Viernes, 25 de febrero de 2011 | Hoy
De las muchas preguntas que el hombre se ha venido haciendo en todas las épocas y que la magia o la ciencia (desde que adquirió la preponderancia que hoy conocemos) han tratado de contestar, las más recurrentes tienen que ver con los orígenes. El origen de la vida, el origen de la música, el origen de la poesía. Una de las preguntas centrales ha sido sin duda la que indaga sobre el origen del lenguaje. Vivimos dentro del lenguaje y todo lo que hacemos en todos los sentidos posibles tiene que ver con él. Por eso la importancia de la respuesta a esa pregunta. Sin embargo, se sabe de antemano que, aunque hay conjeturas, no hay respuesta. Nadie estuvo allí para dar testimonio; la especie no recuerda cómo empezó a hablar. Las explicaciones que se han dado a lo largo de los siglos son de muy diversas clases: religiosas, míticas, mágicas, seudocientíficas; muchas absurdas o caprichosas, cientos de respuestas para todos los gustos, pero ninguna certeza. Ante tanta inventiva y tanta cosa peregrina, en 1866, la Sociedad Lingüística de París advirtió en su Reglamento (artículo 2) que “no permitiría ninguna comunicación referida al origen del lenguaje”. El origen de este cuento, para seguir en el tema, tiene que ver con sortear por la ciencia ficción o la fantasía, esa prohibición.
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