Miércoles, 7 de marzo de 2012 | Hoy
Un compañero hacía las roscas al revés y entonces en la cooperativa teníamos problemas con los clientes porque, de una partida de –supongamos– mil tuercas, veinte o treinta tenían la rosca inversa, y, como estaban mezcladas con las otras, el usuario no podía saberlo hasta el momento en que trataba de enroscar.
Nuestra cooperativa, es decir, nuestras familias y en realidad toda la población de San Nicolás vive de la fabricación de tuercas y tornillos, así que terminamos por despedir a este compañero, que empezó a emborracharse.
Pero un becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, que había venido a hacer un trabajo con nosotros, nos acusó de metafóricos: dijo que con nuestra actitud ante el mal roscador metaforizábamos nuestro rechazo al diferente. Le dijimos que no, no podíamos ser metafóricos porque éramos reales. El sonrió con superioridad o como quien sabe algo que el otro ignora de su propia condición. Entonces lo aplastamos con la laminadora que usamos para la chapa. Después pensamos que ahora sí tenía razón, que nuestra conducta con él había metaforizado el rechazo al diferente, y nos arrepentimos. Ya era demasiado tarde para solucionarlo pero, por lo menos, reincorporamos al de las roscas al revés.
Pasó el tiempo y la cooperativa, por eso de que algunas roscas estaban mal, empezó a perder contratos: para no despedir compañeros, tuvimos que bajarnos los sueldos pero igual la cooperativa andaba cada vez peor, ya no teníamos para pagar a los proveedores, muchos habíamos vuelto a emborracharnos y más de uno hacía las roscas al revés. Ya estábamos cayendo en la desesperación cuando un compañero que pertenecía a la Escuela Científica Basilio nos propuso una solución.
En la Escuelita convocaron al espíritu del becario del Conicet. El reconoció que en su diagnóstico había habido lo que llamó un desfasaje o desacople temporal: la metáfora que él había señalado era, en realidad, su propia muerte. Aclaradas así las cosas, volvimos a despedir al mal roscador, dispusimos severas sanciones para quienes insistieran en la rosca inversa y poco a poco recuperamos nuestra clientela. Pero el espíritu del becario volvió a aparecer: nos recordó que lo habíamos matado y reclamó dejar de ser un alma en pena. Decidimos sacrificar cinco muchachas vírgenes, hijas de cooperativistas, y el espíritu del becario se apaciguó.
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