Miércoles, 3 de enero de 2007 | Hoy
EL PAíS › LUIS GEREZ RELATO A PAGINA/12 COMO FUE SU CAUTIVERIO
El testigo contra Luis Abelardo Patti que fue secuestrado durante 48 horas dijo que “hay una voz (entre sus captores) que podría identificar” y remarcó : “Ojalá supiera quién fue”. Gerez confesó que siente miedo y que “no quisiera hablar pero debo hacerlo”.
Por Martín Piqué
“Hubiese preferido tener que enfrentar la demolición de un edificio de once pisos que vivir esto.” Luis Angel Gerez está tan acostumbrado a estar entre ladrillos que elige esa extraña comparación para responder la primera pregunta. Es el primer día que pasa dentro del Programa de Protección de Testigos. Ya no vive ni en la casa de su madre en Escobar ni en la de su esposa en San Fernando. Su paradero debe ser mantenido en secreto. El cronista y el fotógrafo de Página/12 han comprobado de cerca el nuevo dispositivo de seguridad. El recorrido comienza en una estación de servicio de la zona norte. Un allegado de Gerez los guía desde allí hasta el nuevo domicilio. Es una quinta de estilo inglés, con pileta y árboles añosos más un perro labrador que juega lanzando mordiscones junto a un uniformado de la Bonaerense. El policía perderá el uniforme y se convertirá en un civil. La idea es el disimulo. Aunque los visitantes no lo notan, los compañeros del albañil están acompañados de lejos por efectivos de varias fuerzas, entre ellos la SIDE. Quieren pasar inadvertidos.
Gerez recorre el jardín para sacarse fotos. Es bajo. Lleva ojotas brasileñas y una remera negra, de cuyo cuello cuelgan un par de lentes para leer. Luego entra a la cocina-comedor de la quinta y se acomoda en un sillón, al costado de una chimenea. El dueño de casa debe ser peronista porque a un costado, sobre el piso, descansan un busto de Evita algo descascarado y una foto recuadrada del Perón de los ’40. Gerez está acompañado por un amigo, que le informa que van a comer ravioles. La entrevista demora la ingesta pero el testigo contra el ex subcomisario Luis Patti se sienta dispuesto para conversar. Parece que tuviera la mirada cansada. Cuando comienza el relato de su secuestro será imposible dejar de mirarle los ojos. “Luego de empezar a andar el auto una persona persona dice ‘limpialo’. Entonces se me cayó el alma.”
–Usted declaró dos veces. El sábado, tres horas; el domingo, seis. ¿La policía tiene elementos para identificar y detener a los responsables?
–Yo expresé mi conocimiento. Si de ahí surgen los elementos, bueno será. Ojalá. Si yo supiese que fue Pedro, hubiese dicho fue Pedro. Dije hasta dónde yo sé. Lo que vi. A mí nadie me dijo “buenas tardes, buenas noches, soy fulano de tal y vengo a llevarlo”. Dije todo lo que sabía. Si en mi interior quedó algo, en el momento que surja, que salga, inmediatamente se lo voy a hacer saber a las autoridades. Con todo eso, con el trabajo de ustedes y de la Justicia, estoy seguro, confío que esto se va a aclarar.
–Según sus compañeros, usted estuvo todo el tiempo con los ojos vendados. Se dijo que distinguió tres voces. ¿Los secuestradores fueron tres?
–Los que me capturan eran tres. Viajamos tres personas. Esto se lo dije a la fiscal. No hubo diálogo pero hay una voz en particular, que si la escuchara aún detrás de una pared y sin ver a la persona la podría reconocer. Aunque no hay nada preciso, hay cientos de voces. Pero si la volviera a escuchar, podría decir “esta voz es la que yo escuché”.
–¿Esa persona habló mucho?
–No habló mucho. En un determinado momento. Que es la que me toma. Una persona me toma de los pelos, por la parte de atrás, y otra es la que me sube al auto y viaja junto a mí. Cada tanto me hace bajar la cabeza. Y cuando me tiro al piso del auto, me dice “dormite”. Y luego de empezar a andar el auto, no sé cuánto pero no mucho, tal vez cuadras, otra persona dice “limpialo”. Entonces se me cayó el alma. Se me paralizó el cuerpo. “Sacale el teléfono, tiralo”, decía uno. “No, no tiene”, contestaba el otro. Lo buscaban en el piso del auto.
–Había dejado el celular en la casa de Altamirano.
