Domingo, 2 de febrero de 2014 | Hoy
Por Esther Cross
El cuento por su autor
Hace dos años, Amalia Sanz y el médico y escritor Daniel Flitchentrei me invitaron a participar en una antología llamada La piedra de la cordura. Conectaban a cada escritor con un neurocientífico para hablar de ciertas enfermedades y sus manifestaciones en las vidas de las personas. El relato médico y el relato literario podían unirse para dar cuenta de lo que pasa en las tormentas de la cabeza. Tendían ese puente entre el escritor y el médico y la antología es –ahora que está publicada– el puente en sí.
Entablé contacto con el doctor Pablo Richly. Gracias a él me enteré de que existe la Amnesia Global Transitoria. Yo quería explorar algún problema relacionado con la memoria porque hace años que estoy saliendo con ese tema.
En efecto, hace tiempo que, como muchos de mi edad, escribo siguiendo la memoria, no tan interesada en lo que muestra sino en ella. Escribir sobre la memoria es escribir sobre la pérdida, pero no es tan melancólico como suena. También es apostar a un viaje parapsicológico y eso no tiene nada de bajón, al contrario. Implica creer que se puede viajar en el tiempo. A cada paso que una da, algo queda enterrado en el olvido, pero ahí viene al rescate la memoria. En un mail del doctor Richly me enteré de que hay un trastorno que equivale al apagón total, al hundimiento absoluto. Alguien va por la calle y de pronto no sabe cómo llegó ahí, de dónde viene, a dónde va. Dio un paso adelante y hundió definitivamente toda su vida al darlo. Es muy fuerte.
Dije que trato de seguirle los pasos a la memoria. Lo hago a través de unos cuentos que forman una serie, y voy por la primera temporada. Se llama Los que volvieron y pasa hace más de cuarenta años, en un campo del oeste de la provincia de Buenos Aires, donde tres hermanos viven su vida lejos de la vigilancia adulta durante casi todo el día, aunque su mundo coincide muchas veces con el de los grandes. Mi historia de Amnesia Global Transitoria es un episodio de esa primera temporada, se llama “Fantasmas del futuro” y lo protagoniza el abuelo de estos chicos. Van a buscarlo a la terminal de micros con el padre, y... adivinen.
El padre de esos cuentos no es mi padre, pero al escribirlos me siento como si hubiera inventado un sistema telepático para encontrarme con él. Lo mismo me pasa con mis hermanos como eran entonces. Es raro porque los cuentos no buscan para nada esa realidad que llaman objetiva y dicen que existe, que existió, esa que la vida fue borrando con su amnesia benigna y lenta para que hoy pueda darme el gusto de recordarla.
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