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Esmeralda perdida

La joven contrabandista de esmeraldas tenía un novio en Cochabamba, Bolivia, que le entregaba las piedras preciosas, y otro novio en Buenos Aires, que las recibía en el barrio del Abasto. En Cochabamba, ella tragaba las esmeraldas, cuatro o cinco, una por una, para luego pasar sin inconvenientes por la frontera.

Un día, falta una esmeralda. Ella asegura que la tragó junto con las demás. El novio de Bolivia, por teléfono, confirma que le dio cinco. El novio del Abasto sólo ha rescatado cuatro. Pasan dos, tres días y la esmeralda no aparece.

El del Abasto le pide que vaya a un médico, tal vez la esmeralda esté trabada en algún recodo del tubo digestivo. Ella le dice al médico que tiene molestias después de comer y le pregunta si no podrían tomarle una radiografía, pero el doctor dice que no es necesario por ahora, le da un digestivo y que vuelva dentro de unos días.

El novio del Abasto, al enterarse, la castiga y le manda ir a otro médico. El la acompañará. Eligen uno de un aviso en el diario. El novio, exhibiendo dinero, acucia al médico que, sin perder la calma, indica un centro de diagnósticos donde hacer la radiografía. Van al día siguiente, en ayunas. Ella ha tenido que tomar un líquido espeso. El novio exige, paga para que le den enseguida el resultado. En la sala de espera, ella efectivamente parece enferma y él desesperado.

Les dan la radiografía en un sobre y otro más chico destinado al doctor. El novio lo abre en cuanto salen y lee unas palabras incomprensibles. Van al médico que mira la radiografía, lee el informe, levanta la cabeza, los mira a los dos, vuelve a enfrascarse y finalmente dice que ella tiene un tumor. ¿Cómo que un tumor? Sí, un tumor y hay que operar, contesta el médico.

En la pieza del Abasto, mientras ella descansa en la cama, él se pasea nervioso: es evidente que el médico vio la esmeralda en la radiografía y quiere quedársela para él. Es cierto, hay que operar, pero no con ese médico. Pero él no tiene un médico de confianza. Y todo médico que estuviese dispuesto a esa operación también estará dispuesto a traicionarlo.

La solución será matar a la chica y abrir el vientre del cadáver. Ella, adivinando su razonamiento, tiembla en la cama. Se ofrece a tomar un purgante como último recurso, dice, antes de la operación. Van a la farmacia, compran tres dosis del más fuerte, ella las toma juntas. Se encierran en la pieza, toda la tarde y la noche. Ella se acuclilla sobre la palangana y, cada vez más débil, vuelve a la cama. El, parado, fumando, mira. Ella es muy hermosa, aunque la fatiga y el daño le marcan ojeras y surcos en la cara. Vuelve a la palangana, bajo la atmósfera del cuarto cerrado; vuelve a la cama. Cerca de medianoche, él se tira sobre ella y la penetra. Ella ensucia las sábanas.

La esmeralda no ha aparecido. La novia casi no puede moverse de debilidad. El decide matarla en la madrugada. Ella, patética, ha vuelto a la palangana con la esperanza de que aparezca la piedra preciosa.

El revisa las pocas cosas que necesitará llevarse. Ella está en la cama con la cara hacia la pared. El le ordena que duerma. Advierte que ella sólo finge dormir, esto lo lleva a pensar que ella pudo fingir la pérdida de la esmeralda y siente odio. Busca el cuchillo y se quita la ropa para no mancharse de sangre. En ese momento golpean a la puerta.

Ella ha abierto los ojos. La floja puerta se abre por un puntapié. Es el novio de Bolivia. Tiene un revólver y ríe secamente al ver al otro. Le ordena que suelte el cuchillo. Mira con desagrado la palangana, la suciedad. El otro se ve desnudo.

El del revólver anuncia que tiene un médico de confianza. En Cochabamba. La llevará. Le pide al novio del Abasto que pague las cuatro esmeraldas. El otro contesta que todavía no las vendió. El novio de Bolivia se las exige y, cuando las tiene en sus manos, le manda retirarse para siempre.

Tras un duro viaje en tren, llegan a Cochabamba. Allí el médico de confianza la opera en una sala precaria, en presencia del novio. Extrae un tumor del tamaño de un limón pequeño. No hay ninguna esmeralda. Dice que el tumor parece canceroso y que no puede asegurar curación. El novio pregunta si la esmeralda no puede estar adentro del tumor. El médico sonríe despectivo y, con su bisturí, abre de un tajo el pequeño bulto, que es sólo fibra mortal.

A causa de lo sucedido, el novio de Cochabamba la abandonó. Ella permaneció en Bolivia hasta que un turista europeo, enamorado de sus ojos verdes, se la llevó para siempre.

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