–Todas mis pertenencias. Si bien tengo celular, todas las veces que lo puedo dejar lo dejo. Soy albañil. En la cintura necesito un metro.
–Tres individuos lo detuvieron y lo llevaron al lugar de detención. ¿Después llegaron más personas?
–Sí.
–¿Las personas que llegaron más tarde eran tres?
–No. Dos estoy seguro. Tal vez había una tercera persona en otro lugar. Pero no lo puedo saber porque no estaba bien, no me estaban tratando bien.
–¿Las dos personas que llegaron después hablaban diferente, eran de otra extracción social?
–Sí, hablaban distinto.
–Y esas personas le preguntaron si había declarado en algún juicio?
–No, noooo.
–¿No le preguntaron nada sobre Patti?
–No.
–¿Le preguntaron algo o solamente lo tenían ahí y lo maltraron?
–Mire, son hechos. A mí nunca se me preguntó para romperme la cubierta de un auto. Nunca se me preguntó para amedrentarme de otras maneras. No es que esté asociando esto con todo eso, pero tampoco es casual. Yo tengo 51 años. No tengo deudas por juego, ni por casa. No tengo deudas, mi accionar es pacífico. Estaba llegando a fin de año con una paz interior infinita, teniendo a toda mi familia bien: no hay enfermos, mi mamá está bien, mi casa también. Llegábamos al Año Nuevo con todo eso.
–Era un año bueno.
–Buenísimo, excelente. Habría sido mejor si hubiese podido cambiar el auto o terminado de arreglar una vieja camioneta que tengo a medio terminar y que voy arreglando con ayuda de otros amigos. Por eso la voy a querer como a mi viejo Dodge. Cuando funcione, va a ser parte mía porque hay mucho tiempo de trabajo ahí.
–Aunque estas dos personas no le preguntaron nada, usted asocia el secuestro con que hayan cortado la cubierta del auto.
–No, no los pongo al lado. Lo que dije es que esto es como una cadena (N de la R: el 9 de noviembre Gerez denunció en el Congreso que en el mes anterior le habían tajeado las cubiertas del auto y que un individuo le había mostrado un arma desde una camioneta en plena Panamericana).
–¿Quiénes lo lastimaron? ¿Estas dos personas o los tres primeros?
–No. Los tres primeros me condujeron ahí, se encargaron de atarme en un lugar con unos hierros y unos candaditos.
–¿En los pies también?
–En los dos lados. Así (se inclina un poco hacia adelante y pone los dos brazos frente al pecho como si tomara un manubrio). En esta posición, ¿ve que está la marca? Estaba sentado en un banco. Pero no eran los mismos.
–¿Fueron los otros los que más lo maltraron?
–Hubo otros, sí. Para mí no eran las mismas personas.
–Cuando usted dice que los otros hablaban de forma diferente, ¿lo hacían como gente vinculada a una fuerza de seguridad?
–Mire, en estos días tuve contacto con gente de las fuerzas de seguridad y los podría confundir con su voz. Es distinto que cuando uno fue a la colimba y escuchaba “sí, mi capitán”. Hoy ha cambiado todo eso.
–Y estas dos personas no tenían nada particular en su manera de hablar.
–Yo no puedo juzgar, prejuzgar o premeditar si a partir de la voz una persona es más mal intencionada, más o menos violenta. Yo por mi voz a lo mejor le parezca... no creo que maricón, ¿no? (se ríe) Pero no sé si va a sacar una apreciación certera a partir de mi voz. Lo veo difícil.
–¿En esas 48 horas pudo ver algo?
–No. Si bien hubo mucho tiempo que estuve sin la capucha, a partir de que me depositan en ese lugar, antes de retirarse en una oportunidad me dicen: “Cuando se cierre el portón te sacás la capucha, y cuando sentís movimientos de que se abre si estás sin la capucha... (se lleva un dedo al cuello).” Si en algún momento sentía que se iba a abrir el portón tenía una desesperación... me ponía la capucha y aparte cerraba los ojos.
–Dijo que hay imágenes que se le vienen a la cabeza. ¿Cuáles?
–¿Qué le puedo decir? ¿Que en algún momento me sentí el superhombre, que me llevé el mundo por delante? No. Siempre sentí miedo. En oportunidades creía que me iba y en otras tenía un gran alivio. Todas las imágenes eran feas. Nadie me dijo “bueno, te traje un postre, disfrutalo”.
