Viernes, 25 de febrero de 2011 | Hoy
EL MUNDO › NINGUN SISTEMA DE GOBIERNO REEMPLAZO LA INFLUENCIA DE LAS TRIBUS
Durante años, el coronel Khadafi utilizó la hostilidad entre los grupos para asentar su poder. La discriminación contra el Oriente, feudo de movimientos islamistas, encendió el fuego de la revuelta en la región de Cirenaica.
Por Eduardo Febbro
Desde París
El armazón tribal de Libia, el empeñado favoritismo del coronel Khadafi hacia las tribus del Occidente en detrimento de las del Oriente libio, las corrientes islamistas y el peso de la historia colonial terminaron por componer el eje final de la revuelta que sacude al delirante amo de Trípoli. Durante varias décadas, Muammar Khadafi manipuló la hostilidad entre las tribus para asentar su poder, pero ese sistema exitoso se volvió contra él. El inventor del socialismo árabe sin oposición ni Constitución política del Estado construyó un esquema de privilegios entre las tribus de Tripolitania –allí está la capital, Trípoli– y las de Cirenaica, región del Oriente del país y fronteriza con Egipto y en cuyo suelo se encuentra lo esencial de los recursos petrolíferos. El peso tribal en Libia es enorme. Hasta el nombre del país proviene de la tribu milenaria de Libu. Ningún sistema de gobierno reemplazó hasta ahora la influencia de las tribus. Estas desempeñaron un papel central, tanto durante el período de la colonización italiana (1911-1943) como a lo largo de la monarquía de Idris al Sanussi (1951-1969).
Belicoso, caprichoso, pero hábil, Khadafi ejerció un poder absoluto gracias a los Comités Revolucionarios creados en 1975, cuando el coronel instauró la Jamahiriya, la llamada “República Popular”. Pero esa República no fue sino un andamio personal sustentado por los Comités Populares, cuyos miembros eran elegidos entre las tribus más obedientes, en especial la tribu sureña de Qathathfa, de donde el coronel es oriundo. El sur del país (Sebba) sigue siendo su principal sustento. Abdalah Senussi, el jefe de los Servicios Secretos, y la ex mano derecha de Khadafi, Abdelsalam Jalloud, son miembros de las grandes tribus del sur, Mgerha y Hsuna.
El investigador Moncef Djaziri explicó en el libro Estado y sociedad en Libia. Islam, política y modernidad que cuando Khadafi llegó al poder en 1969 “procedió a un trabajo de reapropiación del aparato del Estado y a la invención de un régimen político que se corresponde con la tradición tribal de Libia”. Djaziri destaca que Khadafi buscó instaurar un régimen que se apoyaba “en las formas no institucionales”, o sea, las tribus. Sin embargo, la discriminación tribal contra el Oriente encendió el fuego de la revuelta en la región de Cirenaica. Esta zona no sólo es rica en hidrocarburos. Es también el feudo de movimientos islamistas rudamente reprimidos por Khadafi y la cuna de la historia rebelde de Libia. Por su cercanía con Egipto, Cirenaica ha bebido la influencia activa de los Hermanos Musulmanes, pero ello no explica todo. A principios de siglo, Italia se apoderó del territorio libio que estaba en manos del Imperio Otomano y estableció una suerte de gobierno doble: uno para la región Tripolitana, otro distinto para Cirenaica. De hecho, este territorio nunca fue adepto a las obediencias políticas, y menos aún a los colonizadores italianos. El héroe de la resistencia contra las tropas coloniales de Roma, Omar el Muktar, era oriundo de esta región, al igual que el rey que gobernó el país desde la independencia hasta el golpe de Estado de Khadafi (1969), Idris I.
Con Khadafi en el poder, la rebelde Cirenaica perdió ante el oeste del país, mejor tratado, mejor dotado, más urbanizado y financiado. El coronel de pacotilla jamás pudo hacer las paces con su propia geografía. Ni siquiera le sirvió la escenografía que montó cuando, en 2009, viajó a Italia para reconciliarse con la ex colonia. Khadafi bajó del avión con una foto de Omar el Muktar pegada en la solapa. La imagen mostraba a El Muktar en el momento de su captura por los italianos, en 1931. Detrás de esa foto está la memoria negra del colonialismo italiano. La invasión de Cirenaica necesitó la intervención de 100 mil hombres. En octubre de 1911, la región se reveló. Los italianos masacraron a 4500 personas. En 1930, bajo las órdenes de Mu-ssolini, más de 100 mil personas de Cirenaica fueron encarceladas en campos de concentración a lo largo de la costa mediterránea. Omar el Muktar cayó en 1931 durante un bombardeo. En septiembre de ese año lo ahorcaron en el campo de concentración de Soluch: 20 mil prisioneros fueron obligados a presenciar su ejecución.
El Este siempre fue un rompecabezas, tanto para los italianos como para la monarquía y el mismo Khadafi. Permeable a las influencias egipcias, Cirenaica estalló muy poco después de que triunfara en Egipto la revuelta que sacó del poder al momificado y alabado –por la comunidad internacional– dictador Hosni Mubarak. Aunque Khadafi liberó en los últimos años a centenas de presos pertenecientes a grupos islamistas, Cirenaica nunca le perdonó el favoritismo con que Khadafi trató a las tribus que se agruparon en torno de Trípoli.
El guía de la Revolución perdió la brújula política para orientarse. No por nada la primera revuelta seria contra el poder supremo de Khadafi estalló en 1990 en esa región. Su poder vacila hoy desde el mismo territorio que le plantó al invasor italiano la resistencia más feroz. Incluso tribus aliadas empiezan a dejarlo por el camino. Akram al Warfalli –uno de los líderes de la tribu más importante del país situada en Benghazi, Warfalla, con un millón de miembros– le dijo al Guía Supremo: “Le decimos al hermano (Khadafi) que ya no es hermano, le decimos que abandone el país”. Delphine Perrin, especialista de Africa del Norte en el Instituto Universitario de Florencia, destacó que, hasta ahora, Khadafi “logró crear un equilibrio entre las tribus y los clanes. Ese sistema ya se estaba resquebrajando. Hoy, esa estructura de poder se está derrumbando”. La revuelta libia muestra no obstante que sus protagonistas son más que miembros de tribus. La población combate unida contra el régimen más allá de la tribu a la que pertenece y con una misma exigencia: reformas y libertad.
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