Miércoles, 26 de marzo de 2008 | Hoy
Por Valeria Sobel *
Hace poco tiempo, leyendo un libro, me acordé de que la expresión “tomar distancia” tenía otro sentido que casi había olvidado por completo.
Yo asocio lo de tomar distancia a algo positivo, a algo así como una actitud que sería lo contrario de tomarse demasiado en serio las cosas, de tomarse demasiado en serio a sí mismo. Es una actitud que aprecio y que, creo, me suele salir bastante bien, diría que con mucha naturalidad. Hay personas para las que ser moderado es sinónimo de ser aburrido, insulso, poco entusiasta. A mí, en cambio, me pueden asustar los grandes entusiasmos, las grandes convicciones, la vehemencia, los exabruptos. Claro que no me resultan atractivos los indiferentes o los apáticos, pero me hace sentir incómoda la solemnidad, la rigidez y los excesos que surgen tantas veces con quienes están convencidos de que lo que piensan es la verdad. Desconfío de los relatos en blanco y negro. Prefiero los matices, prefiero la apertura y la elegancia de los que son capaces de ponerse en el lugar de los otros, de los que saben relativizar, imaginar diferentes percepciones o puntos de vista. Además de que hace bien reírse, divertirse o compartir con alguien la complicidad de una carcajada, si el sentido del humor me parece importante es porque hay en él cambios de perspectiva, sutileza, levedad. Hay agudeza, ingenio, capacidad para salirse de lo obvio, para operar pequeños giros y descolocar con gracia, para tomar distancia.
Pero recientemente me di cuenta de que tomar distancia era también ese conocido ejercicio que teníamos que hacer todos los días en el patio de la escuela, cuando formábamos fila. Eso de estirar el brazo y poner los dedos de la mano en el hombro del de adelante. Con el preceptor o la preceptora vigilándonos. Nada de hablar o de reírse. Todos bien derechitos. Pelos cortos o recogidos, medias azules (azul marino por supuesto), orden, disciplina. Respeto a la autoridad y a los valores patrios.
Y allá en el cielo, tal vez no tan alta, un águila guerrera.
Y los vuelos de la muerte sobre el Río de la Plata (...azul un ala del color del cielo, azul un ala del color del mar...). De esos vuelos todavía no se hablaba, aunque a veces a algún cadáver desobediente le diera por “aparecer” en una orilla. El águila resultó ferozmente guerrera; guerrera, cruel, y muy baja. Los seres queridos de muchos de los que pusieron el cuerpo se quedaron sin cuerpos, sin cuerpos y sin tantas otras cosas.
Recuerdos de una época en la que el compromiso social, las ganas de un mundo más justo y el no saber callarse a tiempo podían costar muy caro. No juntarse, no hacerse notar, no correr riesgos, ser prudentes y tomar distancia. Y algunos jóvenes canturreando en sus cabezas “cuánto tiempo más llevará...”.
Ya no formamos filas, nos liberamos de esas arbitrariedades, de esa disciplina, de ese orden mortífero que acompañó nuestros años de acné juvenil y de los primeros amoríos. Muchos de nosotros reemplazamos en su momento los pulóveres peruanos por los tapados negros y los raros peinados nuevos; fuimos rompiendo con más de un encasillamiento que acechaba por ahí. Nos hemos ido sacando de encima ciertas modas, ciertas etiquetas, ciertos mandatos, más o menos pesados. Hay que ser esto o aquello. Hoy somos adultos, algunos hasta canosos y con incipiente presbicia; hemos vivido unas cuantas cosas, algunas muy felices, otras más difíciles, encuentros y desencuentros, idas con vueltas y a veces sin vueltas.
El tiempo ha ido pasando y ha habido muchos otros cambios, adentro y afuera. Más de una imagen de aquella época tan oscura ya se ha vuelto borrosa en nuestra memoria pero... ¿no nos habrá quedado pegado, contagiado, algo de ese tomar distancia que fue durante tantos años un ritual cotidiano? ¿Aquello que fue estrategia no se habrá convertido en trampa? ¿Y si dejáramos la prudencia y la distancia de lado para permitir que algunas cosas fluyan por fin a borbotones? ¿No habrá forma de dejar de ser lo que alguien llamó una generación de actores de reparto? ¿Si en vez de rozar apenas con los dedos nos decidiéramos a dar intensos, apasionados y amontonados abrazos?
* Entre otras cosas, hija de Héctor Sobel, abogado desaparecido, secuestrado el 20/04/76.
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