Tangalanga levantaba el tubo y llamaba por teléfono a un número dado para tomar "de punto" a sus interlocutores, que poco a poco iban entrando en cólera hasta estallar en toda clase de epítetos soeces que él sabía contestar con una calma admirable, que provocaba la hilaridad del escucha. Por lo general, sus víctimas eran pequeños comerciantes, dueños de gimnasios, fábricas de pastas, farmacéuticos, masajistas, a quienes reclamaba con amabilidad por un servicio fallido, aunque en algún momento colocaba un término fuerte que conducía la conversación al caos y al absurdo.

Tenía rutinas que divertían a sus admiradores, como referir a un sobrino suyo o a un tío de Bahía Blanca como damnificados de alguna transacción, y desafiaba a sus interlocutores a una pelea en una dirección precisa. Muchas veces ponía en duda la catadura moral de quien estaba del otro lado del aparato y deslizaba acusaciones, tales como que en una cancha de papi fútbol los chicos eran "acariciados" por los responsables del lugar, cosa que enardecía a sus antagonistas.

Se identificaba con diversos nombres y cuando debía revelar su número telefónico comenzaba con dígitos normales para luego pasar al disparate, agregando números infinitos e incluso restas y divisiones.

Su identidad fue un misterio bien guardado hasta que una nota periodística -cuya foto escamoteaba sus facciones- y la convocatoria de Jorge Guinzburg para que actuara en "Peor es nada", en 1994, terminaron con la incógnita. En televisión, Tangalanga aparecía como un señor mayor, aunque sus rasgos estaban ocultos por un bigote y una barba postiza, además de un gorro con visera, que nunca abandonó.