Domingo, 23 de enero de 2011 | Hoy
CARTAS DE LECTORES › OPINION
Por Edgardo Mocca
A diez meses de una elección presidencial, los cálculos de los actores políticos se hacen sobre la base del cuadro presente de la situación. Esto parece una obviedad que no necesita fundamentación, sobre todo si a la proximidad de la votación general se agrega el hecho de que la ley en vigencia obliga a partidos y alianzas a resolver sus candidaturas en internas abiertas, simultáneas y obligatorias a realizarse en agosto. El subrayado es útil, sin embargo, porque el centro coordinador mediático de la oposición se obsesiona en estos días por incluir en la agenda la posibilidad de un cambio más o menos espectacular de la escena, siempre, claro está, en perjuicio del oficialismo. Esos virajes siempre pueden ocurrir, y mucho más en un país con un sistema de partidos y alianzas muy desestructurado como el nuestro. Pero esperar que la conducta de los actores de la oposición sea la espera del acontecimiento inesperado para después definir una táctica parece más una expresión de deseos del establishment mediático que un examen realista.
Ya se puede establecer, entonces, una tendencia de los alineamientos electorales, sin dejar de admitir la posibilidad de cambios bruscos. La presidenta Cristina Kirchner será la candidata de la coalición oficialista. Cualquier otro rumbo presupondría enormes riesgos de dispersión de la fuerza y el sacrificio del principal activo con el que hoy parece contar, que es la promesa de continuidad de un rumbo que en los últimos meses ha logrado una importante recuperación de apoyos populares. ¿Qué otra candidatura podría capitalizar al mismo tiempo la reserva de votos identitarios del peronismo y el atractivo electoral de una propuesta que ha incorporado logros materiales y simbólicos afines a un espacio más amplio que el territorio del Partido Justicialista?
La candidatura de la Presidenta no anula las previsibles pujas en el interior de la coalición oficialista. Por el contrario, cada uno de los componentes del “movimiento” que expresa el kirchnerismo es perfectamente consciente de que el resultado de la lucha posicional que se desarrollará en estos meses tendrá una enorme gravitación desde el mismo día de su eventual triunfo en las urnas. En ese hipotético instante se habrá abierto una etapa nueva y cualitativamente distinta del proceso abierto en 2003, signada por la imposibilidad de un nuevo turno presidencial encabezado por el reducido núcleo que lo condujo hasta allí. La inevitable incertidumbre que sobrevendría tendría una cierta línea de orientación en el modo en que estarían distribuidos los recursos principales: las gobernaciones, las bancas en el Congreso y hasta la propia vicepresidencia de la República. Y gran parte de esos recursos se disputarán en estos meses.
La complejidad del mapa de la distribución de esos recursos es irreductible a un esquema lineal. Sin embargo, asoma algo así como un gran criterio ordenador para su evaluación: podría decirse que lo que se juega es la posibilidad y el grado en que el kirchnerismo dejaría una huella política en nuestra historia, más allá de la tan rica como pendular trayectoria del Partido Justicialista. Dicho de otro modo, se dirime si el kirchnerismo dejará un proyecto de país como legado o si será un momento transitorio en la historia del peronismo. No siempre es sencilla la distinción entre los pragmáticos que acompañan por conveniencia y los plenamente identificados con el rumbo, pero esa distinción existe y está tan expuesta a la mirada colectiva que sería vano negarla.
La afirmación de un escenario favorable a las chances electorales del kirchnerismo aumenta el nivel de complejidad de la disputa. Por lo pronto, la estrella del peronismo opositor, que hace un año y medio lucía en su esplendor, ha derivado en una fotografía patética. Una promesa “renovadora” que muestra los rostros de Duhalde, Puerta, Rodríguez Saá, y Barrionuevo, entre otros actores de parecido prestigio no luce muy seductora. Para que no queden dudas, Duhalde ha decidido dar a conocer el contenido de su mítico “pacto de la Moncloa”, tantas veces anunciado. Se trata de lo siguiente: mano dura con los chicos que delinquen, amnistía para los terroristas de Estado, involucramiento de las Fuerzas Armadas en la represión del delito y democratización sindical de la mano de Barrionuevo y el Momo Venegas. Por si esas definiciones no alcanzaran, sus voceros han explicitado la decisión de avanzar en una alianza con Mauricio Macri. Solá, Das Neves y De Narváez ya avisaron que no participarán de ese cóctel.
