empeoré tanto que volvieron a tomarme una muestra y el conteo era de 87 CD4. Me alegré, porque los retrovirales son lo único que puede hacer que vivas más tiempo. Comparando con los primeros tiempos, cuando mis pies estaban hinchados y tosía todo el tiempo y estaba muy delgada, ahora me siento mucho mejor. Ya no pierdo peso. Llegué a pesar 57 kilos, y soy alta. Ahora peso 78.
Mucha gente en el gobierno piensa que los pobres somos demasiado estúpidos para entender cómo tomar los retrovirales. Nosotros amamos estas drogas. Si salimos, buscamos una caja para guardarlas. Nunca nos olvidamos de tomarlas. Es lo más importante para nosotros, como el aire.
Cuando estaba muy enferma, pensaba que me iba a morir pronto. No creía que iba a estar viva hoy. Ahora creo que me quedan diez años, pero sólo estoy estimando.
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