Viernes, 28 de enero de 2011 | Hoy
No sé cuándo nació pero sé que murió diez días y sesenta y cinco años después de la primera gran convocatoria política de que se tenga memoria en la República. No soy peronista ni pertenezco a ningún partido. Me declaro librepensador, por lo tanto puedo hablar bien o mal de quien me plazca. No obstante, siento la necesidad de adherir a algún movimiento que, aunque ínfimamente, procure plasmar algunas de las ideas en que creo. Estaba fuera de la Argentina cuando abrí la web: “Murió el ex presidente Néstor Kirchner” titulaba Página/12. Inmediatamente me vino a la memoria cuando Néstor hizo bajar el cuadro de Videla. Ya sólo por esto debería estar triste. Ya en Buenos Aires fui con un amigo que me dijo: Vos no sabés lo que era la Casa Rosada, más de cinco horas de cola para entrar; lo que más destacaba esta persona era la espontaneidad del acto. De esta clase de aventura, varias. Gente viajando desde todo el país para ver a un muerto. Pero aquí creo que reside mi error. En todo caso Néstor estaba muerto, pero el sentimiento colectivo expresado en la manifestación era exactamente el opuesto: ¡Viva la vida! El estaba muerto, pero había sido uno que como nunca o como en escasas oportunidades, le había dado a una enorme cantidad de gente esperanza. Y no sólo eso. Siento, sin saber, que la misma manifestación tenía como misión apoyar a la presidenta, Cristina, su esposa, sabiendo que los arrebatos de los que gustan de la muerte, los cobardes, no se harían esperar.
Ahora, quiero hablar de estos últimos. Tengo la irrefrenable necesidad de referirme a aquellos que desde sus balcones gritaron las mismas palabras que Miguel de Unamuno escuchó cuando el falangismo se había apoderado de España: ¡Viva la muerte! ¡Viva la muerte! gritaban desesperados los que sedientos de sangre instaurarían un poder absoluto y sangriento durante más de tres décadas. ¿Quiénes son éstos que llenan sus entrañas de muerte? Voy a citar, para arriesgar una respuesta, la carta que Rodolfo Walsh envió a la Junta Militar exactamente un año después de que ésta había entrado en funciones. La Junta, dice Walsh, era la fuente misma del terror y había perdido el rumbo y “sólo puede balbucear el discurso de la muerte”. El lector puede sacar sus propias conclusiones.
Manuel Quaranta
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