–Habló de que lo torturaron en el alma.
–Sí, claro. Por ahí te dicen: “Te doy una opción. Te pego una patada o tengo que pinchar un ojo con una aguja”. Se lo digo en sentido figurado, no quiero que lo tome como que fue así, porque estaría cambiando toda la situación. Te machucan la cabeza a golpes y a lo mejor eso te descarga. En cambio la situación de estar ahí es más tortuosa que recibir golpes.
–¿Y qué buscaban los que lo secuestraron? ¿Matarlo? ¿Asustarlo?
–No me atreví a preguntárselos, pero sí algún día se los voy a preguntar.
–Usted contó a la fiscal que le gatillaban en la cabeza y que lo quemaron con cigarrillos en el pecho. ¿La Justicia tiene suficientes elementos?
–¿Esos no son elementos? ¡Es lo que a mí me pasó! Yo no sé si usted o el periodismo pueden hacer un balance exacto y decir “esto sirve o no”. Lo que a mí me pasó es la realidad. Confío en que va a servir para la investigación, porque es lo que me pasó. Si no es como le decía al principio: digo “fue Pedro”. Ojalá supiera quién fue.
–¿No escuchó nombres ni sobrenombres en ningún momento?
–No, no. A lo mejor, pero las fichas caían muy rápido.
–¿Se arrepiente de haber declarado contra Patti?
–En la fiscalía dije que hace un año fui a declarar a San Nicolás (N. de la R.: el 8 de septiembre de 2005, Gerez relató ante el fiscal Juan Murray cómo fue picaneado en la comisaría 1ª de Escobar. Reconoció dos voces, la de los oficiales Patti y Santos). Hasta ahí mi vida era perfecta, normal.
–¿Desde que declaró en San Nicolás comenzó a cambiar su vida?
–Empieza el cambio cuando meses después desencadena esa declaración de que tiene que frenar una cuestión... Ya pasa a politizarse
–¿La denuncia sobre Patti?
–Claro. Y después de haber ido al Senado empieza el cambio. Varias veces pensé que no tendría que haber dicho nada. Lo mismo pensé al otro día de mi liberación. ¿Qué pasará si me callo la boca y digo “no sé nada, no quiero contestar nada”? Se lo dije a la fiscal. Pero me contesté yo mismo. “No. Si este hombre no dice lo que le pasó, porque se movió todo el mundo y se hizo tal balurdo, habría que juzgarlo y meterlo preso.
–¿Pensó en que lo podían meter preso si no declaraba?
–Es lo que me contesté. Hubiera preferido no tener que declarar y evitar esta situación. Pero acá hubo una lucha del pueblo. No podía defraudar al Presidente, a los medios, a la policía, a Gendarmería, a las Madres. Me cuesta, me duele, pero tengo que estar. Quiero bajar la cortina. Esto me cuesta mucho. Podría decir que “no, muchachos, hablaré el mes que viene”. Pero no. Todos salieron a la calle en ese punto exacto que se necesitaba. Tengo que poner el pecho y hablar. No quisiera pero debo hacerlo.
–Una versión asegura que su secuestro tiene que ver con la interna del peronismo de Escobar. ¿Puede ser así?
–No. Para nada. Antes se armaban dos o tres frentes políticos y los dirigentes se juntaban en algún lugar a comer asado o tomar café mientras los militantes salíamos a la calle. Habían algunas pequeñas rencillas: “Me pintaste la pared, me tapaste el cartel”. Cuando se habla de internas, sí que hay interna. Vivo en Escobar desde muy chico. ¿Pero otro frente? No creo. Yo me siento a conversar, tomemos café. A dos cuadras de casa hay un taller de chapa y pintura. Una vez por semana nos juntamos y hacemos asadito o pollo al disco. Y están en otra línea política.
–¿En cuál?
–No con el kirchnerismo.
–¿Con Duhalde?
–Están con el peronismo. Nosotros nos respetamos y nos juntamos desde hace mucho tiempo. No somos muchos. En más de una oportunidad viene un hombre de otra línea totalmente opuesta porque es amigo de un amigo.
–¿No hay problemas?
–No tuvimos ningún problema. O sea que internamente no puede ser. Porque tanto los dirigentes como los de base vivimos en el mismo barrio.
–Usted descarta que su secuestro esté vinculado a un problema del PJ.
–Seguro. ¿No le digo que tengo contacto fluido con todos los compañeros?
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