De modo que es previsible que muchos desertores del peronismo oficialista tomen el camino de regreso. No habrá apelaciones a la pureza y al proyecto que lo impidan, cuando ese regreso podría mejorar cualitativamente las chances oficialistas en distritos decisivos como Córdoba y Santa Fe. El centro de la pelea será cómo se arma el juego de las compensaciones que asegure al mismo tiempo “gobernabilidad justicialista” con atractivos renovadores. Las candidaturas centrales en la ciudad de Buenos Aires, la vicepresidencia nacional y de la provincia de Buenos Aires, la composición de las candidaturas en Santa Fe y la eventual habilitación de apoyos a Cristina que preserven perfiles propios a niveles distritales constituyen algunas de las claves de ese forcejeo.
Otra de las consecuencias del actual escenario es el debilitamiento manifiesto y difícilmente irreversible de las apuestas políticas a un clima de “todo o nada” que incluyera embestidas desestabilizadoras con pretensiones de éxito. Elisa Carrió ha entrado en una zona de irrelevancia de la que sólo la sacan temporalmente los escándalos parlamentarios fogoneados por el establishment mediático. Los votos “no positivos” de Cobos han perdido toda importancia que no sea la de haber obligado a un veto presidencial a la insólita ley del 82 por ciento móvil para los jubilados. Asistiremos a una radicalización de la retórica incendiaria de Carrió y acaso a una lenta retirada de la escena central nacional por parte del vicepresidente opositor.
El radicalismo y la derecha macrista serán los contendientes reales del oficialismo en octubre. Probablemente alrededor de la UCR se reúna un frente con el Partido Socialista y el GEN de Margarita Stolbizer. Tanto la candidatura de Ricardo Alfonsín como la de Ernesto Sanz habilitarían la conformación de esta alianza cuya configuración tendrá que trabajar mucho para despejar los fantasmas de “otra alianza” que tuvo también al radicalismo como fuerza principal hace pocos años. Pero el radicalismo tiene el recurso de su extensión nacional y una tradición identitaria que lo constituye en el “otro” frente al peronismo. La dificultad principal que afrontará es la misma que tuvo en 2007: debe defender un frente progresista –“centroprogresista” se autodefinió también el bloque que en su momento apoyó a Lavagna– para enfrentar a un gobierno que enfrenta diariamente los ataques rabiosos de la derecha conservadora.
Macri tiene sus propias incógnitas y problemas. Su apuesta consistirá en la polarización electoral entre kirchneristas y antikirchneristas. Esa apuesta es y será apoyada por todos los actores para quienes la derrota del actual oficialismo es lo único que da sentido a estas elecciones. Es un amplio frente que contiene componentes sojeros, grupos mediáticos concentrados y nostálgicos de la dictadura militar, que confían en movilizar a fondo los miedos colectivos por la inseguridad ciudadana –que seguramente serán amplificados hasta la irracionalidad por los principales medios de comunicación en estos meses– y la insatisfacción por los aumentos de precios. Claro que el macrismo tiene que hacer bien los cálculos: antes de la elección nacional tendrá su propio test en la ciudad de Buenos Aires. Si su líder se reserva para la elección nacional, corre el riesgo de perder en una eventual segunda vuelta, lo que comportaría un daño de muy problemática reparación. No es menor el hecho de que lo espere un proceso judicial por el caso de las escuchas telefónicas ilegales y que la apuesta a una amplia diáspora peronista que pudiera servirle de base de operaciones nacionales no ha pasado del nivel de las operaciones que los opinólogos de Clarín atribuyen a “importantes fuentes del peronismo del conurbano”. Macri es el antikirchnerismo ideológicamente más claro y definido. Habrá que ver si eso compensa sus debilidades estructurales y lo habilita a correr grandes riesgos.
La provisoriedad de estas especulaciones ya ha sido explicitada. Pero el análisis político debería abstenerse de incluir aquello que todavía no ha ocurrido.
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