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Miércoles, 21 de octubre de 2015

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. EL SANTO DE SACO VIEJO DE PABLO BIGLIARDI

Tramar un telar de voces

Publicada por la editorial autogestiva Ultimo Recurso, la novela transcurre a fines de los 90 en la costa de Río Negro. En la obra, polifónica, la trama policial es una excusa para desplegar la carnadura singular de cada personaje.

 Por Beatriz Vignoli

Para escribir su segunda novela, Pablo Bigliardi (San Antonio Oeste, provincia de Río Negro, 1968) tuvo una idea casi japonesa de tan perfecta: que el investigador que busca a un desaparecido, a quien (como pronto le informarán) se le atribuyen poderes sanadores, vaya siendo guiado en sueños y corazonadas por algo que no se sabe hasta el final si son deducciones suyas o mensajes del "santo" a quien busca.

Jarillas, piquillines, tamariscos y chañares van creando el paisaje y la atmósfera de una novela ambientada en la costa atlántica entre Saco Viejo, Saco Nuevo y Las Grutas a fines de los años 90, cuando todavía no había llegado el éxodo citadino y lo más extraño que podía verse en una comisaría eran borrachines o una riña familiar.

Trayen Niyeo, detective de la policía, toma el caso, que interrumpe la modorra pueblerina, y se sentará ante una ronda de testigos cuyas complicidades deberá conjeturar. En este punto la trama policial es una excusa para desplegar la carnadura singular de cada personaje, cuyos tonos, muletillas y ritmos orales los definen.

El Santo de Saco Viejo es una novela de voces: las de Bonifacio (sátira lograda de un rosarino insoportable), Nelly (alias la Beata), las mujeres Huentelaf y Manikeke, Croto (para quien todo es "estado") y el parco Cautivo, mozo del bar El Pulpo y uno de esos personajes secundarios entrañables que tienen las grandes novelas realistas. Otras voces hablan en los sueños del detective: pájaros parlantes, ballenas premonitorias, su Bai (abuelo) y el desaparecido Miguel Llanqueleo, en torno a quien se revuelve toda la trama en cada giro.

La etnia tehuelche y sus rastros en los apellidos y el lenguaje de la zona, muy cercana a la del pueblo natal del autor (donde no hay casa que esté a más de doscientos metros del mar, como él contó), fue el objetivo de su propia investigación durante los dos años que le llevó la escritura de este libro de 250 páginas, salido de imprenta el sábado pasado por la editorial rosarina autogestiva Ultimo Recurso, un colectivo de editores militantes por la democratización de la cultura.

Pablo Bigliardi vive en Rosario desde 1991. Estudió Letras y Comunicación Social en la UNR, donde es ayudante de cátedra de Nadia Isasa (especializado en edición y escritura creativa) en la Universidad Abierta para Adultos Mayores (UAPAM). El domingo pasado, con su novedad bajo el brazo, participó en Buenos Aires de la Feria del Libro Popular (FLIPA) en el Centro Cultural Kirchner. Allí integró un panel de escritores con Violeta Gorodischer y Mauro Libertella, donde también habló de su primera novela: Determinación (2013). Esta narra la lucha de un estudiante en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) por no deshumanizarse bajo la educación castrense.

Si Determinación presentaba un relato donde la épica se centraba en un individuo, un protagonista enfrentado a una institución adversa, El Santo de Saco Viejo se va tramando, con la lenta elegancia de un telar tehuelche, como un coro polifónico. Entre charlatanes urbanos o cansinas voces pausadas que entre mate y mate maduran sus secretos, no hay nada que vaya a ser dicho o descubierto antes de su tiempo. Y en este aspecto los pasos en falso del investigador son muy verosímiles.

Bigliardi es un autor que maneja sus recursos sin estridencias. Como los novelistas que fundaron el género, puede cartografiar un mapa en la primera página. Es un realista de veras, que toma apuntes para crear un paisaje sonoro de "ecos taciturnos que conforman un pueblo marítimo". O logra que un informe policial se deslice hacia el retrato literario: "El masculino declaró que tenía la costumbre de hablar con quien se le cruzara por delante y que las personas le respondían enseguida. Tales fueron sus palabras textuales como se reproducen en este informe. El agente Pailemán registraba en la máquina de escribir lo que el denunciado enumeraba, levantando la vista para mirarlo a cada momento. Pasamos a reconocer entre mi ayudante, el agente Pailemán y yo, que nos sentimos intimidados por dicha mirada".

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Anita Leporina, Violeta Gorodischer, Bigliardi y Mauro Libertella, dialogan en la FLIPA.
Imagen: Gentileza Karen Monsalve
 
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