Martes, 17 de febrero de 2015 | Hoy
Había leído “El lamento por el sapo de Stanley Hook”, de Juan Gelman (“oye mío” decía “hay muerte y vida día y noche sombra y luz”/ decía stanley hook “y sin embargo te amo sapo/ como amaba a las rosas tempranas aquella mujer de Lesbos/ pero más...”.)
El sapo comenzó a seguirme por todas partes.
Un día, Gelman vino a Buenos Aires a un Encuentro. Mi madre se entera y yo me entero de que ella, al llegar a la Argentina, había conocido a “Juancito”. Invité a mi madre a escuchar a su vecino de hacía añares. Cuando él terminó de leer sus poemas, ella se le acercó y se pusieron a hablar en idish.
Hacía rato que ya se me había ido esa vergüenza que tienen en los pueblos los hijos de extranjeros por convivir con una lengua rota. Entonces me divertí escuchándolos hablar y gesticular. Pero sólo por un instante porque el sapo volvió a asaltarme con los trenes que pasaban por Quitilipi, cada dos días, para traernos alguna revista, algún libro, alguna felicidad.
Por un tiempo largo, sapos y trenes me paseaban y un cuento se me construía en la cabeza o en los pies. Tal vez sea el cuento más autobiográfico que escribí, aunque es imposible que yo haya estado en aquellos paisajes antes de encontrar encerrada la palabra Witz (chiste) y mucho antes de haber nacido.
(Este cuento fue publicado en el libro El azar cruje (Catálogos, 2006) y en alemán en la antología Mit den Augen in der Hand (mandelbaum verlag, 2014) con traducción de Erna Pfeiffer).
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