VERANO12

El cuento por su autor

En una incierta ocasión, hace tantos años atrás que parece haberle sucedido a otra persona, fui convidado por Grace Paley, la gran escritora norteamericana, a conversar con su clase de literatura en una Universidad de Nueva York. Habían leído mi novela Viudas (en inglés) y estaban interesados en una sesión prolongada de preguntas y respuestas. Todo anduvo bien hasta que una muchacha me leyó un pasaje de mi propia novela, un párrafo donde jugaba yo con perspectivas y personajes y con ese otro personaje elusivo que es el tiempo, y levantó los ojos y me interpeló con la siguiente joya:

–What exactly does that mean, Mr. Dorfman? (¿Qué significa esto, exactamente, Sr. Dorfman?)

Y yo tomé el libro de sus manos y volví a leerle el trozo elegido, palabra por palabra, tratando incluso de repetir su entonación y ritmo, para decirle por fin:

–Significa exactamente eso.

Es lo que tengo ganas de hacer ahora: sugerir a los lectores que visiten el cuento, que acompañen al hombre que visita a su hermana y se devanen los sesos tratando de comprender entre líneas (porque los mejores cuentos son siempre los que callan, los que esconden algo, los que hablan de todo menos de lo más importante) qué es lo que pasa entre esos dos seres, la mujer enferma de algo que no se nombra y el hombre atrapado por la pena y el cariño y tal vez deseos, sí, probablemente deseos inconfesables.

Pero tal sugerencia no va a ayudar mucho a los lectores, de manera que prefiero deslizar algunas insidias sobre el origen de “Horas de Visita”, si bien la incesante re-escritura del cuento mismo, sus múltiples versiones, una encima de otra, terminan por borronear ese nacimiento, lo sustituyen, me alejan del impulso primordial que sirvió para dar comienzo a las primeras palabras, hasta el punto de que es difícil recordar cómo se inició el cuento, por qué me sacudió la necesidad de escribirlo.

Lo que sí es indudable es que este relato, como toda mi ficción y mis obras teatrales y mis poemas e incluso a menudo los ensayos y artículos que escribo, tienen su disparador en un frase, un par de palabras, en este caso: “¿Te han hablado acerca del número 55?, dijo ella. Es un nuevo servicio”. Nada más que eso, que contenía ya la premisa de que si la protagonista llama a ese número telefónico, le responderán cualquier pregunta que pueda lanzar, por estrafalaria o trascendente que pudiera ser. Y algo había en el tono de la voz de ella, algún desvarío oculto, algo aberrante a pesar del tono cotidiano y trivial con que hablaba. Se me fue enfocando la escena como si yo fuera el lente de una cámara y supe que estaba ella en una cama y que alguien de su familia venía de visita a un hospital o un asilo mental o un hogar de ancianos y se me ocurrió que el visitante debía ser un hermano menor.

¿Por qué un hermano menor? ¿Y no un marido, un padre, un amante, un primo, un desconocido, un doctor, un leproso, un asesino, un payaso, una alucinación?

Mi única respuesta balbuciente puede hallarse en mi propia literatura, poblada de gemelos, llena de duplicaciones y prohibiciones y espejos. Aventuro que la mujer obsesionada con el número 55 me abría las puertas para volver sobre este tema, y qué mejor que explayarlo en uno de esos ambientes claustrofóbicos que gusto explorar en mis obras teatrales donde no hay escapatoria para la pareja (y siempre hay un tercero en discordia, siempre hay otro u otra que observa y que es necesario exorcizar), porque no hay trampa más perversa que la propia personalidad, no hay algo que nos ate más a otro ser humano que la compasión y la culpa. Y también: siempre me ha interesado la locura y de qué manera los que somos supuestamente sanos facilitamos el delirio ajeno, somos cómplices inevitables de las ilusiones más extrañas y fantásticas.

Pero nada de ello explica el cuento, nada de ello suplanta la experiencia misma de la lectura, el misterio que terminan siendo esa mujer y su hermano, un misterio que, si hice bien mi oficio y si el lector ha hecho bien el suyo, será más insondable y conmovedor al final de estas horas de visita, esta visita que ofrezco a mi mundo que ojalá fuera solamente imaginario.

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