Miércoles, 3 de enero de 2007 | Hoy
20 años en el espejo Los reportajes de Página/12 que testimonian dos décadas de la cultura, la sociedad y la política argentinas
Por Rodrigo Fresán
Publicado el 6 de abril de 1997.
Hay un lugar y un sonido. Y hay un oído más que dispuesto a oírlos. Un oído absoluto. Charly García lo tiene desde siempre y sabe bien lo que eso significa. Sus pros y sus contras. La maldita bendición de oírlo todo y la bendita maldición de no poder parar de oírlo.
“Es raro. A partir de la nota de Osvaldo Soriano, todo el mundo está interesado en el asunto. Me asombró muchísimo que Soriano partiera de ahí para hacer una nota. Fue una declaración muy grossa. A mí me hizo muy bien; coincidió un poco con un cambio de velocidad, mía y de las cosas a mi alrededor. Y yo nunca hablé demasiado sobre eso. El oído absoluto lo tiene una persona entre no sé cuántos miles. Por ahí hay revistas donde un yanqui medio trolín te propone alcanzarlo en cómodas cuotas y lecciones. Puede ser. Pero eso no es más que entrenar el oído relativo para que oiga como el oído absoluto. Es lo que hacen buena parte de los músicos, después de todo. Qué sé yo. Tener oído absoluto no implica que seas músico, implica que la tenés más fácil para serlo. Yo una vez trabajé de oído absoluto, de acompañar a cualquiera. Hace mucho tiempo, en Canal 7, en uno de esos programas donde los aficionados van a cantar. No era el de Galán, pero yo tenía que escuchar al participante y acompañarlo en cualquier tipo de género, tono o lo que sea. Yo no era un Zelig musical, ojo; era algo más pedestre. Y ésa es la historia y el misterio. Sé que es genético; sé que mi bisabuelo también tenía oído absoluto y sé que a veces, cuando paso de largo o estoy preparando un concierto, cuando no duermo, es cuando la cosa se pone un poquito difícil. Ahí el grado de sensibilidad sonora se te filtra a los otros cuatro sentidos y es el sonido el que te lleva y te arrastra. Ves el sonido y tocás el sonido y olés el sonido y gustás el sonido.”
BLANCO Y NEGRO
Animal de conservatorio, el pequeño Charly García estaba siendo cuidadosamente entrenado para la arena de los conciertos. Pero algo pasó, algo empezó a pasar. La pregunta ahora es si, en los filos de algún amanecer, Charly García se pregunta qué hubiera sido de su vida de haber optado por aquel camino clásico. Charly García no piensa demasiado en la disyuntiva, pero sí se acuerda a la perfección de lo que dejó atrás y a la derecha, allá lejos y hace tiempo.
“A mí me encantaba la música que leía. Partituras. Desde chico. Realmente no escuchaba música de la radio. Todo me parecía muy desafinado... una grasada, bah. Yo estaba muy inmerso y desde muy temprano en otra cosa, en lo que tocaba: Beethoven, Chopin y pa-pa-pa-pá. Daba conciertos una vez por año. Los mejores del conservatorio. Y ya tenía mis fans. Mis señoras gordas y fans me llevaban a la Confitería Ideal y me daban muchas masitas y mucho helado. Me acuerdo de otro lugar con una orquesta que para mí se llamaba Tropicana. Y todo eso es como un glimpse, como un reflejo distante de una época que yo recuerdo en blanco y negro. ¿Y sabés qué pasó entonces? El mundo se hizo technicolor.”
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