UNIVERSIDAD › OPINION
Democracia e ingeniería
Por León Rozitchner, David Viñas*
Hace tiempo venimos afirmando la necesidad de que la universidad abandone el encierro en sus rencillas internas o en sus cada vez más complicados sistemas de control, que insumen gran parte de las energías de sus miembros. Y que abandone su lógica meramente autorreproductiva, para ocuparse de urgentes y palpables cuestiones nacionales, que es su soslayada misión. Porque no se puede olvidar que mientras el país era devastado, sectores relevantes de la universidad se dedicaron a inventar reglamentaciones para subsistir o medrar dentro de políticas socioeconómicas cruentas. El menemismo, introduciendo el individualismo del mercado, se expresó en la vida universitaria bajo los rótulos de incentivos y categorizaciones burocráticas disolventes de las potencias colectivas creadoras. La Universidad de Buenos Aires, que de muchas maneras transitó por este camino, debe meditar sobre sus silencios mayoritarios en esos momentos críticos. Aún permanece ocupada en defensas corporativas de privilegios nimios o en “operaciones políticas” de carácter punteril.
Lo que está sucediendo por estos días en la Facultad de Ingeniería con el intento de destitución de su decano, a sólo dos meses de las nuevas elecciones de representantes, muestra hasta qué punto muchos actores universitarios aceptan lógicas que nada tienen que envidiar a lo que sucede en algunas instituciones de los ámbitos públicos y privados, caracterizadas por la ceguera de las cofradías y las corrosivas disputas por espacios de poder. Se trata de una defensa de pequeños privilegios o –en los mejor intencionados– de una imagen profesional que, drásticamente averiada, no podrá reconstruirse en el cuadro de injusticias vigentes, ni atándola al carro de las tecnologías de la globalización, ni haciéndola evaluar por entidades dudosas.
El compromiso del actual decano apunta a incluir los aportes técnico– científicos de los ingenieros en el marco de un proyecto social y
nacional que atienda a las exigencias planteadas por una sociedad en crisis. Su eventual destitución implicaría la restitución de un proyecto de facultad al servicio de una economía privatizadora. Más allá de las costosas consecuencias institucionales que estos hechos tendrían, hay que colocar los acontecimientos fuera de un debate mezquino que disfraza intereses que no pueden decir sus verdaderos nombres. El debate, para nosotros, es el que trata sobre la decisión imprescindible y urgente de volcar los recursos morales, materiales y culturales de la universidad al tratamiento de las graves condiciones que atraviesa el país.
Decimos: o una Universidad centrada en sus mecanismos burocráticos y académicos internos, crecientemente alienadores de la autonomía intelectual, o una universidad capaz de pensarse en este contexto de urgencia. Afirmamos entonces la necesidad de construir práctica y no sólo discursivamente una nueva universidad. Es necesario impedir que las fuerzas más oscuras prevalezcan.
* También firman Eduardo Grüner, Jaime Sorín, Horacio González y María Pia López, todos profesores de la UBA.